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juguetes
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los juguetes curan

Noemí Batllori regenta L’Hospital de les Joguines, un taller de reparación de juguetes rotos y a los que sus propietarios tienen un gran apego

Juguetes
Ramon Besa

Montserrat, que siempre ha sido muy viajera, acaba de cerrar la maleta y anuncia: “A mis 80 años quiero estar preparada para cuando llegue mi momento, que no sé cuándo será, de manera que mientras viva intento solucionar cada una de mis preocupaciones”; alguna tan importante como la herencia, que incluye cuatro muñecas “antiguas, divinas y que han quedado muy bien después de los arreglos” por los que paga 200 euros al contado con billetes de 50. “Aunque mis nietas ahora no las quieren, yo se las voy a dejar para que sepan que su abuela ha pensado en ellas”, sentencia mientras pide por una librería -busca un libro de refranes y costumbres- que esté de camino a un restaurante de Barcelona.

La puerta todavía no se ha cerrado cuando entra una señora de mediana edad que pide por un muñeco, a su parecer “monísimo y que tendrá más de 70 años, porque mi madre ya suma 83″. “¿El brazo no se puede restaurar más?”, pregunta con más escepticismo que preocupación en el momento en que ya está de vuelta en sus manos y se dispone a envolverlo en la misma toalla que lo dejó en L’Hospital de les Joguines de la calle de la Virtut, al lado de la plaza del Sol, en el barrio de Gràcia de Barcelona, el sitio del que acaba de salir Montserrat. Una clínica de juguetes ideada en 2017 el día en que Gala, una niña de cuatro años, no paró de llorar porque se había roto su muñeca hasta que fue reparada por su madre Noemí.

Ambas improvisaron un juego que consistía en llevar a la muñeca a un hospital para que la curaran, como corresponde a cualquiera que se le fractura un brazo, y si el tratamiento resultó fue porque Noemí es una excelente maquetista salida de la Escola Llotja. La felicidad de la hija animó a la madre a organizar de entrada una recogida de juguetes entre sus familiares y amigos en plena campaña publicitaria de Navidad. “Vi tanta novedad que pensé en qué hacer con lo viejo”, inquirió entonces Noemí. La respuesta fue construir una clínica porque arreglar un juguete puede suponer curar a un niño, devolverle la ilusión, sobre todo si es que se le ha roto el más querido, como pasó con Gala.

La página web indica que en aquel taller artesano tan cuidado y sentido se da “una segunda vida a los juguetes rotos”, siempre que no sean de plástico, electrónicos o bélicos; se programan también talleres y disponen incluso de una unidad móvil, como confirma la propia Noemi, que atiende pacientemente en silencio, habla con calma y trabaja sin prisa, ahora con un ojo y después con un pie, encantada con un oficio en el que se puede saber la historia de una persona a partir de la vida de un juguete: “Una joven de 18 años me confesó que era la primera vez que se separaba de la muñeca que me dejaba para que la reparara”, recuerda Noemí Batllori.

Hay juguetes fetiche que han perdido su gracia, como la peonza que solo bailaba cuando la lanzaba mi padre. Se cuentan también los premonitorios: Montse alineaba y cuidaba de pequeña a sus muñecas como si ya fueran las alumnas que tuvo de maestra. Y los hay que no se sabe muy bien por qué se les tuvo tanto apego: yo nací pidiendo un burro y no paré de rebuznar hasta que los Reyes Magos me trajeron un caballo de pasta de cartón, con plancha y ruedas para que pudiera cabalgar feliz por la carretera, hasta que un día me olvidé de acostarle y la lluvia lo convirtió en un despojo ante mi desconsuelo porque siempre pensé que habría sabido resguardarse del agua como hacía la mula de mi vecino Melcior.

A falta de clínica, los Reyes se volvieron a acordar de mí cuando cumplí 50 años y me obsequiaron con una réplica moderna de aquel caballo de la infancia que no solo no he olvidado, sino que no he parado de recordar con lecturas de libros muy interesantes como la de Joguines d’abans de Maria del Agua Cortés Elía (Brau Edicions, 2024). Ahora estoy interesado en un futbolín individual muy pequeño, sin barras ni patas y que funciona con gomas, una reliquia que es propiedad del querido Edu Mauri, el exfutbolista del Espanyol, especialista en medicina deportiva y actualmente médico en el Manchester City. Noemí está intentando acondicionar también el futbolín de Edu.

Estantería en el Hospital de les Joguines (Hospital de los juguetes) donde reparan muñecas y juguetes antiguos.

Aunque hay tareas muy complejas y la mayoría difícilmente tiene precio porque requieren más tiempo que horas, Noemí ha dado con una fórmula para cobrar su faena y que responde de alguna manera al enunciado de una clínica: hace un diagnóstico del daño que sufre el juguete, fija un presupuesto y lo ingresa con una etiqueta parecida a la de una pulsera de identificación, con el nombre del propietario y el teléfono, y registra el pedido en un largo y amplio libro que a 1 de abril ya va por el número 641. “Intento saber lo que puede costar en función sobre todo del material del que dispongo o tengo que buscar y, en el caso de que surja algún problema o variación, llamo”, asegura Noemí.

No es negocio concebido para hacerse rico ni para ser ampliado, sino un hospital y también una escuela en la que los mayores recuperan la infancia y los niños descubren y entienden el mundo a partir de los juguetes, les conecta con la realidad de su entorno, un mundo adaptado a sus dimensiones y a historias creadas con imaginación, como leo en el libro de Maria del Agua Cortés que acabo de comprar en Casa Anita. Nada mejor para contrastar el ingenio de los niños que los talleres de manualidades organizados por Noemí, convencida de que hay diferentes maneras de “transmitir a los pequeños que algunos problemas pueden tener solución si se les dedica tiempo y atención”, como bien sabe Gala.

Ahora es un padre el que ha ingresado al osito de peluche que tanto quiso de niño y ahora necesita arreglar para poder regalárselo al hijo que está a punto de nacer en Mallorca. El vínculo emocional expresado en un juguete recupera todo su sentido en L’Hospital de les Joguines. Igual resulta que hasta las nietas de Montserrat se interesan por compartir sus muñecas de la misma manera que yo ando en busca del catálogo de los almacenes El Siglo que en 1910 anunciaba: “Sección de juguetes. Ocasión. Caballos de cartón, gran fantasía, con crin y sin crin, ruedas de madera y de hierro. Toros, camellos, elefantes, burros con y sin cántaros”. Haría juego con el burro que perdí de niño y reapareció cuando cumplí los 50.


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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.
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