Bikôkô y Julio Peña, dos estrellas en ebullición
La cantante y el actor se zambullen en el espíritu mediterráneo de la Costa Brava para mostrar las tendencias de moda para este verano. Igual que en sus carreras, todo se mueve lejos de los tópicos.
Ya nadie puede ser famoso como los de antes. En un mundo en el que esos 15 minutos de gloria warholiana de las redes están prácticamente al alcance de todos, una nueva generación está aprendiendo a mantenerse en la montaña rusa del éxito. Ambición, sí, pero la justa y pragmática como para aspirar a ser algo más que la balada del nunca más se supo. Así lo entienden los protagonistas de esta sesión de fotos que pide playa, hedonismo y evasión. Dos estrellas en ebullición, conscientes de lo inestable del panorama artístico, pero sin un gramo de ingenuidad como para renunciar a los beneficios que ofrece esa mezcla de talento y colágeno firme que irradian sus veintipocos. Neï Lydia (Barcelona, 20 años), la artista conocida como Bikôkô, lo sabe porque se lo ha confirmado su cuenta corriente. Si ha podido autoproducirse su primer álbum, Aura Aura; si su música ha logrado hacerse un hueco en la escena que aúna el rhythm and blues, el lounge y el pop melódico con influencias africanas y actuar ante las multitudes del Primavera Sound o el Mad Cool, ha sido, en parte, por su imagen. La barcelonesa financia sus videoclips, estudios de grabación y clases con percusionistas senegaleses con lo que gana trabajando como modelo. Ejerce en anuncios —empezó de niña con uno de Fanta—, marcas de maquillaje o las firmas que promociona desde su cuenta de Instagram. “No es algo que me encante, pero, al ser artista independiente, y a falta de ayudas institucionales, necesito pagarme las cosas de alguna manera. Toda mi música sale de mi bolsillo. Mientras dure, me viene fenomenal que las marcas quieran colaborar conmigo”, cuenta, atareada entre notas de voz, mientras da instrucciones en su teléfono sobre el tono de su siguiente videoclip. No se permite el descanso ni en un entorno idílico con vistas a una de esas calas paradisiacas de la Costa Brava que evocan el espíritu mediterráneo que tanto han exprimido los anuncios publicitarios.
A su compañero de sesión, Julio Peña (San Sebastián, 21 años), tampoco le preocupa haberse convertido en uno de esos ídolos generacionales que hasta los padres reconocen paseando por la calle. No le aterró ganar mil seguidores por segundo en su cuenta de Instagram —ya acumula tres millones y medio— la semana de febrero que se estrenó A través de mi ventana, la adaptación de Netflix dirigida por Marçal Forés en la que se ponía en la piel de Ares, uno de los hermanos Hidalgo de la saga de conquistadores adolescentes que popularizó Ariana Godoy en la plataforma Wattpad en 2016. Tampoco le agobia rememorar que en Sant Jordi tuviese que irse prácticamente corriendo del centro de Barcelona cuando la multitud lo rodeó para hacerse fotos con él. Ya había vivido la explosión de otro fenómeno similar, la serie Bia que rodó en Argentina dos años antes de que la pandemia lo parase todo: “No me da miedo ser el nuevo rompecorazones generacional, estoy en el punto perfecto para hacer este tipo de películas”, responde sobre el vértigo que puede dar tomar el relevo de otros jóvenes que encarnaron a galanes literarios, como Mario Casas en Tres metros sobre el cielo o Robert Pattinson en Crepúsculo: “Igual este tipo de fama no me encanta, pero bienvenida sea. Debo aprovechar mi edad para dejar ese check en la lista. Ya tendré tiempo de hacer otro tipo de papeles”, vaticina, concentrado, en un respiro de las fotos, que a su vez es otra bocanada de aire del rodaje de la segunda entrega de la saga de Netflix, de la que apenas puede desvelar nada y que lo mantiene aislado del mundo más al norte de la Costa Brava hasta principios del verano.
Aunque no se habían visto en persona nunca, estos dos artistas comparten una pasión temprana por la música que les ha llevado a dejarlo todo y emigrar solos. Peña, hijo de un ingeniero y una farmacéutica, decidió que sería actor cuando, de niño, se quedó hipnotizado viendo High School Musical. Ahí estaba su futuro. En primaria se apuntó al grupo de teatro de su colegio y no dudó ni un segundo cuando tuvo la oportunidad de irse a vivir a Argentina, a sus 18 años, por trabajo para la factoría Disney.
A Lydia le viene de familia. Es hija de la actriz y modelo Cristina Pineda y del productor y contrabajista de jazz camerunés educado en París Jules Bikôkô, colaborador habitual de Macaco. Tras graduarse en el instituto Montserrat del barrio de Gràcia, decidió viajar a Nueva York con sus ahorros para seguir experimentando con su música. “Muchos creen que, por su profesión, mi padre está detrás de mi música, pero él solo llega al proceso final, cuando ya está todo hecho, ahí sí que le dejo aconsejarme”, dice entre risas.
Ambos saben cómo orientar su carrera. Y la ven fuera de España: “Aquí no se puede trabajar solo de esto. En EE UU encajaría mejor”, dice Lydia, a punto de lanzar su nueva mixtape, No News is Good News (ninguna noticia, buena noticia), sobre cómo su obsesión por su carrera la aisló del mundo. “No salía de casa, no hablaba con mis amigos o, si estaba fuera de Barcelona, no me relacionaba con mi familia. Me obsesioné con mi imagen física y con creer que no puedo permitirme ni una relación amorosa”, cuenta.
Peña, que sí que se da un respiro para el amor (“soy romántico y los fines de semana siempre hay tiempo”), admira la carrera de fondo de actores como Hugh Jackman. Suspira con trabajar para Tarantino. “Dice que solo va a hacer 10 películas y me da que ahí ya llegaré tarde. Igual ahí se me acaban las oportunidades”, dice riendo, pero sabiendo que el cielo es el límite en la fantasía aspiracional de la buena fama.
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