La rabia de Chanel
Una biografía que incluye 600 imágenes recupera un mito de la moda
No hay una Coco Chanel, hay miles. Ella misma, en uno de los pasajes que su amigo Paul Morand recoge en el libro de memorias El aire de Chanel, se retrata multiforme: "Ofrezco unos contrastes que sólo me interesan a mí, y a los cuales no llego a acostumbrarme. Me considero una persona tímida y valiente a la vez, de lo más triste y alegre, detesto dar lástima, pero me gusta lamentarme, hacerme la víctima. Yo no soy violenta, lo son esos contrastes que chocan dentro de mi pequeña persona".
"No soy violenta, lo son esos contrastes que chocan en mi pequeña persona"
"Las personas aburridas son tóxicas y la bondad me molesta"
El libro de Morand (editado en España por Tusquets en 1989) es el retrato descarnado y tremendista, escrito en primera persona y en forma de vómito-monólogo, de una mujer que, furiosa, proclama su soledad mientras los demonios y los recuerdos la asaltan: "Continúo sola, sola. Más sola que nunca. No quiero añadir puntos suspensivos tiñendo mi aislamiento de una melancolía impropia de mi temperamento. Simplemente constato que he crecido, que he vivido y que envejezco sola".
Pero para hacer justicia al personaje, es el libro de Edmonde Charles-Roux El siglo de Chanel (que ahora publica en España Herce Editores) el que lo sitúa en su contexto biográfico e histórico. A lo largo de casi 400 páginas, con más de 600 fotografías e ilustraciones, el libro nos enseña que Chanel estuvo siempre rodeada de amigos y amantes, que vivió como le dio la gana y que, por tanto, su lamento no era cierto sino mucho peor. Chanel no estaba sola. Chanel se sentía sola.
El libro de Charles-Roux, escritora y presidenta de la Academia Goncourt, es un viaje desde el orfanato donde Gabrielle Coco Chanel se crió hasta los salones donde ella y sus amigos (de Misia Sert a Jean Cocteau, Colette, Picasso o Stravinski) se asomaron al mundo. Hija de un vendedor ambulante y de una campesina (orígenes que siempre ocultó), abandonada tras la muerte de su madre en un orfanato cuya estética rígida y austera alimentó los cánones de su estilo, Coco fue una mujer que se adelantó a su tiempo y que despreció los signos de ostentación de una época para sustituirlos por otros nuevos. En las fotografías de principios de siglo se adivina a una joven alegre y redonda muy diferente a la consumida diosa de la rue Cambon de París.
Chanel quiso ser actriz y bailarina antes que costurera, quiso amar pero la fatalidad (su gran amor Boy Capel murió en un accidente de tráfico) y su hambre social la incapacitaron para entregarse a nadie que no fuera ella misma. La moda se convirtió en la expresión de toda su rabia, social y creativa. "¿Qué ha inventado Chanel? El miserabilismo de lujo". La frase la dijo Paul Poiret en 1925 tras ver los modelos de Coco para el Pabellón de la Elegancia de aquel año. El célebre modista lamentaba que las mujeres ya no eran esculturales mascarones de proa, sino "telegrafistas muertas de hambre".
El libro que ahora se edita recoge detalles de Chanel de antes y después de la ocupación nazi (la sombra del colaboracionismo la obligó a exiliarse a Suiza, de donde regresó amargada, pero triunfal, años después). Y recuerda que fueron dos príncipes, uno ruso y otro inglés, los que más aportaron sin saberlo al estilo Chanel. Dimitri de Rusia (exiliado y arruinado) y el duque de Westminster (inmensamente rico pero apartado de la corte por sus escándalos amorosos) le abrieron los ojos al buen gusto. Ella, que se burlaba de la abulia de la alta sociedad ("los reyes han desaparecido pero las cortesanas no"), justificaba su amistad como una curiosidad "paleontológica": "La riqueza cuando llega a ese nivel ya no tiene nada de vulgar, está situada muy por encima de la envidia, toma proporciones de catástrofe".
Además, el texto recoge anécdotas de la enemistad con la italiana Elsa Schiaparelli y la rusa Elsa Triolet, de las que detestaba que eran de buena familia, que vivían -como ella- entre artistas y escritores y que juntas creaban ropa y joyas en sus antípodas, pero que lograban atraer a las mismas clientas.
Chanel decía que hay que hablar de la moda con entusiasmo, pero sin exagerar, sin poesía, sin literatura: "Un vestido no es ni un cuadro ni una tragedia". Sin embargo, su esfuerzo fue el de alguien obstinado en trascender. Fumando sin parar, haciendo gala de que convirtió en símbolo de lujo la bisutería barata y la comodidad para las mujeres en un gesto de elegancia, Chanel supo expresar como nadie que nada nos engancha tanto a las personas como sus defectos. Por eso, retorcida en su chaqueta de tweed, permanece: "Sólo espero del mundo ingratitud. ¿La auténtica generosidad no consistirá acaso en conocer la ingratitud y aceptarla? Si me abandono, sé que la melancolía me espera con la boca abierta... Las personas aburridas son tóxicas, la bondad me molesta y la sensatez me desborda. Siempre que he hecho algo sensato me ha dado mala suerte. En resumen, esto es lo que soy. ¿Han entendido? Pues bien, también soy todo lo contrario".
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