El jesuita y el comunista
El último premio Internacional Alfonso Comín recayó conjuntamente en el jesuita José María Díez-Alegría y el político comunista Gregorio López Raimundo por su larga trayectoria de luchadores en pro de la justicia y la libertad. Por caminos diferentes han compartido una misma esperanza en el futuro mediante una política transformadora del mundo o el testimonio de una fe religiosa vivida como servicio a la liberación del ser humano. Ambos fueron amigos queridos de Comín. El jesuita le acompañó, junto a sus compañeros de orden José María de Llanos y Nepo García Nieto, en el movimiento Cristianos por el Socialismo, y mi amigo fraternal militó en el PSUC de Gregorio. Éste y Antoni Gutiérrez Díaz, Guti, asumieron su voluntad de trocar el viejo ateísmo dogmático del partido por un laicismo integrador de toda fe religiosa promotora de libertad y justicia. Díez-Alegría se refirió al comunista como una persona a la que "tanto admiro y respeto". López Raimundo, citando al teólogo, dijo: "No me imaginé nunca un final tan feliz al estar a su lado compartiendo este premio". El alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, admirado por la longevidad de ambos (95 años Díez-Alegría y 92 López Raimundo), los puso como ejemplo de que "ser revolucionario, afrontar momentos muy complicados y decidir libremente permite llegar a tan avanzada edad con lucidez envidiable".
De las fructíferas relaciones que Comín trenzó con estos dos amigos recuerdo ciertas anécdotas, para mí memorables. Tras una acalorada discusión entre él y el teólogo sobre la doctrina social de la Iglesia (que este último defendía frente al marxismo con ese rigor sutil y matizado de los jesuitas), Díez-Alegría se marchó de la casa de Comín dando un portazo indignado. Con el tiempo, los argumentos cominianos debieron de hacerle efecto, pues al final asumió sus tesis y, expulsado de la Compañía de Jesús (por entonces aún muy conservadora), se fue a vivir a un barrio obrero y llegó a tener, igual que Comín, carnet del PCE "y el Verbo se hizo carné", como una vez dijo con humor De Llanos agitando el suyo de Comisiones Obreras. Díez-Alegría se reía recordando una antigua broma mía. Yo le llamaba "el jesuita chicle" porque sabía estirar la doctrina social católica hasta tal punto que, en mi opinión, un día se le rompería. Cosa que, en efecto, ocurrió. Por otro lado, recuerdo que la noche en que murió Comín, López Raimundo se la pasó velándole junto a otros amigos. Me emocionó cómo entretuvo las horas. Leía unos Evangelios que encontró por la casa, como si quisiera cerciorarse de los motivos cristianos que había tenido su camarada de partido para luchar por la causa de los explotados y oprimidos y compartir con él idéntico combate y la misma fe en la Humanidad. Es obvio que no hablo de conversión cristiana de López Raimundo, sino de la comprensión intelectual y afectiva que, con toda humildad y sencillez, practicó aquella noche. Años más tarde, tras una conferencia que di junto a Quim Sempere y Manuel Vázquez Montalbán sobre el marxismo y la fe de Comín, en la que mantuve la idea de que, a partir de creencias diferentes habían coincidido en dicha fe humana comunistas demócratas y cristianos anticapitalistas, se me acercó un Gregorio López Raimundo conmovido para decirme: "Por fin he comprendido lo que es la fe". De nuevo, gracias a Comín, y más allá de ortodoxias dogmáticas y estériles, su comprensión racional e inteligente de las razones de una ortopraxis común y fraternal.
En una entrevista reciente, Salvador Giner, presidente del Institut d'Estudis Catalans y último premio nacional de Sociología, afirma que España sufre una evidente descomposición moral y que ya no tiene creencias. El ejemplo que considera paradigmático se refiere precisamente al que dieron mis citados amigos: "Somos indiferentes a la Iglesia y al Partido Comunista, por simplificar así las ideologías". Durante el franquismo, la Iglesia contaba con gentes como Díez-Alegría o Comín frente a una jerarquía por desgracia muy semejante a la actual. El PC había roto con el estalinismo moscovita y desarrollaba con muchos católicos de base la lucha democrática. Creencias distintas pero la misma fe. Giner la echa en falta en cuanto supone una moral cívica y un patriotismo coherente que actualmente, según él, se han esfumado. Del idealismo comunista al materialismo consumista, y del cristianismo a la teocracia reaccionaria que provoca el rechazo indiferente. Todo ello obtenido por el capitalismo competitivo y unos jerarcas católicos más ocupados en combatir junto al PP las políticas humanizadoras del Gobierno que en dar auténtico testimonio evangélico. ¿Habrá sido inútil el esfuerzo de quienes, como los merecedores del Premio Alfonso Comín, decidieron con fe correr riesgo de muerte, prisión o exilio para que nuestra sociedad no fuera lo que fue en el pasado ni lo que parece ser en el presente? Los dos nonagenarios, el jesuita y el comunista, no sólo son un ejemplo admirable de lucidez, sino de una moral altruista que les eterniza la juventud de espíritu. Esa forma de juventud que entre todos estamos robando a los jóvenes por nuestra cómoda e irresponsable indiferencia ante los males que aún persisten en España y el mundo.
J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.
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