Las exigencias de las figuras resultan un tostón
Cuando un cartel está compuesto por una vieja gloria, una figura frustrada y un joven que ha perdido parte del encanto que ejercía en los tendidos, la cosa tiene visos de no resultar. El aficionado no se confundió. Se veía venir el tostón y llegó. La culpa, las exigencias de cada cual. A saber: el primero precisa ganado blando, las fuerzas fallan. El frustrado reclama el toro artista, lo suyo es el arte. Y el joven, poco trapío, por si las moscas. Resultado, los que salen por la puerta de chiqueros más que blandos son inválidos; en vez de artistas, tontos y descastados, y por cuernos tienen plátanos. Son los no toros de lidia que arruinan la fiesta. Ni con los toros de sus exigencias se ha visto nada.
Hernández-Garcigrande / Rincón, Finito, Juli
Cuatro toros de Domingo Hernández, justos de presencia, descastados, blandos y mansos, y dos de Garcigrande, con el mismo juego. César Rincón: estocada trasera (ovación y saludos); estocada caída (silencio). Finito de Córdoba: tres pinchazos y media estocada chalequera (silencio); media estocada (silencio). El Juli: pinchazo, estocada (ovación y saludos); estocada trasera (dos orejas). Plaza de toros de Valladolid, 9 de septiembre, 6ª de feria. Casi tres cuartos de entrada.
César Rincón reaparecía. No le esperaban muchos, la verdad. Desarbolado al torear por naturales, cambió de mano. Los redondos le quedaron sin pena ni gloria. En el otro quiso agradar a base de verónicas, no consiguiéndolo. Con la muleta apareció perdido, sin recursos, queriendo pero sin poder. Asustado, no del toro sino por la responsabilidad contraída. Y resignado a su suerte, terminó la faena asumiendo su derrota.
Finito de Córdoba espantó las moscas de su primero con ayudados por bajo, rodilla flexionada. Los más ilusos se frotaron las manos. Ya de pie, dejó claro que no pensaba mancharse el traje. Así que puso un abismo entre los dos. El toro, por un lado del riachuelo; y el fino maestro en el otro lado de la margen. Tan lejos estaban el uno del otro, que el espada se quedó ronco de tanto gritarle al animalito para que se percatara de dónde estaba el pico de la muleta que le ofrecía. Para matar se fue más lejos. En el quinto, un pregonado, anduvo de cabeza durante toda la lidia. Cuando todos esperaban que pasaportara a su enemigo, hubo sorpresa. Le dio por ponerse pesado. Trapeó sin sustancia por ambas manos, siempre de la otra margen del río, lo que le valió las palmitas de la voluntad.
Julián López, El Juli, en su segunda actuación, vino dispuesto, cuando menos, a justificarse. A su primero le echó raza ventajista. Trapeó más que toreó. Dejando una faena enganchada, sin ángel, sin chispa, triste. Una tarde más, recibió una bronca de los tendidos por no querer poner banderillas. Así como ayer le perdonaron por intercambiar los palitroques por lopecinas, hoy no le salió bien la jugada. Le protestaron en sus dos toros. Entre las virtudes de El Juli está crecerse ante la adversidad. En el sexto, que resultó una raspa medio inválida, consiguió ganarse el fervor de los asistentes. Para ello no reparó en brindar el insignificante animal a la concurrencia. Templado y gustándose por ambos pitones, para luego pasar a circulares, molinetes, pases de pecho encadenados sin mover zapatilla junto a otras exquisiteces, dio la sensación de abusar del animal. La espada viajó certera y por tanta emoción le concedieron dos orejas mediáticas.
Babelia
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