La España saturada revienta en agosto
Los servicios de abastecimiento de agua, recogida de basura o sanidad de las regiones que más crecen no dan abasto con la población flotante estival. Baleares, Comunidad Valenciana o Canarias son la cara B de la España vacía y tienen su propio reto demográfico
Frente a la España que se vacía, hay otra que no deja de llenarse. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), desde el año 2000 la población residente en España ha aumentado unos 7 millones de personas, un 17%. Lo ha hecho en torno a las grandes ciudades, la España estructural de las áreas metropolitanas que acogen a la mayoría de la población del país donde se multiplican los flujos de gente, la movilidad, la vida (la Comunidad de Madrid creció un 27%, Cataluña, un 22%, la Comunidad Valenciana, un 23%). Pero también crecen comunidades costeras e insulares, donde al aumento de residentes se suma una abultada población flotante en temporada turística. En Baleares los residentes han crecido un 49% desde 2000, la que más; en Canarias un 35%, en Murcia un 29%. En la España saturada, sobre todo en verano, el reto demográfico se nota en el día a día, en que haya agua, recogida de basura, transporte o sanidad para todos.
A la sombra de Valencia
La mayor actividad humana y económica de España se concentra en 44 áreas metropolitanas, según ha identificado el catedrático de Geografía Humana de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, José María Feria María. Las de Madrid y Barcelona son las más grandes y no dejan de engordar mientras el interior adelgaza. Su homólogo de la Universitat de Valencia, Joan Romero, explica que “a diferencia de los principales países europeos”, el proceso masivo de crecimiento metropolitano se ha dado sin marcos de planificación. Romero acaba de elaborar para la Generalitat un estudio sobre la tercera área metropolitana de España, Valencia, que abarca 80 municipios.
Entre ellos, Mislata. 44.320 personas en tan solo 2,3 kilómetros cuadrados. Densidad: casi 21.000 habitantes por kilómetro cuadrado, cuatro veces la de Madrid. “Sabemos que es el pueblo con más densidad, lo tenemos muy asumido, no se vive mal, hace años no había zonas verdes ni parques, pero ahora tenemos más servicios que aquí al lado, Valencia”, comenta Francisco Villanueva, jubilado. Para el alcalde Carlos Fernández Bielsa (PSOE), todo surge de “la mala estrategia de los años 60 y 70, cuando llegan los inmigrantes de Castilla-La Mancha y Andalucía a una ciudad colmatada, sin apenas territorio para construir”.
Ahora toca reinventarse, dice el regidor, que considera imprescindible un organismo supramunicipal que coordine la estrategia del área metropolitana e incluya un transporte sostenible. Un 41% de los desplazamientos en el área se siguen realizando con vehículo propio. “No tiene sentido que un vecino de Mislata, que está tan pegada a Valencia que muchos la confunden con un barrio, no pueda alquilar una bicicleta pública aquí y aparcarla en la estación de la capital para ir de compras porque son servicios distintos”, se queja el alcalde.
Atasco en la Costa del Sol
Nadie sabe a ciencia cierta el número de personas que hay en la Costa del Sol en temporada alta. Las administraciones calculan, sobre la base del incremento del consumo de agua o la recogida de basura, que la población se llega a triplicar. La principal consecuencia es económica: el empleo crece en hostelería, comercio y construcción, las divisas corren, el gasto es constante. A cambio, las infraestructuras se saturan.
Se comprueba recorriendo la autovía A-7 entre Fuengirola y Estepona, una ratonera estival. A cualquier hora el GPS muestra tramos en rojo. No fallan ni un día del verano y los domingos son eternos. Para evitar esos 60 kilómetros, la alternativa es una autopista con un peaje de 12,90 euros. “El atasco es crónico durante todo el verano”, subraya Javier de Luis, ecologista y vecino de la zona. La masificación además incide en el colapso de los servicios sanitarios (en el hospital Costa del Sol, 432 camas para más de 422.000 habitantes, las urgencias crecen un 15% en agosto) o “en la imposibilidad de hacer estimaciones reales de afectados en casos de incendio en zonas rurales o urbanizaciones”.
Esos centenares de zonas residenciales conforman el gran anfiteatro de la Costa del Sol, como lo define José Damián Ruiz Sinoga, catedrático de Geografía de la Universidad de Málaga. Un laberinto de cemento con vistas al mar. Un muro peligroso. “El suelo ha quedado sellado. Y cuando hay una tromba de agua, el riesgo de inundación es mayor”, dice el especialista, que cree que el ser humano ha “incrementado la vulnerabilidad del territorio”. “Quizá es el momento de hacerse fuertes en estándares medioambientales y reducir la cifra de turistas”, añade. “La Costa del Sol debe pensar qué quiere”, dice Antonio Guevara, decano de la facultad de Turismo en Málaga: “Si busca calidad, habrá que limitar la construcción indiscriminada”. De momento, la reivindicación de los municipios costeros es que se tenga en cuenta este incremento de población temporal a la hora de repartir los fondos estatales.
Cae la renta en Baleares
El Gobierno balear ha puesto sobre la mesa ese debate: los criterios para el reparto de la financiación autonómica se basan en el número de residentes y no contemplan ni las proyecciones de crecimiento (que vaticinan en Baleares un incremento del 18,7% entre 2020 y 2035 frente al 1,8% del conjunto del Estado), ni la población flotante.
El incremento poblacional ha llegado acompañado de una caída de renta per cápita. Según datos del INE, Baleares ha pasado en 20 años de la tercera posición en el ránking nacional a la sexta. Pere Salvà, catedrático emérito de Geografía Humana de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), lamenta que mientras algunas regiones han sufrido un proceso de pérdida de habitantes que ha incrementado el presupuesto per cápita de sus ciudadanos, en las islas se ha tenido que repartir entre empadronados y población flotante.
Para el doctor en Geografía y Sostenibilidad Medioambiental de la UIB, Iván Murray, el problema es que las inversiones siempre se han ligado a la condición de “polo de expansión turística”. Nunca se ha abordado el problema de fondo, optando siempre por “el absurdo” de construir más infraestructuras para dar salida a la demanda “en lugar de atajarla”. “Es como tratar de obesidad a un paciente recetándole un pantalón más grande”, dice citando al urbanista Lewis Mumford.
Canarias: colas para todo
El tirón del turismo para las inversiones hace que el crecimiento no sea homogéneo, lo cual crea tensiones sobre todo en territorios insulares, donde los servicios se deben replicar en cada isla. “En Canarias se dan contrastes importantes entre lugares que han crecido mucho y otros que decrecen”, explica Vicente Zapata, profesor del Departamento de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna. “Los que han recibido un crecimiento más destacado han sido los espacios turísticos”, completa Josefina Domínguez, catedrática de Geografía Humana de la Universidad de Las Palmas. Este contraste se observa en islas como Fuerteventura, que ha crecido el 81% en 20 años, y La Palma, cuya población ha caído un 1%. En todo caso, “la población no se debe considerar como una rémora. Al contrario: el recurso más importante es precisamente ese, sus recursos humanos”, dice Domínguez.
Mientras tanto, los ciudadanos conviven con las desventajas. “Aquí hay colas para todo. En el centro de salud, el banco, Correos… hay que hacer las cosas con tiempo”, asegura Paula, profesora de instituto en Santa Lucía de Tirajana, municipio grancanario que tenía 47.161 habitantes a principios de siglo y 74.800 ahora. “Hemos pasado de ser un pueblo grande a convertirnos en una ciudad pequeña”, dice Francisco García, primer teniente de alcalde de Vecindario, una población del término municipal. Lo mismo sienten en la turística Arona, 82.777 habitantes, la localidad que más ha crecido en Tenerife: casi doblando su población desde 2000. “Yo soy paciente de riesgo y viajo 80 kilómetros por la falta de un hospital en la zona”, dice Ignacio, un vecino. “Tengo que pedirme el día en el trabajo, con atascos que a veces superan los 40 minutos”.
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