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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué tareas son rutinarias?

Los ordenadores están transformando el trabajo humano. Como uno de nosotros (Luis) explica en su reciente libro El dilema de España (Península, enero de 2014), las tareas rutinarias manuales ya han sido automatizadas por robots. Por ejemplo, las fábricas han prescindido de miles de aburridos, pero bien pagados, trabajos manuales. También muchas tareas rutinarias intelectuales están desapareciendo: los enormes edificios de oficinas llenos de empleados rellenando formularios son cada vez más un recuerdo del pasado.

De lo que quizás no somos conscientes es de la cantidad de empleos que son rutinarios cuando se aplica suficiente capacidad informática. Hace unos años pensábamos que el ajedrez requería una combinación de inteligencia y creatividad que los ordenadores jamás tendrían. Luego aprendimos que un superordenador podía derrotar a un campeón humano. Hoy, un programa que corre en su teléfono móvil es varios órdenes de magnitud superior que el mejor ajedrecista humano de la historia.

Y no es solo es capacidad, es también precio. Uno de nosotros (Jesús) estuvo el martes comprando un ordenador nuevo. Uno de los modelos que consideró tenía 2.310 procesadores y costaba 2.248 dólares (unos 1.650 euros), menos de un dólar por procesador. Esa máquina cuenta con más poder computacional que los superordenadores de hace muy pocos años que costaban millones de dólares.

Esta combinación de capacidad informática y precio significa que actividades diarias, como conducir un coche, han sido ya transformadas. Los coches de Google circulan por las carreteras californianas con normalidad. Es un problema resuelto que solo espera a los cambios legislativos para ser una realidad diaria.

La existencia de vehículos conducidos por ordenador traerá muchas cosas buenas. Uno podrá dormir un rato por las mañanas mientras el coche le lleva al trabajo. Habrá menos accidentes, menos gasto energético y mejor flujo de tráfico. Desafortunadamente, también perjudicará a las personas que conducen profesionalmente.

Pensemos en un conductor de camión. Según el Observatorio social del transporte por carretera del Ministerio de Fomento (2012), el convenio colectivo del transporte por mercancías fija en 26.774 euros el sueldo anual de un conductor de camión en Vizcaya (el más elevado de España), por 1.724 horas de trabajo. Dado que el sueldo medio en España de un trabajador a tiempo completo es de unos 26.000 euros, un conductor de camión en Vizcaya es casi la definición perfecta de un ingreso de clase media. Y ello para una persona que no necesariamente ha realizado estudios superiores, pero que es capaz de un trabajo cuidadoso y sostenido.

Dado las grandes ventajas que tendrán los camiones automáticos (no se cansan, son más fiables y más baratos), en unos años puede que los conductores de camión sean algo similar a los conductores de diligencias: algo que aparece en las películas antiguas. Un trabajo que no parecía rutinario termina siendo perfectamente automatizable.

Pocas cosas son tan preocupantes como el bajísimo número de nuevas empresas de Internet en España

Pero los conductores de camión no son los únicos que sufrirán. Los diagnósticos médicos asistidos por ordenador, que ya son una realidad en cáncer y arteriosclerosis, eliminarán, en muchos casos, al radiólogo. Es fácil entrenar a un sistema experto para que analice, de una manera más efectiva que un humano, una mamografía. Buena parte de los contratos y actos jurídicos podrán ser automatizados, prescindiendo con ello de muchísimos abogados. Incluso nuestros trabajos, de profesores, puede que sean sustituidos en buena medida por sistemas automáticos de enseñanza.

Cabe pensar que el cambio tecnológico es una constante desde hace 300 años. En un par de siglos, las personas que trabajan en el campo en España han pasado de ser cerca del 75% de la población a poco más del 4%. ¿Por qué preocuparse ahora? ¿Estamos observando algo nuevo? ¿No cabe imaginar que, frente a nuestras preocupaciones (iguales a las que tenían los economistas del siglo XIX), la economía generará suficientes buenos nuevos empleos a medida que crezca la productividad?

El reto es que ahora existen dos diferencias: la velocidad de los cambios y el efecto sobre muchísimos empleos. Ninguna tecnología ha aumentado a esta velocidad desde el principio de la historia. La ley de Moore (sugerida en 1965 por Gordon Moore) predice que el incremento en la capacidad de los ordenadores cada dos años es igual al acumulado desde el principio de su existencia hasta ese punto. Y en cuanto a su efecto amplio, los avances informáticos son una tecnología genérica que igual afecta a un camionero, un médico, o un abogado.

Estas diferencias pueden tener dos consecuencias importantes. La primera es una fuerte polarización del ingreso. Una minoría de la población, que por educación y capacidades innatas interactúe bien con las nuevas tecnologías, verá incrementar sus ingresos de manera espectacular. Una mayoría de la población, ante la mejor demanda por sus servicios, verá que sus salarios caen. La velocidad del cambio será tal que estos trabajadores tendrán poca capacidad de reaccionar a tiempo. Muchos de ellos simplemente abandonarán la población activa (algo que ya se observa en Estados Unidos).

La segunda consecuencia es que la polarización social puede envenenar la dinámica democrática según crezcan los descontentos con el sistema y los Estados de bienestar luchen por sobrevivir ante la nueva división del trabajo. Estos dos efectos serán particularmente perversos en países —como España— poco preparados para este cambio.

¿Qué cabe hacer? Mover a la mayor cantidad de gente posible del segundo grupo (los perdedores) al primero (los ganadores). La clave, más que nunca, es la educación en habilidades abstractas, analíticas y creativas. Google lo encuentra todo, pero hay que saber qué preguntarle. Un coche automático te lleva adonde quieras, pero hay que saber adónde ir. Las posibilidades de Internet son casi infinitas.

Desgraciadamente, como hemos argumentado repetidas veces en estas páginas, el sistema educativo español y nuestro proceso de selección de élites está particularmente mal enfocado para ello. Pocas cosas son tan preocupantes como el bajísimo número de nuevas empresas de Internet en España en comparación con nuestros vecinos europeos, Asia, Israel o Chile. Una nueva era de los ordenadores está llamando a la puerta y España, como muchas otras veces en nuestra historia, está durmiendo la siesta.

Jesús Fernández-Villaverde es catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania. Luis Garicano es catedrático de Economía y Estrategia de la London School of Economics.

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