Diez lugares para descubrir Francia a través de la magia de sus ríos
Aguas bravas en la región de Auvernia, las majestuosas cascadas de Hérisson, cicloturismo en el canal de la Robine, las islas del estuario de la Gironda o una travesía por el canal du Midi, el más largo del país
Más de 8.500 kilómetros de ríos y canales surcan Francia desembocando en el Atlántico, el Mediterráneo o el canal de la Mancha. Muchos de ellos son vías navegables por las que circulan barcazas a motor de pequeño calado, mientras que en otros más impetuosos hacen cabriolas balsas neumáticas y kayaks.
De las fragorosas gargantas de los Alpes a las principescas riberas del valle del Loira, son escenarios acuáticos perfectos para hacer deporte, visitar los viñedos y bodegas más famosos del país o conocer algunos de los pueblos y castillos más bonitos de Europa.
Más información en la nueva guía Lonely Planet de Francia.
1. Caminata acuática en las gargantas del Verdon (Provenza)
Las gargantas del Verdon (Gorges du Verdon) presumen de ser el cañón más grande de Europa: un tajo en la tierra de 25 kilómetros a través de la meseta caliza de la Alta Provenza desde las estribaciones de los Alpes. Talladas a lo largo de millones de años por el río Verdon, son, desde 1997, la atracción principal del parque natural regional del Verdon. Con sus escarpados acantilados de hasta 700 metros de altura, el lugar es un paraíso para las aves, incluida una colonia reintroducida de buitres leonados. El espectáculo natural de sus aguas atrae a muchos viajeros con más o menos ganas de deporte: majestuosos cursos de agua, vertiginosos miradores, un río color turquesa... un espectáculo realmente mágico. Pero lo más impresionante, sin duda, es el gran cañón del Verdon, entre el desfiladero de Samson y el lago Sainte-Croix.
Vale la pena experimentar este paisaje tanto desde arriba como desde abajo para hacerse una idea de su increíble tamaño. Desde lo alto de los acantilados, el río Verdon parece poco más que un hilillo plateado, pero visto de cerca ofrece una visión muy diferente: es uno de los mejores lugares de Francia para practicar rafting en aguas bravas. Para acercarse lo más posible a esta parte sensacional del sitio, hay que ponerse un neopreno y calzado adecuado y luego sumergirse en una aventura de aqua randonnée o, lo que es lo mismo, caminata por el agua: alternando natación, tramos a pie, saltos de hasta seis metros y cruce de rápidos.
La garganta principal empieza en el pueblo de Rougon, cerca de la confluencia de los ríos Verdon y Jabron. Los puntos de partida más prácticos son Moustiers-Sainte-Marie, al oeste, y Castellane, al este, epicentro de los deportes acuáticos en la región: kayak, barranquismo, rafting, hydrospeed. Las playas del lago de Castillon son muy populares para bañarse y tomar botes a pedales, mientras que Saint-André-les-Alpes, a orillas del lago, es uno de los principales centros de parapente en Francia.
2. Pedalear por el canal de la Robine y navegar por el canal du Midi (Narbona)
El pintoresco canal de la Robine atraviesa el centro de la elegante Narbona y comunica el Étang de Bages-Sigean con el canal du Midi. Narbona es hoy una encantadora ciudad pequeña de mercado, con una catedral y un antiguo palacio arzobispal, pero en origen fue un importante asentamiento romano, en concreto la capital de la provincia romana de la Galia Narbonense. Es también una popular parada de barcos y embarque para emprender el viaje por las aguas del canal.
El canal de Robine forma parte de las experiencias fluviales más interesantes del Rosellón francés, en la costa mediterránea: pasar en piragua por debajo del Pont du Gard, pedalear por caminos de sirga hasta Carcasona, navegar por el canal du Midi, subir a fortalezas cátaras, ir en burro por las Cevenas y caminar por las gargantas del Alto Languedoc son algunos de los hitos de un viaje a estos canales cercanos al Mediterráneo.
Pero la gran experiencia fluvial en la zona es recorrer el canal du Midi. Con sus 241 kilómetros entre Toulouse y Sète, es el canal más importante de Francia, declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1996. En la época de los romanos ya se soñaba con una vía navegable que conectara el Atlántico con el Mediterráneo, pero finalmente el sueño se cumplió en el siglo XVII bajo la dirección del ingeniero Pierre-Paul Riquet, que lo concibió como primer tramo del canal des Deux Mers (canal de los Dos Mares). En 1666, Luis XIV le encargó su construcción para estimular el comercio de vino y trigo en el Languedoc. Riquet, recaudador y genio matemático de esta región costera, ideó un elaborado sistema de diques, puentes, acueductos, túneles y esclusas para salvar los accidentes del terreno. Tras años de sudor de 12.000 hombres y mujeres, deudas crecientes y la pérdida de fe de los patrocinadores, el canal se inauguró oficialmente en 1681, aunque Riquet había muerto unos meses antes. En Revel, entre Toulouse y Castres, el Musée et Jardin du Canal du Midi cuenta esta hazaña de la ingeniería.
Aunque el canal quedó eclipsado por el ferrocarril en el siglo XIX, ahora es muy popular para paseos en barca. Se tardan semanas en recorrerlo totalmente, pero se puede hacer por etapas más cortas, con tramos realmente idílicos cerca de Agde, Béziers y Narbona. Otra opción es alquilar una bicicleta y disfrutar del paisaje y la calma desde los caminos de sirga que lo siguen.
3. Visitar las cascadas del Hérisson (Jura)
Viajamos a la región francesa de Jura. Allí, entre Doucier y Bonlieu, se encuentra el valle del Hérisson, famoso por sus magníficas cascadas.
No espere ver erizos (que es lo que significa hérisson en francés). El término proviene de “Yrisson”, que significa “agua sagrada”. Estas impresionantes cascadas están en Menétrux-en-Joux, y provienen del Hérisson, un torrente vivo alimentado por los lagos de Bonlieu e Ilay. Conviene llevar buen calzado para caminar y explorar este sitio natural (algunos pasajes son resbaladizos y la diferencia de altura es de 255 metros). La caminata es de unos 7,4 kilómetros de ida y vuelta, para lo que habrá que invertir al menos tres horas con los sentidos muy despiertos. La recompensa son 31 saltos de agua incluyendo siete cascadas principales. Durante el paseo se descubren cuevas y restos de antiguas viviendas hoy abandonadas o de talleres que utilizaban la energía hidráulica. Pero lo mejor es la magia del agua, sobre todo al llegar al Eventail (abanico), una grandiosa cascada de 65 metros de altura con rebotes sucesivos. Lo mejor aquí es cerrar los ojos y escuchar el murmullo del agua. Relajación garantizada.
4. Navegar por las islas del estuario de la Gironda (costa Atlántica)
Hay que viajar a la Côte Atlantique, la costa atlántica francesa, para adentrarse en el estuario de la Gironda (formado por la confluencia de los ríos Garona y Dordoña). Estamos al noroeste de Burdeos, en el Médoc, donde crecen algunos de los viñedos más famosos de Francia. La ciudad portuaria de Pauillac preside la ribera del fangoso estuario, en pleno corazón de los viñedos, y rodeada por extraordinarios châteaux, incluido el Château Margaux, con unas impresionantes bodegas diseñadas por el británico Norman Foster en 2015.
Pero la experiencia más auténtica en la zona es remontar el estuario visitando las nueve islas que salpican el corazón de la ría: Patiras, Bouchaud, Nouvelle, Pâté, Verte, Nord, Cazeau, Margaux y Macau, todos ellos espacios naturales únicos donde se preserva la vida silvestre y en algunas de ellas se desarrolla la pesca o el cultivo de la vid. Son aproximadamente 350 kilómetros cuadrados de área navegable, con una gama enorme de propuestas acuáticas.
Otro de los encantos del estuario es navegar entre los faros, cada uno más sorprendente que el anterior. En la boca, el faro de Cordouan, de los más antiguos de Europa (1611) y aún habitado por fareros. En la margen izquierda, el faro de Grave tiene un museo de faros y almenaras; y más al sur, en el faro de Richard, en Jau-Dignac-et-Loirac, hay otro museo dedicado a la vida del estuario de la Gironda desde el siglo XIX hasta la actualidad. El faro de la isla de Patiras pone el broche final al viaje, con una vista magnífica del archipiélago y las márgenes de la ría.
5. Aguas bravas en las gargantas del Allier (Auvernia)
En mitad del Macizo Central francés, Auvernia es una de las regiones francesas que pasa más desapercibida, pero es un auténtico paraíso para descubrir nuevos paisajes y experiencias. Geográficamente, es un mosaico de conos volcánicos, pueblos y bucólicos campos de labranza. Dos verdes pulmones protegidos se extienden a lo largo de esta región poco poblada: en el oeste, el parque natural regional de los Volcanes de Auvernia repleto de cráteres inactivos y centro de deportes de invierno; en el este se encuentra el parque natural regional Livradois Forez, salvaje y boscoso. Y entre ambos discurre el río Allier, que atraviesa el colorido Pays d’Issoire y moldea las gargantas del Allier, muy populares entre los aficionados al rafting.
Situadas al sur de Clermont-Ferrand, las gargantas son sin duda uno de los rincones más bellos del Allier, que atraviesa el centro de Francia a lo largo de 400 kilómetros. Allí los salmones saltan en las aguas que discurren entre escarpados acantilados y salvajes arbustos. Este es un lugar perfecto para los amantes de las aguas bravas y los senderistas, y también para las familias, que pueden encontrar muchas actividades y lugares de acampada.
Brioude, 50 Kilómetros al noroeste de Le Puy-en-Velay, es un buen punto de partida para descubrir estas gargantas y llama la atención por sus muros rodados, su torreta de piedra y su famosa basílica. En Lavaudieu, sede de una abadía benedictina, aguardan más tesoros culturales. Y Langeac, 20 kilómetros más al sur, resulta un destino perfecto para hacer rafting o piragüismo. Langeac y Sauges se llenan de practicantes de rafting y senderismo en el río Allier entre abril y octubre. Fuera de estas fechas, muchos alojamientos cierran.
Para disfrutar el valle a un paso más amable, se puede tomar el pintoresco tren de las gargantas del Allier, de Langeac a Langogne, que regala impresionantes vistas al desfiladero.
6. Piragüismo en la Dordoña
Hay muchos que van a la región de Dordoña, al suroeste del país, para disfrutar de unas vacaciones al aire libre. Hay tres reclamos irresistibles: un clima agradable, sus muchas cuevas y los yacimientos prehistóricos y el piragüismo. Hay cinco ríos ―Dordoña, Vézère, Isle, Dronne y Auvézère― y, por tanto, muchos tramos donde escoger. En el Dordoña, por ejemplo, hay rutas muy interesantes en Carennac o en Veyrignac, un descenso entre un paisaje precioso que puede servir muy bien para una iniciación o para hacer con los niños. Pero si hay un río imprescindible para hacer piragüismo en la Dordoña este es el Vézère. Al ritmo que marca el agua, se puede admirar la sucesión de los castillos de Losse o Belcayre, los pueblos trogloditas de La Roque Saint-Christophe o la villa de La Madeleine. Y por supuesto, llegar hasta Limeuil, considerado uno de los pueblos más bellos de Francia.
La Dordoña invita a una inmersión fabulosa a la prehistoria. El pueblo de Les Eyzies es el punto de partida para visitar el valle del Vézère, famoso por sus yacimientos prehistóricos magníficamente conservados y especialmente por sus increíble conjunto de arte rupestre, uno de los más importantes de Europa.
7. Descender en canoa las gargantas del Ardèche (Garona)
Los turistas se quedan sin aliento cuando llegan al desfiladero de las gargantas del Ardèche, un escarpado y espectacular tajo que se abre paso entre los matorrales que tapizan el curso del serpenteante río Ardèche, un afluente del Ródano. Las gargantas principales empiezan cerca de Vallon-Pont-d’Arc y culminan en el valle del Ródano, no lejos de Saint-Martin-d’Ardèche. De camino, el río pasa bajo el Pont d’Arc, un bello arco de piedra esculpido por las torrenteras.
Desde Vallon-Pont-d’Arc, la carretera panorámica discurre junto al borde del cañón, jalonada con 29 miradores que regalan impresionantes vistas de los cerrados meandros y las formaciones de piragüistas. Eso sí, en pleno verano la carretera puede ser todo un caos.
El viaje en canoa es la forma más intensa de sentir la gran deza de la garganta y, de paso, hacer un viaje increíble en el tiempo: allí está la cueva Chauvet-Pont d’Arc, la réplica de la construida unos kilómetros al norte del emplazamiento de la Grotte Chauvet, la original, considerada un santuario del Paleolítico. Contiene 1.000 reproducciones (sumamente logradas) de pinturas rupestres, además de 450 huesos y demás restos. La Grotte Chauvet está considerada una de las cuevas decoradas por humanos más antiguas y mejor conservadas, con pinturas de hace 36.000 años. Los expertos se valieron de técnicas de diseño en 3D y de un escáner de alta precisión para crear la reproducción tridimensional.
8. Navegar por la Borgoña
Para los que prefieran las experiencias tranquilas, navegar a bordo de una barcaza por el canal de Borgoña es una buena opción. Conecta el río Yonne con el Saona, en la Francia oriental, formando una red de canales que permite trazar una ruta gastronómica, enológica y de arte cisterciense por lugares como Auxerre, Dijon, Cluny, Paray-le-Monial, Vézelay, La Charité-sur-Loire o Fontenay. Las paradas se pueden aprovechar para visitar algunas de las bodegas 1 muchas de las cuales están en abadías y castillos—, châteaux y viñedos más famosos de la Route des Grands Crus, como los de la región de Chablis.
En total son unos 1.500 kilómetros de ríos y canales. Un trayecto muy popular es el que va desde Saint-Jean-de-Losne hasta Dijon, una ciudad medieval magnífica, sede de los duques de Borgoña y muy agradable para pasear. Hay muchas empresas que alquilan barcos para navegar por las plácidas vías fluviales de Borgoña, que incluyen los ríos Yonne, Saona y Seille, y canales como los de Borgoña, Centre, Nivernais y un lateral del Loira. Los barcos funcionan de finales de marzo a mediados de noviembre (los canales cierran en invierno por mantenimiento).
9. Ciclismo entre castillos por el Loira
Una de las rutas ciclistas más populares y largas de Francia, La Loire à Vélo, recorre el famoso río a lo largo de 900 kilómetros entre Cuffy (Centro-Valle del Loira) y Saint-Brévin-les-Pins (País del Loira). Es una forma de visitar castillos históricos y jardines, pueblos repletos de viñedos o de acercarse a una interesante gastronomía, alternando pintorescas carreteras rurales, caminos de sirga y carriles para bicicletas.
Los poco más de 300 kilómetros que unen Sully-sur-Loire, en el Loira, con Chalonnes-sur-Loire, en Anjou, son sin duda uno de los tramos más bellos de la región: un desfile interminable de joyas naturales y artificiales, desde cuevas y mansiones de piedra caliza hasta praderas e islas rodeadas por los brazos del río. Dos enormes ventajas del valle del Loira para recorrerlo en bicicleta: el terreno es llano en su mayor parte y permite organizarse en etapas por rutas señalizadas y con mucha infraestructura para alquilar bicicletas o encontrar alojamiento.
El valle del Loira conjuga como ningún otro lugar el esplendor, el estilo y la gastronomía franceses. A pocos kilómetros de París, a modo de frontera entre el norte y el sur del país, esta región tuvo un gran valor estratégico. Reyes, reinas, duques y nobles establecieron aquí castillos feudales y, más adelante, suntuosos palacios de recreo: hay centenares de grandiosas fortalezas flanqueando el río y resumiendo mil años de arte francés. Declarado patrimonio mundial por la Unesco en el año 2000, es también uno de los destinos más populares de Francia por sus vinos y sus ciudades, entre ellas Orleans, Tours, Saumur y Angers.
10. Remando por el río Aveyron
El corazón de Francia es el Macizo Central, y allí nos encontramos varios ríos importantes, entre ellos el Aveyron, un afluente del Tarn que cruza el territorio dejando a su paso lugares que convierten el río en toda una experiencia: el castillo de Sévérac-le-Château; Rodez y su peculiar catedral; el pintoresco pueblo de Belcastel; y dos pueblos únicos, Villefranche-de-Rouergue y Najac, en el país de las bastidas. Los más valientes tienen un reto: bajar por las gargantas del Aveyron, visibles entre Bruniquel (considerado uno de los pueblos más bonitos de Francia) y Saint-Antonin-Noble-Val, con sus casas medievales y sus callejuelas.
El recorrido es una sucesión de elevados escarpes que se abren en medio de una frondosa naturaleza. Quienes prefieran tierra firme, la carretera de las gargantas tiene varios miradores sobre el río. El descenso de las gargantas en canoa o en kayak (la salida es desde Saint-Antonin-Noble-Val) solo se puede hacer entre abril y octubre.
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