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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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El Abbey Theatre

'¿No va usted a escribirnos nada sobre los atentados terroristas del 11 de septiembre?', me pregunta la carnicera. Pues no. A decir verdad, el tema ha dejado de interesarme periodísticamente hablando. Detecto un exceso de información, lo que equivale a una cada vez mayor desinformación. Los especialistas en los talibán (o talibanes, aunque este plural es incorrecto) crecen a diario como si de setas se tratase. Eso no quiere decir que no pique un poquito aquí y allá. Me encanta, por ejemplo, la unión del pueblo norteamericano después de la tragedia: según un sondeo realizado por el Washington Post, el 87% de los ciudadanos norteamericanos exige la entrega de Bin Laden 'vivo o muerto'. Afortunadamente, siempre hay una nota discrepante, como esa mujer, viuda de un bombero muerto al caer una de las torres, la cual se manifestaba por las calles de Nueva York con una bandera norteamericana en la que había escrito esta frase: 'An eye for an eye make a country go blind'. También me encanta lo que ocurrió en París durante la última fête del diario L'Humanité, el diario de los comunistas franceses. Lo cuenta Delfeil de Ton en sus lunes del Nouvel Obs. Al parecer, el director del diario, dirigiéndose a través del micrófono a los militantes y simpatizantes comunistas que habían acudido a la fiesta, les pidió que guardasen unos minutos de silencio en solidaridad con las familias de las víctimas y el pueblo norteamericano. Era lo mínimo que se podía pedir tres días después de la tragedia, cuando todavía se oía alguna que otra voz desde los teléfonos móviles, poco antes del silencio sepulcral. Pues bien, los comunistas franceses, en vez de guardar el silencio requerido, se pusieron a silbar y a abuchear no sé si al director del diario (el cual silenció los hechos) o al pueblo norteamericano.

El Abbey Theatre visitó el TNC con una obra en inglés. Curioso, porque este teatro nació para reivindicar la vieja lengua irlandesa

Podría seguir contando un montón de anécdotas como éstas, pero no voy a hacerlo porque no quiero escribir sobre los atentados, aunque no puedo resistirme a contarles la siguiente: según afirma Bernard Kerik, jefe de la policía de Nueva York, la Mafia se ha hecho ya con 250 toneladas de chatarra sustraídas de las ruinas del World Trade Center. La Mafia norteamericana, patriótica, faltaría más.

Hablemos de otra cosa, hablemos de teatro. La semana pasada fui al TNC a ver Translations, de Brian Friel, por el Abbey Theatre, irlandés. Si me gustó o no me gustó la función es lo de menos (lo cierto es que no me entusiasmó), lo que aquí interesa es que se trataba de la primera visita a nuestra ciudad del Abbey Theatre, el teatro nacional irlandés. Había que ir, cosa que, dicho sea de paso, no hicieron (el día 27, la noche del estreno) los señores Vilajoana y Mascarell, responsables de las áreas de Cultura de la Generalitat y del Ayuntamiento respectivamente.

El Abbey Theatre tiene su origen en un denominado Teatro Literario irlandés que fundaron a finales del siglo XIX, en 1899 para ser exactos, W. B. Yeats, lady Augusta Gregory y Edward Martyn. Aquel teatro era un teatro sobre el papel, es decir, no tenía ni compañía ni edificio propios. Era un teatro poético creado con la finalidad de educar al público irlandés (hasta tal punto que, en su acta fundacional Yeats y lady Gregory rogaban a los posibles autores que se abstuviesen de mandar obras que 'sólo persigan divertir al público'), de educarlo patrióticamente.

En Irlanda no existía una tradición teatral propiamente dicha, así que los fundadores de aquel teatro literario, poético y eminentemente docente se pusieron en manos de una compañía dublinesa de aficionados, los hermanos William y Frank Fay, los cuales representaban farsas de una notable mediocridad. Pero con la ayuda de poetas como George Russell y Yeats la compañía de los hermanos Fay dio un vuelco considerable: el estreno de Cathleen ni Houlihan, la pieza de Yeats (escrita para Maud Gonne, una guapa revolucionaria, nacionalista irlandesa, por la que el poeta estaba loco, loco de amor), fue un éxito de delirio, un delirio que desbordó la sala y se extendió por las calles de Dublín hasta bien entrada la madrugada. En cuanto al Abbey Theatre tal y como lo conocemos, no se inauguró hasta el año 1904, y, lo que son las cosas, fue financiado por una riquísima dama inglesa, después que la compañía de los hermanos Fay hiciese su presentación en Londres.

A mí me hubiese encantado que en su primera visita a Barcelona el Abbey Theatre nos hubiese obsequiado con una de las grandes obras de O'Casey, una de aquellas obras que el enorme poeta y dramaturgo escribió en irlandés allá por los años veintes. Obras que sirvieron para consolidar la gloria del Abbey Theatre. Pero no ha sido así. El Abbey Theatre nos ha ofrecido una obra eminentemente didáctica de Brian Friel, cuya moraleja podría ser, como se indicaba en la publicidad del espectáculo, las palabras de la conocida canción: 'Qui perd els orígens perd l'identitat'. Una obra en inglés, porque hoy en día el público irlandés apenas conoce su vieja lengua. En inglés con subtítulos en catalán.

Lo curioso del caso es que nuestro TNC, el teatro que invitó al Abbey Theatre (ambos son miembros de la Convención de teatros de Europa), no fue creado cuando debía serlo, es decir, a mediados o finales del XIX, pero, a diferencia del irlandés, ha conservado su lengua y tiene su público. Un público que tuvo que apechugar con una obra escrita en inglés, la lengua del enemigo (la acción de la obra transcurre en la Irlanda de 1833), subtitulada en catalán, para hacer más comprensible su patriótico mensaje. Cuando al año siguiente el TNC le devuelva la visita al Abbey Theatre, confío en que el público dublinés que escuche La filla del mar (1900), de Àngel Guimerà, se haga la ilusión de que la está escuchando en irlandés, aunque sus ojos se dirijan a la pantallita para seguir la traducción en inglés.

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