El autor que se escribe a sí mismo
Los tres sombreros de Mihura no son sombreros de copa, sino restos de chisteras que danzan su festival de la nostalgia. Cuando Mihura escribe Tres sombreros de copa, lleva tres años convaleciente de una operación de la rodilla, por una tuberculosis artrítica, que va a dejarle cojo para siempre: "Tengo una pierna más larga que la otra, pero en compensación tengo la otra más corta". Ha cumplido 27 años y no estrenará esta obra hasta los 47. Es un adiós a su juventud, que se ha ido cuando todavía era joven. Sus amigos Tono, López Rubio, Neville y Jardiel (que siempre anduvo un poco apartado del grupo porque quizá era un solitario sin freno ni marcha atrás) están viviendo en Hollywood y allí trabajan para el cine. Mihura ha tenido que quedarse en la cama enfermo de la pierna, y luego en las tertulias no soportará que se hable de aquellos días, de aquel ambiente. Los personajes de Tres sombreros de copa son exploradores, ancianos militares, románticos enamorados, cazadores astutos, señores odiosos y artistas de music hall, es decir, los personajes de Gutiérrez y de La Codorniz. Hay en Mihura un añorar un mundo que apenas llegó a rozar con la punta de los dedos, tal vez porque nunca acabó de existir. Es un universo castizo y obsoleto, de tiples de provincias, de tías Leocadias que cantan La Traviata, de visitas que llegan para pasar la tarde, de género chico y de zarzuela de señora gorda, de camión de bomberos mandado por Castelar. Es la eterna vieja burguesía que se desmaya una y otra vez sobre el diván. Y Mihura quiere ser escritor de una burguesía joven que viaja en automóvil y bebe cócteles a la hora del vermú y de madrugada.
A Mihura y a sus amigos, Ramón Gómez de la Serna les enseñaría que no existe la distancia entre el humor y la poesía y por eso se hacen poetas del humor. Se amotinan contra la frase hecha y contra el sentido común hecho. Son señoritos que cada mañana salen de batida a la busca del tópico ("qué ganas que tengo de que nazca nuestro hijo para saber cómo se llama", dice uno de los personajes de Mihura). No entran en política, pero cuando Franco se levanta contra la República toman partido por el primero y desde San Sebastián le hacen una revista de humor a la que llaman La Ametralladora.
La posguerra les vuelve a reunir en Madrid y entonces crean una bohemia de vencedores que van a comer en coche a Arrumbambaya y flirtean con las muchachas que andan por Chicote. Es una bohemia de cuarentones, que acabará convirtiéndose en una extraña familia de solteros a los que se les ha pasado la rosca del matrimonio; de misóginos a regañadientes, que aman a las mujeres fatales; de humoristas que tras la guerra se han quedado un poco asesinaditos y que van a fundar La Codorniz: "El humor es una pluma de perdiz que se pone en el sombrero", ha escrito Mihura.
Se ha dicho que en el humor del grupo hay un toque de los hermanos Marx, y es al revés porque fue Mihura quien había arreglado el doblaje de Una noche en la ópera. Mihura trabajó luego en el cine con su hermano Jerónimo, escribió La calle sin sol para Rafael Gil y participó en los diálogos de Bienvenido mister Marshall de Berlanga. Pero regresó al teatro cuando Gustavo Pérez Puig montó Tres sombreros de copa y la crítica se volcó a celebrarle. Ahora echa al mundo un teatro diferente del que se espera de él. Para Mihura, continuar la línea de Tres sombreros de copa es estancarse. Mihura no había hecho teatro del absurdo, sino de la evocación. En Mihura, que practica en su despacho trucos de magia, el disparate, el absurdo, no es más que una manera de ilusionismo.
Es desde el primer momento un autor que se escribe a sí mismo y que ahora quiere contar el personaje "soltero, perezoso y sentimental" en que está convirtiéndose, en el hombre maduro que va cada día a comer a casa de su madre en El Viso, y que en Madrid está dejando un regato de pisitos de soltero. No puede atarse a ninguna mujer, porque siente terror a escuchar frases como: "Yo te encuentro más gordo, Juan, desde que nos casamos". La única mujer con la que estuvo cerca de ir al altar fue Sara Montiel. En Mihura, los hombres siempre están a punto de casarse y las mujeres buscan desesperadamente un amor que las redima. Le gusta frecuentar a las chicas de alterne y luego las hace aparecer en sus obras para que exista un lugar donde nadie tenga derecho a preguntarles de dónde vienen. Y por ahí van a llegar sus problemas con la censura. En el teatro de Mihura los títulos llevan a menudo un nombre de mujer: Maribel, Ninette, Carlota, madame Renard, la bella Dorotea. Mihura es un hombre de mujeres y cuando se muere su madre se acaba el teatro de Mihura.
En el libro de Julián Moreiro Miguel Mihura. Humor y melancolía (Algaba, 2004), la biografía más completa, y más cariñosa, y cuidadosa, que se le ha dedicado, viene una fotografía en la que el comediógrafo aparece en su despacho con su máquina de escribir y su paquete de chester. Ahí se ve al hombre inconstante que Mihura aseguraba ser, al autor que entregaba el tercer acto días antes del estreno. Laín llamó al grupo de escritores de Mihura, Tono, Jardiel... "la otra generación del 27", acaso porque la comedia siempre ha sido considerada "la otra". De esta extraña familia de humoristas, Miguel Mihura y José López Rubio fueron académicos de la RAE. Pero Mihura no llegó a ejercer; pues murió diez meses después de su nombramiento, con 72 años, en octubre de 1977.
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