Diecinueve propuestas para un parque renacentista
En 1940, el mariscal Pétain le devolvió a Franco la escultura de la Dama de Elche. Era un intercambio de obras -el generalísimo envió unas pinturas- que correspondía al ideal de nacionalismo artístico de los dos militares. Pétain, además, quería adular al tipo que soñaba con arrebatarle alguna de sus colonias africanas contando con el beneplácito de Hitler. Ahora, Manolo Valdés ha instalado una nueva Dama de Elche, gigante, en los jardines del Palais Royal, el espacio más elegante y sosegado de París.
Valdés no es el único que ha trabajado de manera especial para esta muestra de 50 años de escultura española. Eduardo Úrculo también ha hecho dos enormes sombreros para la ocasión y Miquel Barceló un coche-cráneo, una carrocería de bronce en forma de cráneo de simio a la que le ha añadido cuatro ruedas. 'No creo que las obras de arte puedan explicarse. Existen y basta', dice el artista mallorquín.
Jaume Plensa ha instalado en el renacentista espacio parisiense una cabina de ladrillos acristalados; Sergi Aguilar, una de sus formas puras; Eduardo Arroyo, un estupendo Unicornio con moscas; Xavier Mascaró, una nueva versión del caballo de Troya, y Antonio López, uno de sus hombres desnudos y perplejos. El Profeta, esculpido por Francisco Leiro, resulta especialmente adecuado para visitar París, pues su parentesco con el Balzac de Rodin es evidente. De Antoni Tàpies se ha seleccionado una escultura-mural; de Joan Miró -el referente obligado de todos los seleccionados- se ha escogido un bronce -Dona i ocell- que años más tarde, trocando el bronce por el mosaico, se ha transformado en forma gigantesca en uno de los símbolos de la Barcelona posterior a 1975.
Un entorno armonioso
Los jardines del Palais Royal llevan cuatro años organizando exposiciones de escultura que duran el tiempo de un verano. Antes de los españoles contemporáneos han desfilado entre sus castaños Lipchitz, Abakanowicz-Pepper y L'Homme qui Marche. Todos han tenido que asumir el desafío de una arquitectura armoniosa -concebida para disfrute de cardenales, de Richelieu y Mazarin- y de los bien recortados castaños, así como el reto de las columnas de Buren o las fuentes de Pol Bury.
Nacho Criado ironiza sobre el equilibrio del entorno con una obra que remite a los efectos destructores del paso del tiempo; Miquel Navarro levanta una supuesta torre de telecomunicaciones en aluminio que resulta más misteriosa y cómica en un emplazamiento como el del Palais Royal; de Martin Chirino se presenta una espiral en acero que se arruga, tuerce y descompone, quizá la más bella de todas las esculturas minimalistas seleccionadas en la exposición; de Andreu Alfaro se exhibe una de sus particulares interpretaciones del bajorrelieve.
Babelia
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