El zapatero colombiano que ha puesto patas arriba la industria del calzado italiano
Nacido en Cartagena de Indias y criado en Barranquilla, Edgardo Osorio es uno de los diseñadores favoritos de Nicole Kidman y Julianne Moore. Su objetivo para 2025 es facturar 100 millones de euros sin perder su independencia
Edgardo Osorio (Cartagena de Indias, 37 años) sabe decir que no. Y lo dice las veces que haga falta. Eso sí, lo hace con una amplia sonrisa de dientes alineados y blanquísimos. Solo hace lo que le apetece y lo hace desde los salones del palacio Corsini de Florencia, donde vive y trabaja desde 2014. Hace 15 años no vivía en esta joya del Quattrocento y apenas hablaba italiano, pero tenía la misma sonrisa, buenos contactos y eso que algunos denominan don de gentes y que él llama “ser amiguero”. “En Italia con una sonrisa se llega muy lejos”, concede. Osorio fundó en 2012 Aquazzura, una marca que hoy tiene ingresos anuales de 70 millones de euros. Empezó creando sandalias de lujo con tacones de 10 centímetros que prometían un imposible: poder bailar con ellas toda la noche.
Este hombre puede bailar toda la noche. “Yo bailo con el alma, con el corazón y no sé si lo hago bien o mal”, dice. Nació en Cartagena (Colombia), e inmediatamente se lo llevaron a Barranquilla. Quizás eso sea suficiente explicación. Pero en las bodas observaba que no había compañera de baile a su altura. Más temprano que tarde los zapatos —”todos carísimos”, precisa—, les jugaban una mala pasada. Dice que le pasó hasta en 12 bodas durante un verano. Entonces vio la oportunidad de negocio. La epifanía sucedió en la isla de Capri. En italiano, Aquazzura significa agua azul.
Osorio fue un niño llorón al que curiosamente le gustaba mucho el agua. Creció entre mujeres: su madre, sus cuatro tías y todas sus amigas. “De niño vi zapatos por todas partes y aprendí a entender el punto de vista femenino”, cuenta. Iba para médico. Con un poco de suerte sería cirujano plástico, la única especialidad médica que le parece creativa. Era una solución salomónica entre su pulsión artística y el pragmatismo de su padre, dedicado a los negocios de la construcción. Pero a los 14 años un giro de guion lo llevó a Londres, a un curso de verano de la Central Saint Martins. A los 16, después de graduarse de la secundaria, volvió a estudiar Accesorios en el London College of Fashion, una carrera que nunca terminó. “Llegué a Londres y se me abrieron los ojos muchísimo, pero no estaba preparado para el clima”, reconoce el diseñador, que se define como “solar y meteorofóbico”. Eso se resume en ir persiguiendo el verano a lo largo del año, aunque le cueste cambiar de hemisferio cada seis meses.
A los 19 se mudó a Florencia para iniciar una empresa de consultoría para marcas como Ferragamo y René Caovilla, al poco tiempo consiguió trabajo como director creativo de calzado en Roberto Cavalli. A los 25 se asoció con un artesano experimentado en anatomía del pie y fundó Aquazzura. Le pregunto cómo consiguió ser aceptado en una industria conservadora, familiar y tradicional como la del calzado italiano. “Lo primero, nunca decía mi edad para que me tomaran en serio. Me sorprendió que en mi generación no hubiera una nueva fuerza creativa, eran personas 30 o 40 años mayores que yo. En Florencia no había abierto una casa de moda en muchos años, Ferragamo tenía más de 100; Gucci, más de 90; Cavalli, 60, y vi moderno el imaginario italiano”. Osorio convenció a los fabricantes para que lo ayudaran. “Ya hablaba italiano, y había trabajado con ellos… Te lo digo, con una sonrisa en Italia se llega muy lejos porque yo no tenía dinero… Muchas sonrisas y muchos favores”.
En 2012 hablar de comodidad en un stiletto era sacrilegio. Faltaban algunos años para que las sneakers de alta gama dominaran el mercado y se vieran trajes de Armani con deportivas en una alfombra roja. Las sandalias de Aquazzura, ligeras con una horma que distribuye el peso del cuerpo entre la planta, el arco y el talón y un acolchado de viscoelástica, rompieron el maleficio. Edgardo entrelaza sus manos y cubre su pie: “El zapato tiene que ajustar así, como un guante, yo lo corto literalmente en el pie, ahí lo arreglo y lo modifico, tiene que ser una extensión del cuerpo. Cuando te pruebas un calzado que tiene algo raro y no funciona —y eso es muy frecuente porque suelo ir de compras con mis amigas—, es porque no se ha diseñado para ser llevado, sino para ser un objeto en un escaparate”.
Dice que sus zapatos se vendieron por ir de boca en boca. Giovanna Battaglia, hoy directora creativa de Swarovski y amiga personal de Osorio, fue a la primera que fotografiaron por la calle con unas Aquazzura. Estaba naciendo Instagram y el street style. “De repente empecé a ver mis zapatos por la calle, pero mucho. Recuerdo una semana de la moda en Milán, en la primera fila todas llevaban mis sandalias”, recuerda. En su despacho toda una pared está cubierta de fotos y notas manuscritas de agradecimiento firmadas por Sienna Miller, Julianne Moore, Nicole Kidman y Olivia Palermo. Sus sandalias las ha llevado Lady Gaga en La casa Gucci, Ana de Armas en Sin tiempo para morir y Sarah Jessica Parker en And Just Like That, la secuela de Sexo en Nueva York que aupó las sandalias de Manolo Blahnik a inicios de la década del año 2000.
“Cada año pienso, ¡pero Dios mío, esto es un milagro!”, dice mientras fija la vista en uno de los frescos de 1700 del techo que él mismo ayudó a restaurar. “Siempre imaginé que iba a tener éxito, pero todo ha pasado tan rápido. Osorio y su pareja y mano derecha, Ricardo D’Almeida, habitan los antiguos aposentos de Maria Maddalena Macchiavelli, esposa del marqués Filippo Corsini, que en 1649 compró el palacio a los Medici. En la última planta instalaron su vivienda y, más abajo, sus oficinas. Comparten palazzo con las propietarias, Lucrezia Corsini y Livia Sanminiatelli. Desde los ventanales se puede ver el río Arno y el puente Vecchio. En el interior la estancia es ecléctica y colorida. Conviven estatuas de bronce, puertas de trampantojo y muebles del Setecientos con corales rojos, fotos de Peter Beard, cuadros de Schnabel y de su hija Lola, y cientos de revistas que colonizan estanterías y mesas auxiliares.
En la última semana de la moda de París, Aquazzura presentó su primera colección de bolsos de cuero con una fiesta multitudinaria. Edgardo dice que su concepto es contrario a lo que hay en el mercado: bolsos básicos, todos idénticos, que solo se distinguen por un logo enorme. “Mis bolsos, como mis zapatos, tendrán alma pero no tendrán logo”, precisa.
En 2021 se había lanzado con la bisutería y la colección de casa con vajillas, juegos de té, cristalería de Murano y mantelería bordada. Su próxima ambición es fabricar zapatos de hombre y meterse en el mundo de las fragancias y las gafas de sol. Los planes de expansión son ambiciosos. Para 2025 quiere recaudar 100 millones de euros y seguir siendo una marca independiente. “Aquí hago lo que quiero porque Aquazzura es mía”, deja claro. En su cabeza Aquazzura será una marca de estilo de vida, una forma de vivir. Acaba de abrir tiendas en Madrid, en Galería Canalejas y en El Corte Inglés de Castellana.
“Soy impulsivo, por eso no tengo Twitter”, revela el hombre que en 2016 demandó a Ivanka Trump por copiarle el modelo de sandalias Wild Thing… y además la encaró en Instagram: ‘Una de las cosas más preocupantes de la industria es que alguien robe descaradamente diseños de autor. Tú deberías saberlo. La culpa es tuya @IvankaTrump. La imitación no es una forma de adulación”.
Edgardo Osorio dibuja con cartulinas blancas y cientos de rotuladores de colores sobre una mesa espejo. En la muñeca, lleva un rolex verde esmeralda y unas pulseras nazar —”las compré para el mal de ojo en Mikonos”, dice—. En su despacho hay corales —los colecciona—, tortugas con piedras y piñas doradas. Se diría que es supersticioso o, al menos, que se protege. “Creo en las energías”, dice discreto.
Aquí todo tiene un simbolismo y una función. Llevaba tiempo coleccionando corales cuando el vendedor le explicó que en Sicilia se los regalaban a los novios como augurio de buena fortuna. La piña dorada —la llevan todos sus zapatos en la suela— se ponía en las puertas de las villas italianas como señal de hospitalidad y para atraer la buena suerte. Él mismo, que se ha puesto varios looks para este reportaje sin que nadie se lo haya pedido, se ha cambiado todas las veces de zapatos, pero ha mantenido siempre el mismo modelo: slippers y sin calcetines. Una manera de cumplir la profecía de Aquazzura: cuando encuentres un zapato cómodo, te lo comprarás en todos los colores. Hay que pisar con buen pie, incluso en un palazzo florentino.
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