4 kilos, la bodega de dos ‘outsiders’ que desató la revolución en Mallorca
Cuando uno de los fundadores del Sónar, Sergio Caballero, y su socio, Francesc Grimalt, comenzaron el proyecto en 2006, la isla tenía poco más de una decena de proyectos. Hoy hay más de 100 bodegas y la suya es ejemplo de vinos sostenibles.

Mallorca amanece con un sol de justicia. Desde hace unas cuantas temporadas, la isla concentra las lluvias en un periodo cada vez más corto de tiempo. “El 2024 ha sido uno de los años más secos y duros que recuerdo”, sentencia Francesc Grimalt, viticultor detrás de 4 Kilos, una de las bodegas que más y mejor ha hecho por poner en valor un uso sostenible y concienciado del suelo. Y aclara: “Aunque han caído 580 litros de lluvia, el problema no ha sido la cantidad, sino la distribución. Menos días de lluvia, pero mucho más intensa durante el final del año”. Esto ha terminado por afectar gravemente a una de las principales protagonistas, la viña, que redujo una parte significativa de su cosecha.
Grimalt, en todo caso, sabe que es un verdadero privilegiado. “Dentro de esta realidad, es importante recordar que el vino, como la gastronomía, es un mundo de placer, disfrute y comunicación”, confiesa, intentando ser positivo. “No podemos transmitir solo mensajes negativos, porque el vino es mucho más que eso: es una forma de conectar con los demás y con la tierra”. Para este mallorquín, de familia de agricultores, de Felanitx, que creció en el campo y vivía como una fiesta los días de vendimia, no se trata solo de ser catastrofistas, sino de buscar soluciones y mantener la esperanza.
Es ahí donde entra 4 Kilos y su forma de trabajar, que desde 2006 ha ido conquistando terreno, adaptándose al clima y haciendo las cosas de una forma diferente, con vinos más ligeros y menos intervención en el viñedo. Unos adelantados. Unos pioneros de lo que hoy triunfa y el público demanda. “Estoy contento porque tenemos viñedos con variedades de aquí, que resisten bien los veranos mediterráneos”, indica de unas cepas que contienen callet y fogoneu, uvas tintas, elegantes y frescas, con taninos suaves, y que permiten elaborar vinos como su conocido 12 Volts o Motor Callet, que descansa en ánforas de arcilla. “Ya veremos qué pasa, pero más que hablar del problema, prefiero que nos centremos en la acción. Para nosotros, eso significa buscar soluciones reales, sistemas que nos ayuden a gestionar mejor el agua y adaptarnos a los cambios. Porque alternativas hay, solo hay que moverse”.

En 4 Kilos están concienciados. De esta forma han conseguido aumentar el contenido de materia orgánica en el suelo para mejorar la retención de agua, además de ajustar los tiempos de vendimia y poda. “Son pequeños cambios que vamos incorporando poco a poco, y ahora incluso nos estamos planteando la necesidad del riego”, revela. A su lado, desde los orígenes, siempre estuvo Sergio Caballero, el enfant terrible del videoarte, mitad creadora del festival Sónar, y diseñador inquieto donde los haya. “Nos conocimos en el año 2000, cuando fui a Mallorca a hacer una vendimia. A mí me gustaba el mundo del vino y él aún estaba en la bodega Ánima Negra”, señala Caballero de aquel primer encuentro donde, según recuerda, conectaron porque compartían inquietudes y una forma diferente de ver las cosas. “Él ya conocía el Sónar y tenía un enfoque muy creativo, así que la relación fluyó de manera natural”.
Caballero se lanzó de lleno. El nombre 4 kilos no solo habla de los 4 millones de pesetas que pusieron, sino también del interés que había por hablar del peso de las uvas, en un momento en que no paraban de entrar grandes grupos de inversión en el mundillo vitivinícola mallorquín. Fue una respuesta modesta a todo aquello, pero que el tiempo ha ido elevando hasta situarla en un lugar de preferencia. “De todos modos, yo prefiero dejar esos discursos a otros, porque mi aportación al mundo del vino viene por otro lado: la imagen, el arte y el diseño. Yo hago etiquetas”, reivindica Caballero, encargado de la parte gráfica y creativa de los vinos. “Mi manera de aportar fue darle una vuelta a lo que ya se hacía, cambiándolas cada año, algo que en su momento nadie se había planteado. No me interesaba seguir tendencias, sino crear mundos posibles y explorar aquello que me seduce, dejando que la intuición guíe al diseño”. En un momento en que las etiquetas eran excesivamente clásicas, ellos buscaron algo diferente, más libre y creativo, marcando un estilo propio. Los artistas que han colaborado con la bodega incluyen a Ben Rivers, cineasta británico conocido por sus películas experimentales; Marcel Dzama, artista canadiense famoso por sus ilustraciones y esculturas surrealistas; Abdelkader Benchamma, ilustrador francés que explora temas de ciencia y ficción; o el historietista recientemente fallecido Martí Riera.

En cuanto a los vinos, desde el principio confiaron en apostar por algo diferencial, dando visibilidad a las variedades autóctonas. Entre ellas, la ya mencionada callet, que aún no se había convertido en la opción popular que es hoy en día. “Mi primer vino con esta uva lo hice en 1994, y aunque en un principio experimentamos con cabernet sauvignon para ir poco a poco, el objetivo siempre fue darle valor”, dice Grimalt, que solo tres años más tarde ya publicaría un encendido tratado en defensa del vino mallorquín, El vi a Mallorca, donde contaba la historia de uvas como la calop, la cagat o la manto negro, que hoy protagonizan muchos de sus vinos, entre ellos su excelente y asequible Tanuki Bob.
El cambio en los gustos también ha sido determinante. “Antes, los vinos más potentes y estructurados dominaban el mercado, pero ahora hay una clara tendencia hacia vinos más ligeros y frescos”, reflexiona Caballero, la persona que vio claro desde el principio la defensa de estos vinos y su puesta en valor. “Nos hemos ido adaptando a esta evolución, ajustando la producción y explorando nuevas formas de expresar nuestras uvas autóctonas, siempre con la idea de mantener viva la identidad del vino mallorquín, y sin olvidar las que también plantaron nuestros abuelos, y que podían ser foráneas”.
Lo que empezó como el proyecto de dos outsiders ha desatado una revolución. Cuando 4 Kilos se inició, Mallorca tenía poco más de una decena de proyectos. Hoy hay más de 100 bodegas, muchas dirigidas por jóvenes que están recuperando esas uvas olvidadas que tanto gustan a Sergio y Francesc. Entre los nombres que de algún modo han estado vinculados a esta filosofía, se encuentran los de Toni Gelabert, Cati Ribot, Eloi Cedó, Bàrbara Mesquida u Òscar Navas. “Nos demostraron que era posible”, dice este último, al frente del proyecto La Furtiva, en Terra Alta, Cataluña. Navas se formó con 4 Kilos, pero decidió arrancar un proyecto propio en Batea, el pueblo natal de su madre, hace ocho años. “Ellos han sido muy importantes porque no solo consiguieron trabajar y dar valor a una zona, sino que también la posicionaron con vinos de calidad a nivel estatal y a nivel mundial”. Más allá de su propia historia, 4 Kilos ha sido el referente en el que se han mirado los que han venido después, haciendo de lo local algo universal. Hoy, la isla vive un momento efervescente, con viñedos que cuentan nuevas historias y una escena vinícola en plena evolución.
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