En nombre de la libertad de expresión
A riesgo de provocar definitivamente el desprecio de determinada progresía oficial, cuya actitud en todo este conflicto difiere de la mía, y sin embargo, con la convicción de escribir desde una sensibilidad progresista, inicio esta reflexión. El tema es la libertad de expresión, último conflicto del conflicto global, sobre el cual estamos opinando todos para suerte de esa misma libertad. A raíz de la petición americana de la necesidad de censurar informativamente los discursos de Al Qaeda, se ha levantado una polvoreda que tiene, creo, tres frentes distintos de percepción: los media americanos, que han suscrito la petición; los europeos, que se otorgan el derecho de decidir qué y cómo la dan, y la gran cadena televisiva de Qatar, que piensa continuar con su línea informativa. Ayer mismo este diario publicaba el interesante punto de vista de la BBC al respecto. Por cierto, también publicaba el gol informativo, con imágenes falsas, que nos habían colado en algunos noticiarios, los de TV-3 incluidos... Vayamos, pues, al peliagudo asunto que tanta pasión mueve en los entresijos de la opinión, la publicada y la pública.
Vayamos. ¿Hay que emitir los discursos de Bin Laden y amigos varios, como contraste a los emitidos por el otro bando, el americano? Al Yazira lo ha dicho en estos términos: 'No podemos negar la información a uno de los bandos'. Y también en términos parecidos se han pronunciado algunos de nuestros opinadores, tan convencidos ellos de que Cataluña es un paraíso de la opinión libre. Pues bien, una, que piensa que Cataluña es deficitaria de libertad de expresión, a veces contundentemente, que echa en falta ese vigor libertario cuando hay que informar de sonoros escándalos político-económicos, o cuando hay que hacer información (y no fotomontaje, mis queridos) de la realeza y sus cosillas, o cuando hay que sacar los colores a determinados lobbies de influencia, una que cree que el oasis catalán es una camama de proporciones considerables que ha conseguido revestir de virtud lo que es una impertinente estafa, esa misma piensa que, en el tema Bin Laden, no estamos ante una defensa de la libertad de expresión. Es más, la convicción de que se defiende la libertad cuando se defiende la voluntad de televisar el discurso íntegro del personaje me parece una ingenuidad de proporciones considerables. No. Creo que no pueden emitirse los discursos de Al Qaeda y creo que no pueden emitirse, ¡ay! precisamente para salvaguardar la libertad, todas las almas de la libertad, incluida la libertad de expresión. Argumentos: el primero es que es falso que estemos ante dos bandos enfrentados con igualdad de derechos y también igualdad de razones. Estamos ante un bando, el de la democracia, dividido internamente en las maneras como esa democracia se defiende -desde los defensores de los bombardeos hasta los contrarios-, y un atajo de delicuentes de la peor ralea que, con la excusa de Dios, y bajo los auspicios de una fortuna perfectamente imbrincada en la droga y la extorsión, han sembrado la inestabilidad y el terror. Considerar a Bin Laden como uno de los interlocutores de este conflicto me parece una irresponsabilidad grave. Sería como considerar a un etarra encapuchado como interlocutor del debate sobre Euskadi. ¿O no? Y díganme ustedes, queridos míos, ¿alguien con el juicio bien blindado propondría televisar las arengas etarras justificando día a día los atentados? Creo que la libertad de expresión también sirve para defenderse de los que atentan violentamente contra la libertad.
El segundo argumento es que esos discursos han servido para alimentar un equívoco terrible entre miles de personas que, lejos de ver al terrorista enloquecido, han atisbado al líder que les faltaba para sus muchas miserias. Es decir, han atizado el conflicto dándole visos de heroicidad. Ése era el objetivo buscado por Al Qaeda y se ha conseguido. ¿Podemos permitírnoslo? ¿Podemos permitirnos, en aras de la información, participar en la transmisión de la pura y más dura propaganda terrorista? Que encima se use a Dios para justificar la muerte de miles de personas, y que ese mismo Dios ampare el cultivo del 80% del opio -heroína- del mundo o la esclavitud de millones de mujeres, resulta ya el rizo de la perversión. ¿Es ése uno de los bandos? ¿Es eso información? ¿Se informa cuando se transmite el deseo de sembrar de muertos las calles de Occidente? ¿Cuándo se transmiten amenazas que mañana podrían cuajar en un metro de Londres bombardeado, o en un edificio de cualquier ciudad americana destruido por las bombas, o en una locura de muerte biológica? Sinceramente me resulta imposible entender cómo nuestra proverbial inteligencia democrática puede resultar a veces tan proverbialmente ingenua. Las soflamas del Bin Laden de turno no tienen nada que ver con la información -¿qué información nos aportan?-, pero tienen mucho que ver con la propaganda violenta y con la guerra psicológica. Defenderse de ello no sólo no implica un recorte a ninguna libertad, implica desde mi punto de vista una auténtica salvaguarda.
Finalmente machacar en lo ya dicho alguna vez: algunos buenos amigos, con tal de ser antiamericanos (se pongan como se pongan, lo son), acaban cayendo en sutiles trampas que nada tienen que ver con aquello que les preocupa. Por ejemplo, en la trampa de Bin Laden, un personaje que quiere destruir todo principio de libertad, empezando por la vida, y cuya palabra se parece tanto a un acto de guerra que es pura guerra. Que la libertad defienda su derecho a la palabra, en lugar de defenderse de él, me parece casi un acto de suicidio. Pensemos en ello cuando, bien asentados con nuestros hijos en el sofá de casa, oigamos sus lindas amenazas.
Pilar Rahola es periodista y escritora. pilarrahola@hotmail.com
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