Así se derrite un salario mínimo interprofesional en un mes
Delia Servin, trabajadora en el servicio doméstico, ingresa 1.080 euros netos mensuales. Apenas gasta en ocio, casi nunca come carne o pescado y no enciende ni el aire acondicionado ni el lavavajillas de su casa alquilada. Estos fueron sus gastos en junio
Delia Servin, de 57 años, apunta todos sus gastos. “Lo hago todos los meses”, explica en su casa, con todos los tiques de junio y el cuaderno en el que toma nota de los importes sobre la mesa del salón. Es una estancia pequeña, un bajo con luz tenue en el barrio madrileño de Valdezarza. Su nuera, Paula Pérez, de 23 años, recuerda una anécdota: “Una vez fui con su hijo, mi pareja, a hacer la compra y se nos perdió el tique. Nos dimos la vuelta para buscarlo por el camino hasta que lo encontramos en el suelo”, dice entre risas, que se contagian a Delia. La extrema minuciosidad de esta trabajadora doméstica de origen paraguayo, que sirve a EL PAÍS para detallar cómo se evaporan sus ingresos, esconde un reverso terrible: el principal motivo por el que lo hace es que, aunque trabaja casi a jornada completa, le cuesta muchísimo llegar a fin de mes. En junio se gastó 25 euros más de su salario, a pesar de que apenas invirtió en ocio ni sufrió imprevistos.
Delia cobra en torno a 14.500 euros brutos —antes de impuestos— al año, el salario mínimo interprofesional (SMI) proporcional a las 38 horas semanales que estipula su contrato. En febrero el Gobierno trasladó al Boletín Oficial del Estado (BOE) el acuerdo con los sindicatos para subirlo un 8%, de forma que a jornada completa (40 horas) queda establecido en 15.120 euros. Esta trabajadora percibe 1.080 euros netos —después de impuestos— al mes sin pagas extra, unos 50 euros menos de los que ganaría mensualmente trabajando dos horas más.
En junio el 55% (609 euros) de esos 1.080 euros se evaporó en gastos fijos. La principal partida fue el alquiler, por el que abona 350 euros mensuales. Comparte piso con su hijo y su nuera, que viven en la otra habitación de la casa y pagan otros 450. Aunque ellos abonan algo más de alquiler al ser dos, su economía es más precaria que la de Delia, ya que trabajan por horas y sin la seguridad de cuánto ingresarán cada mes. “No podríamos vivir solos. Sería imposible”, lamenta Paula. En los últimos 10 años los alquileres han crecido un 51,4%, mientras que los salarios solo han aumentado un 3,4%. El acelerón es aún peor en grandes ciudades como Madrid o Barcelona, donde el fenómeno se acentúa por la densidad de población y los pisos turísticos.
En agua y energía gasta 27 euros en todo el mes (un tercio del coste total, que reparte con su hijo y su nuera). “Hay aire acondicionado en la casa, pero ni lo usamos ni lo vamos a usar. Está prohibido. No sé ni dónde está el mando para encenderlo”, dice Delia. Tampoco usan el lavavajillas, y el horno, como mucho, lo encienden una vez al mes. “Cuando cobramos, a principios de mes, compramos carne y la asamos. Es algo que se suele hacer en Paraguay”, indica Paula. Es una excepción, un hito mensual que no repiten. Una tradición a la que sí han dado la espalda para no encender el horno es la sopa paraguaya: “Es como un bizcocho, con harina, leche, huevo y queso. Todos los ingredientes te salen por unos 15 euros y no quiero gastar tanto habitualmente”.
En otros gastos fijos se esfuman 231 euros de Delia, entre los que destacan 108 euros que envía a sus familiares en Paraguay, 80 de una deuda bancaria y 25 del abono transporte. “Que bajase tanto nos salvó todo este tiempo. Parecía que iban a volver a subirlo a 60 y algo. Menos mal que no”. La rebaja es parte del paquete de ayudas que lanzó el Gobierno para compensar el subidón de la inflación el año pasado (la mitad de la bonificación corre a cargo de la Comunidad de Madrid). Gasta 10 euros en internet, pero no paga por su línea telefónica: “Me la cubre mi hermana, formo parte de su plan familiar”, indica Delia.
La segunda mayor partida de gasto en el presupuesto de Delia, después del alquiler, es la de alimentación. Gasta 291 euros al mes, con los que se cubre casi toda la comida de los tres inquilinos de la casa. Más allá del asado puntual de principios de mes, “no comemos carne que no sea de pollo”, indica Delia. “Nos van a salir plumas”, bromea su nuera. “Aprovecho cuando hay oferta para comprar un pollo y de ahí saco los filetes, hago caldo... Me da para varias comidas”, detalla Delia. Tampoco comen fruta y apenas compran pescado. “Como mucho atún en lata”, matiza esta trabajadora. A mediodía, su nuera consume cada día una de estas latas mezcladas con arroz instantáneo: “Así, el almuerzo de toda la semana me sale por unos 10 euros. Me pagan por horas, y al estar ahí sentada comiendo te miran como ya te estás tardando”. Desde el inicio del torbellino inflacionista con la invasión rusa de Ucrania, los precios de los alimentos han crecido en torno a un 20%. “Voy cambiando de supermercado. Hay cosas que cojo en uno u otro, en función del precio”, añade Delia.
En junio Delia gastó solo 73 euros en ocio, un 6,6% de sus ingresos mensuales. “Yo intento no salir”, explica. En esta partida se incluyen Netflix y Prime Video, por los que paga 18 euros al mes. El único día que salió en todo junio: “Fui al cine, cenamos por 23 euros y cogimos un Uber. Esto es todo lo que he hecho este mes”. Asegura que apenas sale con sus amigas, atemorizada por el golpe que supondría a final de mes una cuenta a escote entre varios comensales. No viaja desde octubre del año pasado: “Fui a un pueblo de Barcelona por mi cumpleaños. Solo pagué el tren, porque fui a casa de una amiga. Le dije que no saliésemos, que estaba todo muy caro allí”. No gastó ni un euro en combustible (no tiene coche), ni en medicinas, ni en hacer deporte, ni en ropa. “Cuando necesito una camiseta o algo, aprovecho las ofertas de ropa a un euro en Humana (tiendas de segunda mano)”, explica.
Así, pese a la mesura con la que gestiona sus cuentas, Delia gastó en junio 1.105 euros, 25 más de los que gana. “Sí, este mes me pasé. Hay otros meses en los que ahorro unos 25 euros, pero no mucho más. Ojalá pudiera ahorrar 100 euros al mes y acabar juntando unos 1.000 euros al año”. De los 40 gastos contabilizados, 30 (el 75%) se concentran en los 15 primeros días del mes. “A partir de ahí arrastramos, no te puedo invitar ni a un café en el bar”, añade Delia, que recuerda una época en la que su salario, aunque era inferior, le cundía más: “Lo importante es cuidar que no suban los precios, más que subir los salarios. Hace unos años ganaba 900, pero comíamos bien. Con 10 euros comíamos todas la semanas de todo”. En 2022 el poder adquisitivo de los españoles cayó un 5,3%, de las peores contracciones de toda la OCDE.
La explosión del SMI
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, cree que las últimas y elevadas subidas del SMI son “la medida más eficaz para mejorar la vida de la mayoría social” en España. “Aunque hemos hecho mucho”, indica en conversación con EL PAÍS, “creo que es insuficiente. No conozco a la trabajadora de la que me hablas, pero sé muy bien cuál es el coste de la vida y no se puede vivir con 1.080 euros al mes ni en Madrid ni en A Coruña. Es imposible. Por eso decimos que el salario mínimo tiene que seguir subiendo para reducir la desigualdad”. La candidata a la presidencia del Gobierno por Sumar recuerda que España sigue muy lejos de la media europea en términos salariales: “Tenemos que ir a un modelo social en el que compitamos no por bajos salarios, sino por productividad, que tengamos empresas más modernas, con innovación, formación y mejores sueldos”.
El secretario general de CC OO, Unai Sordo, lleva toda la legislatura defendiendo que la subida del salario mínimo es positiva, pero que debía formar parte de un gran pacto de rentas para asegurar que las clases trabajadoras no sufriesen situaciones como la que describe Delia. “Deberíamos haber repartido mejor el coste de la inflación. Debería haber pasado por medidas fiscales más ambiciosas y una contención de los márgenes y los beneficios empresariales”, dice Sordo. Es decir, cree que ayuda a las personas con salarios más bajos a que crezcan sus emolumentos, pero sin una visión redistributiva más global, estos incrementos se quedan cortos. “La fotografía se ha acabado estropeando un poco al final por el disparate de inflación que hemos tenido. Y a nadie se le escapa que con el SMI hay muchas ciudades de España donde es imposible llegar a fin de mes. Es un salario de subsistencia”, añade Sordo. Aunque la inflación ha moderado su subida en los últimos meses y la española está entre las menores de Europa, alcanzó niveles tan altos en 2022 que hirió muchísimo el poder de compra, especialmente de los más vulnerables.
El vicesecretario general de Política Sindical de UGT, Fernando Luján, resalta la necesidad de “permanecer absolutamente vigilantes para que el poder de compra se mantenga y, si puede ser, se incremente”. En el sindicato, aunque valoran mucho las alzas recientes, creen que aún queda camino por recorrer para que el salario mínimo se equipare con el 60% del salario medio, objetivo enarbolado por el Gobierno. “Se recuerda poco que una retribución digna y suficiente es parte de los derechos humanos”, indica Luján. Su sindicato reclama una reunión para analizar el desarrollo del salario mínimo al ministerio de Díaz, que se había comprometido en febrero a un encuentro de estas características. Entre los aspectos a mejorar, UGT señala que muchas empresas están aprovechando las subidas del SMI para diluir los complementos salariales.
Trabajo, CC OO y UGT han acordado las tres últimas subidas del SMI (de 950 euros brutos en 14 pagas a principios de 2020 a 965 en septiembre de 2021, de ahí a 1.000 en septiembre de 2022 y de esa cifra a 1.080 en enero). A ellos se sumó la patronal en el acuerdo de enero de 2020, que elevaba el SMI a 950 euros mensuales. Ese fue el primer incremento con Díaz como ministra de Trabajo, pero antes hubo otro acelerón, en diciembre de 2018. El entonces Gobierno en solitario del PSOE, que tomó las riendas tras la moción de censura a Mariano Rajoy, se comprometió con sus socios parlamentarios de Unidas Podemos a incrementar el SMI de 736 a 900 euros, pacto que cristalizó en el BOE en el inicio de 2019. Así, el salario mínimo ha crecido en España un 47% desde 2018, mucho más que en países vecinos como Portugal (31%, hasta 760) o Francia (14,1%, hasta 1.465).
Estos incrementos coinciden con una mejora sostenida del mercado laboral, que hace tiempo que dejó atrás el varapalo pandémico. El martes se publicó el último dato de afiliados a la Seguridad Social, que recoge un máximo histórico de 20,87 millones de trabajadores. La cifra de desempleados está ligeramente por debajo de los 2,7 millones, la menor desde septiembre de 2008.
Los incrementos del salario mínimo tienen un efecto especialmente positivo en los colectivos más vulnerables. Y ya que el 25% de las trabajadoras cobró el salario mínimo o menos en 2021, frente al 10,7% de los hombres; y que las extranjeras cobraron de media 11.831 euros al año, frente a los 15.382 de los extranjeros (19.863 las españolas y 25.005 los españoles), Delia tiene todas las papeletas para que estos incrementos le repercutan positivamente. Los sindicatos calculan que la última subida favoreció a unos 2,3 millones de trabajadores, sobre todo a mujeres, inmigrantes y jóvenes. “Subir el salario mínimo es la mejor herramienta para combatir la pobreza laboral y además es feminista por excelencia. Los incrementos tienen un impacto en el resto de las retribuciones, tirando de ellas para arriba”, agrega Díaz. En esa senda también camina el acuerdo salarial de patronales y centrales sindicales firmado en mayo, que insta a todas las empresas a subir los salarios un 4% este año, un 3% en 2024 y un 3% en 2025, con un 1% adicional aplicable al ejercicio posterior si la inflación rebasa estos incrementos.
Trabajo agotador
A sus 57 años, Delia cada vez sufre más trabajando. “Me duele mucho la espalda, la tengo destrozada. Sufro de escoliosis”, explica. Los movimientos que repite cada día limpiando desgastan su cuerpo, hasta el punto de que en algún momento futuro cree que no será capaz de seguir realizando tareas tan físicas. “Me preocupa mucho y por ello estoy iniciando los trámites para estudiar Integración Social, para poder trabajar en una oficina ayudando a mujeres migrantes”, indica Delia.
La vocación le viene de largo, dado su papel activo en la organización Sedoac (Servicio Doméstico Activo), que pelea por los derechos de sus compañeras de profesión. Tomó conciencia de la importancia de implicarse nada más llegar a España, en 2007, cuando fue detenida por no tener papeles y encerrada en un Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). “Fue horrible. En esa época era interna, así que salía muy poco a la calle. Desde entonces lo hacía aún menos por miedo a que me detuvieran”. Entonces trabajaba más horas por aún menos sueldo.
En junio se gastó 80 euros en homologaciones para sus estudios, que seguirán consumiendo parte de sus ingresos. Delia tiene claro que merece la pena, aunque el día de la entrevista con EL PAÍS, el 29 de junio, le quedasen solo 10 euros en la cuenta del banco.
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