Hace unos meses no tenía techo. Hoy habla en la ONU
Los microcréditos han permitido a la colombiana Jessica Hernández salir adelante. Tiene un sueño: seguir emprendiendo. Lo acaba de contar en la sede de las Naciones Unidas
Jessica Hernández tiene una nevera en casa. Y techo. No suenan a grandes titulares, pero hasta hace unos meses no era así. Vive en una chabola con sus cuatro hijos en Soacha, un municipio marginal del extrarradio de Bogotá. La comida se echaba a perder y el agua se colaba por las numerosas rendijas de lo que era la cubierta de su vivienda. El pasado 5 de marzo, esta madre emprendedora, que no había salido de Colombia en su vida, estuvo en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York contando cómo llegaron estos pequeños grandes cambios a su vida.
A Jessica, que ahora tiene 28 años, le sucedió lo que a muchas adolescentes colombianas. Se casó pronto, con 18, comenzó a tener hijos y dejó de lado los estudios para dedicarse al cuidado de su casa. Poco después de parir al cuarto, se separó de su marido y, sin ninguna ayuda ni manutención por su parte, tuvo que comenzar a sacar a la familia adelante. Poco antes había tenido una idea: alquilar su lavadora a los vecinos del barrio que no contaban con una. Por 2.000 pesos (algo más de medio euro, al cambio actual), la llevaba a domicilio y la dejaba una hora. Tres, por 5.000 (casi 1,5 euros).
Esto le daba para ir tirando, pero no lo suficiente como para comprar una nevera. O un techo. En unos talleres de emprendimiento descubrió los microcréditos. Pidió uno de 500.000 pesos (algo más de 140 euros) a Bancamía, dependiente de la Fundación de Microfinanzas de BBVA, y a los ocho días contaba con este pequeño capital, que le permitía comprar nuevas máquinas y piezas. Conviene aclarar que las lavadoras que carga Jessica de casa en casa son distintas de las que la mayoría de europeos tiene en sus hogares; se trata de aparatos más ligeros, de plástico y menos sofisticados.
Una pequeña cantidad de dinero puede suponer una gran diferencia para personas que viven en la marginalidad y el mercado informal. Como explica Fernando Campero, especialista del Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin, perteneciente al BID), es precisamente en este sector donde comenzaron a generalizarse los microcréditos, especialmente en Asia y Latinoamérica, desde los años ochenta. Una de las cosas que se comprobaron es que estas personas humildes solían pagar los pequeños préstamos que se les concedían. Y no solo eso, sino que servían para su inclusión financiera, una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Jessica, por ejemplo, no había abierto una cuenta bancaria en su vida cuando le concedieron el primer crédito. Hoy, tiene una de ahorros para el futuro de sus hijos. Muchos de sus vecinos no pueden decir lo mismo.
Jessica comenzó a emprender alquilando lavadoras a los vecinos de su barrio. Por 2.000 pesos la llevaba a domicilio y la dejaba una hora
“Muchas veces se escucha que estos microempresarios no ayudan a la productividad y a la economía, que eso es cosa de las Pymes. Aunque este es un sector que genera mucha riqueza en Latinoamérica, no ha sido capaz de absorber todo el empleo que demanda la región, y mucha gente se tiene que dedicar al sector informal y al emprendimiento para sobrevivir, como alternativa”, asegura Campero. Los micropréstamos se han convertido en un salvavidas para muchos, incluso en un trampolín para salir de la pobreza. Aunque el especialista advierte: “La pobreza consiste en una serie de carencias, una es el servicio financiero, pero no la única. No hay una fórmula mágica para salir de ella; los mircrocréditos pueden ayudar, pero también pueden hundir más a una persona si no los maneja bien”.
Aunque hoy por hoy no se puede decir que Jessica Hernández haya salido de la pobreza, tiene la firme intención de hacerlo. Aunque continúa con el negocio de las lavadoras a domicilio, su espalda le dijo basta. Cada vez le costaba más ir cargándolas de casa en casa, así que ahora las alquila por varios días. Y buscó una nueva fuente de ingresos. Hace unos meses pidió un nuevo crédito, esta vez de un millón de pesos, el doble que el anterior. Se ha unido en un negocio a la madre de su expareja —con quien sí conserva buena relación— para confeccionar y reparar ropa. Gastó el dinero en materiales y ahora sigue visitando las casas de Soacha, pero no solo para llevar las lavadoras, sino para ofrecer las prendas que confeccionan. Entre los dos negocios y unas horas semanales que dedica a envasar fruta para una empresa, asegura que llega al salario mínimo de Colombia, 781.000 pesos (223 euros); de ellos, 116.000 se van cada mes religiosamente a pagar el crédito. Pero este es el comienzo.
—¿Cuál es su objetivo, llegar a tener un pequeño taller?
—¿Pequeño? ¡No, yo quiero uno grande! Para dar empleo a mucha gente en la comunidad. Si crece mucho, quizás tendría que llevármelo fuera, pero seguiría manteniendo aquí una sucursal.
Jessica se acaba de matricular en un curso de confección industrial, que compaginará con la crianza de sus cuatro hijos —que van de los dos a los siete años— y sus tres trabajos. No le falta optimismo, confianza, ganas y tranquilidad. Pese a que no se ha subido nunca a un avión, a unas semanas de salir para Nueva York aseguraba que no le ponía nerviosa. Tampoco hablar en las Naciones Unidas delante de algunas de las personas más influyentes del planeta. “Va a ser un conversatorio. Me preguntarán y yo les contaré lo que he hecho en la vida, como estoy haciendo con usted ahorita”, afirma.
La inclusión financiera es uno de los Objetivo de Desarrollo del Milenio. Y los microcréditos suponen una manera de llegar a muchas personas que no tenía cuentas bancarias
Hasta allá ha ido de la mano del Gobierno español, el colombiano, ONU Mujeres y de la Fundación Microfinanzas BBVA para participar en una charla sobre el papel femenino en la innovación y la inclusión financiera. La mayoría de los casi dos millones de clientes de esta entidad son precisamente mujeres. "Atendemos las necesidades de los pequeños emprendedores de bajos ingresos, la mayoría mujeres como Jessica, que con su trabajo consiguen mejorar económica y socialmente sus vidas y las de sus comunidades y lo hacen gracias a su esfuerzo. Nosotros los acompañamos en su día a día para ayudarles a progresar. Su éxito es el nuestro”, explica Javier M. Flores Moreno, director general de fundación del BBVA. “Apoyamos a estas personas a lo largo del tiempo con productos y servicios financieros: créditos, ahorros, seguros, además de formación y asesoría, para promover su desarrollo sostenible, que es nuestra misión. Uno de nuestros principales orgullos es comprobar cómo las segundas generaciones, los hijos de nuestros emprendedores, están cumpliendo sus sueños: van a la universidad y se forman en oficios que para sus padres eran inalcanzables”, continúa.
Colombia es uno de los países donde este sistema está más y mejor desarrollado. Según el Microscopio Global, uno de los informes de inclusión financiera más completos que se hacen en el mundo, ocupa el primer lugar de los 55 Estados que estudia en cuanto a condiciones regulatorias e institucionales para las microfinanzas.
Con ellas, Jessica ha conseguido varias metas. Aunque su vivienda sigue siendo precaria, con partes de suelo de tierra, donde pasean gallinas y pollos; aunque sigue sin recibir agua, como todo su vecindario, que tiene que llenar cubos cada vez que les visita el carro tanque (camión cisterna); aun con muchas dificultades y esfuerzo, Jessica tiene un techo que no cala cuando llueve, algo que en Bogotá sucede muy a menudo. Y una nevera.
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