“Estamos muy desbordados”
Los sanitarios de los centros de salud de Ciutat Vella de Barcelona se reorganizan para abordar la amenaza de la covid-19 sin desatender a los enfermos de otras patologías
Oriol Rebagliato, médico de familia y adjunto a la dirección en el centro de atención primaria (CAP) Gòtic, en Barcelona, está este viernes por la mañana en la plaza Joaquim Xirau, donde se construyen un barracón de dos plantas para atender a los pacientes con covid-19. En el centro de la plaza, hay una carpa de emergencias sanitarias, con el personal enfundado en sus trajes protectores, donde se examina a posibles infectados. El ruido por las obras es potente. El médico interrumpe un momento su lista de quejas y agudiza el oído. “Voy a ver”, dice, “si mueven un poco la máquina. Ayer costaba auscultar así”, afima haciendo una mueca y con su mochila a cuesta antes de entrar a trabajar.
Colonizada por la covid-19, la plaza, sin rastro ya de columpios, refleja la crudeza de la pandemia y las necesidades de un CAP que clama desde 2008 por un nuevo local. Con goteras, plagas e inundaciones, sus 900 metros cuadrados no dan para atender la crisis sanitaria y las otras patologías. “Nos dijeron que el barracón estaría en septiembre”, dice la directora del CAP Helia Cebrián. Anna Romagosa, del Raval Nord, está esperanzada: quiere un local prefabricado similar justo encima de las pistas deportivas para que las urgencias vuelvan a la planta baja. No le han dicho que no.
“Estamos muy desbordados. La dirección trabaja mañana y tarde y muchas más horas de las que tocan. No nos acabamos el trabajo. Es un bucle”, describe Romagosa. “Estamos super saturados”, remacha Cristian Llàcer, director del CAP Casc Antic. “Y no solo los médicos. Las enfermeras, las señoras de la limpieza, los administrativos. Hacemos lo que podemos”, admite abrumada Cebrián. Ahora también asumen las residencias de ancianos. “Falta personal y espacio. Esto funciona mucho gracias al compromiso del personal”, añade Rebagliato. Ruth Martínez, administrativa, gestiona también el CAP Gòtic. No les pagan las horas extras. Y hace este ruego: que las mutuas asuman también las PCR.
Tardan al ponerse al teléfono pero no tengo queja", afirma una paciente a la salida del Cap Gòtic
La realidad es que los CAP han dado casi un salto mortal sin red al reorganizar de arriba abajo su espacio y su servicio en una suerte de rompecabezas. “El de Casc Antic también es pequeño y pedimos uno nuevo”, dice Llàcer. Los médicos atienden ahora por teléfono y filtran las llamadas para decidir si una consulta debe o no ser presencial. “Es doble trabajo”, señala Romagosa, que recalca que las urgencias siguen abiertas. El Raval Nord hace el 25% de las visitas que hacía al día (unas 700). Los médicos admiten que a los pacientes les ha costado aceptarlo. Pero la mayoría, al menos los que se acercan estos días al ambulatorio, son conciliadores. Una queja impera: cuesta mucho que les descuelguen el teléfono. “Tenemos una centralita muy vieja y se colapsa”, señala Llàcer.
En los ambulatorios no hay colas y dentro impera el silencio. “Las cosas han cambiado. Cuesta que te cojan el teléfono pero no me quejo”, dice Dolores Fuentes, que acudido al CAP Gòtic a vacunarse y feliz de tener hora con el especialista. “He estado tres meses en Burgos y la enfermera me ha ido llamando”, añade Raquel Gordo, de 67 años, que ha ido al CAP Raval Nord a buscar una doble cita. Bajo un letrero en la fachada del CAP Drassanes en favor de la sanidad pública en catalán, urdú y árabe, María Ángeles, de 67 años, con mascarilla y guantes, acaba de vacunarse. “Mi madre tiene 90 años. Hay que venir lo menos posible. Si un lugar me puedo contagiar es este”, dice. No reniega de la sanidad pública pese a que se operó por una mutua de una piedra en el riñón. Pagó 600 euros. “Lo tengo claro: si me pasa algo vendré aquí”, zanja.
Comprometidos, muchos de los sanitarios de Ciutat Vella llevan años en el distrito. “Este trabajo te tiene que gustar. Las situaciones son duras. Hay muchas culturas y se ha degradado la vida en el barrio con la saturación del turismo, la droga y la delincuencia”, cuenta Paloma Prats, enfermera y adjunta a la dirección del CAP Drassanes. Con un 60% de pacientes de origen inmigrante —muchas consultas se hacen con intérpretes— es fácil encontrar pisos donde vivan 10 o 15 personas. Prats subraya que a peor condición social es más fácil enfermar, aunque ahora la incidencia de covid-19 en Ciutat Vella es como la de otros distritos. “A veces”, revela, “comunicamos positivos a pacientes paquistanís y no entienden el confinamiento al encontrarse bien".
A golpe de protesta, el CAP Drassanes ha recuperado unos bajos inutilizados donde estaba antes la medicina tropical y ha logrado —"Era prioritario sacarlo del edificio"— que les cedan un local para la covid-19. De la misma forma que el CAP Raval Nord ganó la batalla al Macba, los vecinos y sanitarios del CAP Gòtic esperan algún día tener un nuevo local. Ahora están enfurecidos después de que el Ayuntamiento no se opusiese a que una empresa tecnológica se instale en el edificio de Correos. “Es una tomadura de pelo”, lamenta la directora de CAP. “Otra vez el Ayuntamiento antepone la iniciativa privada a la salud pública", clama Martí Cusó, de la plataforma Resistim al Gòtic.
“No solo los médicos. Las enfermeras, señoras de la limpieza, administrativos. Hacemos lo que podemos", afirma la directora del CAP Gòtic
Con profesionales cansados “psíquicamente”, avisa Llàcer, los CAP intentan aprender a convivir con la covid-19 sin desatender otras patologías. “Los diabéticos se nos descompensan; se detectan menos cánceres de mama”, lamenta Cebrián. Romagosa pide, por ejemplo, que se les libere de tareas administrativas. Y reclama más personal, aunque no es fácil encontrarlo, como le pasa al CAP Casc Antic con los pediatras. “Pues yo estoy contenta”, afirma la paquistaní Shenaz, de 45 años, paciente de la doctora Romagosa. Àngels del Pozo, de 63 años, sale a prisa del CAP Gòtic: “He venido a buscar una fe de vida. El local será una birria pero ellos dan lo que necesitas. Que quede reflejado".
A concurso el futuro CAP de la Misericòrdia
Con profesionales cansados “psíquicamente”, avisa Llàcer, los CAP intentan aprender a convivir con la covid-19 sin desatender otras patologías. “Los diabéticos se nos descompensan; se detectan menos cánceres de mama”, lamenta Cebrián. Romagosa pide, por ejemplo, que se les libere de tareas administrativas. Y reclama más personal, aunque no es fácil encontrarlo, como le pasa al CAP Casc Antic con los pediatras. “Pues yo estoy contenta”, afirma la paquistaní Shenaz, de 45 años, paciente de la doctora Romagosa. Àngels del Pozo, de 63 años, sale a prisa del CAP Gòtic: “He venido a buscar una fe de vida. El local será una birria pero ellos dan lo que necesitas. Que quede reflejado”.
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