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Ningún día sin Antonio Saura

Por varias razones, la mayoría artística y alguna moral, Antonio Saura (1930-1998), uno de los más grandes pintores españoles de este siglo, cobrará actualidad durante la próxima semana. En primer lugar, el día 22 se inaugura, en la galería Marlbororugh, de Madrid (Orfila, 5), una muestra del artista con casi medio centenar de obras, representativas de casi todas sus etapas, pues la cronológicamente más temprana está fechada en 1956, y la más tardía, entre las de datación segura, es de 1995.En segundo lugar, ese mismo día se presentará su libro póstumo, titulado Nulla dies sine linea, en el que se recoge ese peculiar diario gráfico que concibió el artista aragonés, cuando, a comienzos de los noventa, empezó a padecer una serie de achaques físicos que le impedían trabajar con normalidad. La idea consistía en seleccionar una noticia, publicada en algún medio periodístico, y realizar un dibujo como comentario de la misma. En este proyecto, Saura estuvo trabajando fundamentalmente desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre de 1994, lo que supuso un formidable conjunto de 375 recortes de prensa, a los que contrapuso 218 obras personales. Desconocemos la razón concreta por la que Saura no completó rigurosamente cada noticia con un dibujo, pero hay que interpretarlo como la voluntad deliberada de dejar en blanco algunos de los hechos publicados por la prensa, seguramente porque entendía que él no tenía que hacer en esos casos más que seleccionarlos.

Sea como sea, este conjunto, ahora publicado en el libro Nulla dies sine linea, adquiere un tinte polémico, ya que se trata del material que, en principio, había pensado que debería exhibirse en la fundación destinada a su memoria en Cuenca, aunque luego él mismo desechó esta idea, la del legado y la de hacer esa fundación, como así lo manifestó a sus familiares y amigos y corroboró, de manera paladina, en sus estipulaciones testamentarias. Desdichadamente, hay quienes persisten en el absurdo de "homenajear" la memoria de un artista contra su voluntad y la de sus herederos, que, de esta manera, además de tener que sufrir la pérdida de un ser querido, han de soportar el lamentable empecinamiento de quienes, movidos no se sabe por qué, burlan los deseos del artista al poco de haber fallecido.

Al margen de este engorroso asunto, que hay que zanjar antes de que cubra de indignidad no sólo a los responsables directos, sino a nuestro país, la exposición y el libro nos traen lo mejor del espíritu de Saura. Por un lado, están sus cuadros y, por otro, este legado de su íntima manera de mirar y relacionarse con su época. En el fondo, no son, ni mucho menos, dos acciones distintas, sino dos formas de una misma manera artística de ser y de expresarse. Pintor de imágenes y sobre imágenes, muchas de las obras de Saura surgieron a partir de iconos históricos o contemporáneos, cuando no de personales comentarios acerca de cómo él entendía lo que hicieron otros grandes artistas de su predilección, como Rembrandt, Velázquez, Goyao Picasso.

Esta actitud creadora de Saura se completaba con su soberbio talento como escritor, excelente tanto por la calidad de su estilo literario, por la agudeza de sus pensamientos, por su formidable erudición y por la forma de entresacar aspectos sorprendentes de la realidad, donde demostraba su filiación surrealista. En este sentido, el proyecto del Círculo de Lectores de publicar sus escritos completos en varios volúmenes es asimismo una noticia alentadora, habiéndose ya aparecido, hace bien poco, el primero de los previstos con el títulode Fijeza. Ensayos, cuya edición Saura estuvo preparando hasta casi la víspera de morir.

Pintor, dibujante, ensayista y comentarista polémico de la actualidad, la obra de Saura constituye una referencia esencial para comprender la identidad del creador de nuestra época y, específicamente, lo que podríamos calificar como su visión desde una perspectiva española. En este sentido, todo el mundo conoce la decisiva participación del artista en la formación y orientación de El Paso, seguramente el más importante grupo de vanguardia español de después de la guerra y cuya relevancia consistió en haber sabido conjugar la modernidad a través de la poderosa identidad histórica de la tradición artística española. Desde Goya en adelante, ésta fue la senda de los mejores artistas españoles de vanguardia, como así lo puso de manifiesto, sobre todo, Picasso. Pero no se trata, ni mucho menos, de una actitud casticista, de ramplón populismo nacionalista, sino, por el contrario, de memoria crítica que asume la identidad, que es cultural, sea historia o sea paisaje. Como Picasso, Saura era rabiosamente cosmopolita.

El erotismo y la ironía fueron dos de los principales vectores de su personalidad artística. Son dos rasgos muy característicos de la cultura española, que, aherrojada por la represión, sabe sacar punta al deseo reprimido, exacerbándolo hasta lo genialmente perverso, y que, como ya apuntó Baudelaire, eleva el reírse hasta la categoría de lo grotesco, donde el humor llega a ser peligroso, incluso fatal. Se trata, por otra parte, de fuerzas contradictorias, que expresan simultáneamente el amor y el odio, un ansia desesperada y, por tanto, iluminadora. Esta tensión básica necesita un gesto rápido y el alumbramiento de imágenes tan fulgurantes que han de ser instantáneas captadas en la propia realidad, entresacadas, fijadas, súbitamente, a partir de ella. Y es ahí donde el talento de Saura brilla con mayor intensidad: con lo que es capaz de ver y con lo que tacha, dejando las cosas entrevistas en una suerte de espasmo gráfico.

En el libro que ahora se presenta, editado por el sello suizo de Pratick Cramer, Olivier Weber-Caflisch recoge en el prólogo la declaración de intenciones con que Saura se planteó el proyecto de este peculiar diario gráfico de noticias, que calificó como "diario plástico de carácter subjetivo".

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