Ortografía
En la librería, veo que un niño se lleva entre sus libros de texto la Breve ortografía escolar, de Manuel Bustos Sousa, aquel librillo que teníamos en la escuela como antídoto contra los titubeos entre la b y la v, como pacificador de nuestros conflictos con la h, que en español es la más fantas-magórica de todas las consonantes; como guía para descifrar el misterio de los diptongos, el enigma volante de los acentos y las simetrías imprevisibles de la homonimia. La aprobación ministerial del texto es de 1967, y, desde entonces, el autor lo reedita a su costa en la Tipográfica Católica de Córdoba, que debe de ser una imprenta en la que los ángeles vigilan la aparición de erratas, que vienen siempre de mano del diablo. La cubierta del libro sigue inalterada, con su péndola y su rotulación de época.
"Los maestros de primaria lo ponen todos los años", me aclara el librero, y se extraña uno de esa fidelidad a un libro añejo y de apariencia árida en una época en que los libros de texto -que ya ni siquiera se llaman así, sino material curricular- aspiran al diseño futurista y al vanguardismo pedagógico.
Bustos Sousa propone dictados para que el alumno se haga con el control de las consonantes más conflictivas: "El viejo veterinario ha visto el viernes una víbora", o bien: "El viajante iba provisto de suficientes viandas para hacer frente a cualquier vicisitud", frase esta en la que, por lo que tengo entendido, cualquier alumno medianamente aplicado de la ESO cometería al menos tres faltas de ortografía, al margen de ignorar el significado de al menos tres palabras. Lee uno este libro y le viene al recuerdo la imagen de un cura que dicta -pasillo arriba y pasillo abajo, escrutando con el rabillo del ojo a los galeotes de la caligrafía- un texto con trampas mortales: "Al tirar la piedra en la honda alberca se originaron concéntricas ondas", y luego, por si faltaba algo: "El pastor lleva su hatajo a abrevar por el atajo del monte". Y aquello era como acertar la primitiva, porque la h es pura metafísica fonética, al menos en teoría: si se aspira, se disfraza de j, aunque el cura aquel no aspiraba nada, y la h era siempre un lío: "En esta hoya está enterrada una olla con valiosas joyas". Y así.
En la reciente quinta reimpresión de la quincuagésimoprimera edición de su libro, Bustos Sousa instruye a los niños de hoy en las "abreviaturas más usuales", a saber: q.b.s.m. (que besa su mano), S.D.M. (Su Divina Majestad), V.S. (Usía), ptas. (pesetas) o S.N. (Servicio Nacional... ¿de qué?), y así sucesivamente. Tampoco se olvida del modo correcto en que hay que escribir en un sobre el nombre del destinatario (con el Sr. D. antepuesto) y sus señas (sin código postal) ni de ofrecer un modelo de rotulación para las letras del abecedario. Las bromas, en fin, del paso del tiempo, que todo tiende a convertirlo en anacronismo. "Sobre el depravado déspota cayó el deshonor y la deshonra", y vemos al cura, con el libro de Bustos Sousa en la mano, delante de un crucifijo y de una fotografía del déspota. "El humilde obrero habita en una lóbrega buhardilla", y niños con los zapatos rotos, y olor a goma de borrar, y la pizarra negra, y el perdón de los pecados, y la leyenda de la vida eterna. Amén.
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