Yo no sé si la policía es racista, pero...
El 97% de las asociaciones consultadas tienen constancia de identificaciones por motivos raciales. La violencia desproporcionada en Lavapiés contra los senegaleses vuelve a disparar las alarmas
Tengo un amigo de piel aceitunada y pelo ensortijado. Dice que parece de otra parte, argelino, por decir algo. Pero es de esta parte, de toda la vida. Y dice que está harto de que la policía le pare por la calle y le pida la documentación. Le pasaba especialmente cuando vivía en Lavapiés.
Yo llevo viviendo en el barrio 10 años y frecuentándolo 20: ver a la policía interaccionar, dicho suavemente, con la gente migrante es tan tradicional como comer gallinejas en las fiestas de San Lorenzo o tomar drogas recreativas en sus bares. Lo que le pasa a mi amigo le suele pasar a las personas racializadas. A veces, como se ve en este caso, se racializa a los blancos nacidos en España, porque a este respecto todo es muy relativo: Antonio Banderas es en Hollywood una persona de color. En mi último viaje a Praga un camarero me tomó por iraní y se extrañó, algo indiscretamente, de que pidiera spaguetti carbonara, por el bacon (se hace originalmente con guanciale, pero eso es otro tema).
Esto de que te paren por tu aspecto y te pidan la papelería completa tiene un nombre técnico: son las identificaciones por perfil étnico racial. Se dan por toda Europa y han sido profundamente estudiadas. En una encuesta de Rights International Spain, el 97% de las asociaciones consultadas tenían constancia de este tipo de identificación, llevada mayormente por la Policía Nacional a hombres de 16 a 40 años percibidos como “magrebís, negros, latinos y gitanos”.
El otro día se viralizó un vídeo que iba mucho más allá: un policía trataba con inusitada brutalidad a un senegalés que parecía tener un tranquilo flow de esos de “paz, hermano”. Casi haría gracia la diferencia de temperamentos entre agresor y agredido, si la cosa no fuera tan grave. El policía fuera de sí, dando hostias muy peligrosas, mientras el compañero aplastaba al otro senegalés contra el suelo, esa imagen que tantos disgustos ha dado. No tenemos mucho contexto, pero para apreciar la desproporción tampoco hace falta. Por eso, la Policía ha abierto una investigación interna, a través de la Oficina Nacional de Garantía de los Derechos Humanos. Sumar y Podemos habían pedido explicaciones en el Congreso.
“Hay tensión en el barrio entre la presencia policial y la población migrante, que se siente criminalizada, bajo sospecha constante”, me dijo Marita Zambrana, portavoz de la organización SOS Racismo. En 2020, una política de ultraderecha se vino arriba y soltó que los barrios con presencia migrante eran “estercoleros multiculturales”. La convivencia en Lavapiés, sin embargo, es buena.
Al vecindario la migración más que problemas le aporta valor: se come en restaurantes senegaleses y árabes, se compra en las tiendas de fruta y tecnología de los banglas. Hay peluquerías marroquíes y tiendas de productos egipcios (esos vestidos llenos de pedrería le encantaban a mi difunta madre). Hay quien vende marihuana y hay quien la compra, mayormente españoles blancos de clase media. La tan cacareada multiculturalidad ha servido como atractor de turismo descontrolado: tal vez ese sea su mayor inconveniente. El propio turismo la va carcomiendo.
No faltan los retos. Hay chavales pobres abandonados por las calles, sin futuro a la vista, que cometen pequeños delitos. Algunas personas migrantes son también personas sin hogar y se ven obligadas a dormir en cualquier recoveco. La buena convivencia a veces se queda en las relaciones comerciales citadas, pero no se forman relaciones más profundas: quizás eso ocurra en la segunda generación, en esos colegios donde todo se mezcla desde la infancia.
Lavapiés es un barrio donde los vecinos se ponen espontáneamente a increpar a los agentes cuando ven lo que creen que es un abuso, cosa llamativa. Luego se lía, como hace justo un año, cuando en mitad de un revuelo la policía arrojó al suelo y detuvo a un señor díscolo y mayor, que resulta que había militado en ETA durante su juventud. O en los disturbios que siguieron a la muerte del mantero Mame Mbayé, en marzo de 2018, al que le dio un ataque al corazón mientras escapa de los agentes. Todavía hay murales en el barrio que recuerdan su figura.
El racismo es uno de los temas sobre los que se había alcanzado cierto consenso social (al menos en la teoría), un consenso que se ha roto con el ascenso de la extrema derecha. El consenso es lo que se enseña en el cole: que la pobreza es injusta, que hay que cuidar el medioambiente, que el racismo es execrable. Hoy hay quien cuestiona lo que antes se consideraba un progreso. En realidad, siempre estuvieron ahí, pero no tenían Twitter, ahora X, para asomar las garras.
¿Es la policía racista? “La policía es racista, porque es parte de un Estado racista y de una sociedad racista”, me dice Zambrana. Yo no sé si la policía es racista, pero lo cierto es que las personas racializadas sienten que los agentes les hostigan. Yo no sé si la policía es racista, pero con frecuencia vemos violencia desproporcionada contra migrantes. Yo no sé si la policía es racista, pero recientemente hemos visto una bandera usada por la ultraderecha colgando en una comisaría. Yo no sé si la policía es racista, pero acabaré con una anécdota: algunos de los más prominentes skinheads neonazis de mi adolescencia acabaron en el cuerpo.
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