Óscar, el genio
Óscar Freire, nombre y apellido, ganador ayer en Dax de la última etapa llana de este Tour y poseedor de un envidiable palmarés de victorias -y lesiones- que, si empezase a enumerarlas y contarlas con detalles, no tendríamos suficiente con este breve espacio. Un día me contó que debió de haber otro Óscar Freire famoso. Bueno, famoso o no, tampoco lo sabía exactamente, pero el caso es que, gracias a sus -desconocidos para él- méritos, tuvo el honor de que le dedicasen una calle. Lo digo más que nada por si algún día van despistados por São Paulo, en Brasil, y ven un cartel que les sitúa en la rua Óscar Freire. Nada que ver con el genio del Rabobank, mi compañero.
Óscar es un corredor atípico. Para mí, calificarlo de sprinter es restarle méritos. Claro que lo es, pero es mucho más, de eso no hay duda. En sus años de amateur, en los que éramos rivales, era ya un corredor ganador. Esto no significa tan sólo que ganaba -que también lo hacía, claro está-, sino que tenía una cualidad, más bien un instinto, que era el de ganar. A veces, no era ni el más fuerte ni el más veloz ni el más astuto y, sin embargo, ganaba. A veces, sí y también lo hacía. Y otras, ni lo uno ni lo otro y no ganaba, que tampoco todo el campo era de rosas.
Una vez en profesionales, se especializó en ser un sprinter que remonta. Dejaba hacer a los demás e imprimía a su bicicleta una aceleración letal en los últimos 50 metros. Ayer volvió a demostrar que ésa es su mejor cualidad, pero no la única. Sin ir más lejos, la anterior victoria de este Tour la consiguió tomando la iniciativa. Y la victoria anterior a ésta, en la pasada Vuelta a Suiza, la logró gracias a una sorprendente maniobra en la que saltó transversalmente una acera para tomar una rotonda por el lado más corto y distanciarse así de sus rivales. No sólo genio, también figura.
Aunque al margen de sus armas, quizá su gran especialidad sea ser campeón del mundo. No me pregunten cómo ni por qué, pero el caso es que un día se le metió en la cabeza serlo y lo fue. Y otro se propuso repetir y lo repitió. Y se empecinó en hacerlo por tercera vez y lo hizo, con el añadido de conseguirlo de nuevo en Verona, su ciudad fetiche, la que le cambió la vida.
Yo, a veces, cuando estoy con Óscar y veo a Tom Boonen con el maillot arcoiris, le pregunto: "¿Qué hace ese con tu maillot?". Y Óscar sonríe, pero a la vez se queda pensando. Y estoy seguro de que piensa, como yo, que Boonen es un usurpador y que ese maillot es de Tom porque Óscar no lo pudo defender en Madrid el año pasado, pero que llegará octubre y, con él, el Mundial y allí se hará justicia y el orden se restablecerá. Yo, desde luego, confío en él. Además de un genio, es un especialista.
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