El proletariado emocional
Mujeres, pensionistas y precarios pueden ser una masa crítica muy incómoda para quien la ignore
Lo que no consiguieron las otras mareas (educación, sanidad, agua…) —aunar el sentido de las protestas contra la gestión de la crisis que ha hecho el PP y contra su política distributiva en la recuperación— lo pueden lograr las que ahora se organizan con nueva intensidad: mujeres, pensionistas y precariado. Sus componentes son prácticamente los mismos que antaño aunque ordenados de otro modo. Son los ciudadanos que José María Lasalle denominó “el proletariado emocional” (Contra el populismo, Debate), los perdedores de una manera inarmónica de administrar los costes de la recesión y del crecimiento.
Los pensionistas sorprendieron la pasada semana con convocatorias multitudinarias en bastantes ciudades (en muchos casos sin el uso multiplicador de las redes sociales y de Internet, sino a través del boca a boca) contra una subida —“de mierda”— de sus pensiones. Si el montante del 0,25% de incremento produce indignación, mucho más lo han hecho las antipáticas declaraciones de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, defendiendo —contra todo sentido de la realidad— la ausencia de pérdida de poder adquisitivo de este colectivo, cuando cualquiera puede observar lo que sucede con productos básicos como la luz, el gas, los alquileres, el agua, etcétera. Existe para los jubilados un Índice de Precios al Consumo mucho más sensible que el general.
Las mujeres van a acudir el día 8 a una huelga general —calificada de “elitista” en el argumentario del partido del Gobierno— con muchas reivindicaciones, pero una muy cercana: la brecha salarial media de género de un 23% con los hombres que ocupan su misma función en el seno del mercado de trabajo (consultar la Encuesta Anual de Estructura Salarial, del Instituto Nacional de Estadística). Las organizadoras pretenden eliminar el “velo de la igualdad” que anestesia a las mujeres con lo ya obtenido en las últimas décadas.
Además de tantas mujeres y bastantes pensionistas, entre el precariado está ese colectivo invisible de personas mayores de 45 años, de las que casi nadie habla, que perdieron su puesto de trabajo en los años recesivos y que ya son parados estructurales porque no volverán a tener empleo, o que han obtenido uno mucho peor que el que tenían antes.
Los jóvenes son el núcleo duro del precariado: según el último Observatorio de la Emancipación del Consejo de la Juventud, que identifica a la población joven como “el colectivo con mayores probabilidades de encontrarse por debajo del umbral de pobreza económica, sufrir carestía material severa o residir en hogares con baja intensidad de empleo”, sólo el 19,4% de las personas entre 16 y 29 años consigue hoy irse a vivir a una vivienda fuera del hogar; y las relaciones laborales de corta duración van ganando hegemonía entre la población joven, de tal manera que los contratos indefinidos representan menos del 8% del total de los nuevos contratos registrados por el Servicio Público de Empleo Estatal.
Mujeres, pensionistas y precarios no son una broma electoral para el partido que los ignore. Son masa crítica. Con su falta de empatía, este va a conseguir que aquel lema del padre Peyton “la familia que reza unida permanece unida” sea sustituido por el de “la familia a la que se engaña unida [hijos, padres y abuelos] se manifiesta unida”.
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