Falta de compromiso
Las duras críticas que 13 de los más prestigiosos especialistas en malaria han dirigido al Banco Mundial en la revista The Lancet no deberían caer en saco roto porque inciden sobre un problema de graves consecuencias: la ineficiente gestión de una parte de los recursos destinados a luchar contra las enfermedades que diezman a los países más pobres y la falta de transparencia de algunos programas internacionales.
Los científicos acusan a ese organismo de reducir drásticamente los presupuestos comprometidos para el programa Roll Back Malaria, que pretende erradicar, o al menos controlar, la incidencia del paludismo en los países pobres. También le acusan de falsear los resultados de las acciones financiadas por ese organismo. El Banco Mundial niega las acusaciones, pero es evidente que los compromisos de ayuda no se están cumpliendo y que cada vez parece más difícil alcanzar el objetivo fijado en el programa de reducir a la mitad en 2015 la mortalidad y la incidencia de la malaria.
La malaria, la tuberculosis y el sida son las tres enfermedades que causan los mayores estragos en el mundo subdesarrollado. En el caso de la malaria, las cifras son estremecedoras: más de un millón de muertos al año, en su mayoría niños de menos de cinco años. No estamos hablando de un problema menor. El hecho de que el Banco Mundial recomiende utilizar en los programas que financia fármacos que no son los más eficaces y que aumentan las resistencias al tratamiento constituye una anomalía muy grave que requiere explicaciones mucho más precisas.
Teniendo en cuenta que las ayudas económicas que los organismos internacionales dedican a combatir la enfermedad son manifiestamente insuficientes, su mala gestión es doblemente inmoral. Si además el banco sólo ha desembolsado, como aseguran los especialistas, un tercio de los 325 millones de euros comprometidos en un periodo de cinco años, el impacto de esta decisión puede ser muy grave. Hay que tener en cuenta que algunos de estos países tienen un presupuesto sanitario inferior a los 20 euros anuales por habitante y que una mosquitera impregnada de insecticida -una de las pocas armas eficaces para evitar la infección- cuesta cinco.
Enfermedades como la malaria, el sida o la tuberculosis son a la vez causa y consecuencia de la pobreza. Por eso, para luchar contra la pobreza hay que erradicar la enfermedad y viceversa. Cada vez que los directivos del Banco Mundial, desde sus confortables poltronas, deciden un recorte en los programas de ayuda, están condenando a muerte a miles de personas.
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