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¿Por qué una silla puede costar 2.500 euros?

La polémica suscitada en el consistorio de Vitoria por la adquisición de dos piezas de diseño plantea el dilema de los precios y los costes en el sector del mueble de autor

Carlos Primo
Versión en azul de la butaca East River Chair de Hella Jongerius para Vitra.

La East River Chair, creada por la diseñadora holandesa Hella Jongerius para la firma de mobiliario Vitra, es una silla con patas de madera de roble europeo y un asiento envolvente, elaborada con acero, madera maciza y laminada, espuma de poliuretano y cuero. Sus formas redondeadas, con líneas suaves y contrastes de materiales y tonos, son un reflejo del estilo de la holandesa, una diseñadora con afición al color y a una idea plástica y lúdica del diseño. También tiene detalles puramente prácticos: un asa para moverla fácilmente, y un acolchado adicional en la región lumbar.

Pero esta silla contemporánea y aparentemente inofensiva, que técnicamente es más bien una butaca por su altura y su asiento acolchado, se ha convertido en el centro de una pequeña polémica: hace escasos días el grupo municipal de EH Bildu en el Ayuntamiento de Vitoria publicó la factura de la adquisición de dos de estas piezas por parte del consistorio. Su precio, de poco más de 2.500 euros por unidad, ha sido el detonante de una controversia donde subyace la cuestión de qué costes son razonables o no en un ayuntamiento, o de en qué medida la adquisición de mobiliario de diseño contribuye a la mejor imagen pública de una ciudad.

Pero esta polémica también permite acercarse a otra cuestión: la de los estándares de precio, calidad y fabricación habituales en el mobiliario de diseño. Y, en ese ámbito, la East River Chair no es ninguna excepción. 2.500 euros por unidad puede parecer una cantidad imponente si se compara con los 200 o 300 que cuestan las butacas que comercializan las grandes firmas internacionales con diseño europeo, producción en masa y fabricación externalizada a gigantes industriales asiáticos. Pero si tenemos en cuenta sus rasgos –diseño de autor, producción europea y firma de prestigio–, el importe es el habitual en un sector donde, además de la suiza, compiten firmas escandinavas, italianas o españolas.

Vista trasera de la butaca de Jongerius en amarillo.

Los ejemplos son numerosos, especialmente en lo que se consideran iconos del diseño, piezas reconocibles, que han marcado un punto de inflexión en el sector por su innovación o por el prestigio de su autor. La silla 051 de Pierre Jeanneret, fabricada por la italiana Cassina, cuesta 2.460 con estructura de madera y asientos de tejido vienés. La Gaulino de Oscar Tusquets, con un inconfundible diseño de aires modernistas, comienza en 1.633 euros por la firma catalana BD Barcelona Design, pero es una silla de comedor. La misma marca produce una butaca baja de Jaime Hayon de proporciones comparables a la de Jongerius, la Low Lounger en laminado y cuero, a partir de 4.328 euros.

Más ejemplos: las elegantes butacas de madera y asiento encordado de Carl Hansen & Son, fabricadas en Dinamarca, salen por 3.714 cada una. Precios entre 2.000 y 3.000 euros por sillón son corrientes en firmas como Lema, Knoll, Zanotta, Molteni&C o Edra. La silla Cab de Mario Bellini para Cassina, un diseño tapizado en cuero muy habitual en salas de juntas, se encuentra asimismo en este margen. Otros iconos elevan aún más la factura. El sillón Barcelona de Mies Van der Rohe para Knoll, un clásico entre los clásicos diseñado por primera vez para el pabellón que hoy se conserva en la capital catalana, cuesta más de 8.000 euros, y es presencia habitual en despachos, salas de juntas o salas de espera, sin contar las innumerables copias que pululan de él.

Todos estos ejemplos corresponden a una tipología empresarial muy concreta. La mayoría de estas firmas produce sus piezas en Europa, en sus propias fábricas, sin deslocalizar la producción a terceros países con salarios más bajos ni recurrir a más proveedores que los habituales.

Cuando en 2023 el Financial Times se preguntaba si el mobiliario de diseño caro valía la pena, el consejero delegado de Molteni, Marco Piscitelli, aportó algunas explicaciones. Por ejemplo, que el margen de beneficios en este sector está entre el 10 y el 20% del precio final, frente a lo que sucede en el de la moda de lujo, que puede alcanzar el 35%. Y que entre el 30% y el 40% de la etiqueta corresponde a los costes de producción, incluidos los salarios. “Los salarios [en Brianza] están entre los más altos de Italia, porque es uno de los pocos lugares donde se puede encontrar la habilidad y la experiencia necesarias para producir piezas de alta calidad”, declaraba al medio estadounidense. La región a la que se refiere, Brianza, es una zona cercana a Milán que protagonizó a mediados del siglo pasado un bum sin precedentes en el mundo del mobiliario, aplicando métodos industriales a la ebanistería típica de la zona, y donde se concentran varias decenas de fabricantes de mobiliario de gama alta. De hecho, el método de producción de la mayoría de fabricantes que exponen su trabajo en el Salone del Mobile de Milán, se encuentra en la encrucijada entre la artesanía, la tecnología y la producción industrial.

El caso de Vitra, la firma que produce y distribuye las butacas de la discordia en el ayuntamiento alavés, es otro ejemplo del mismo modelo de negocio con rasgos muy particulares. El origen de la marca está en 1953, cuando Willi Fehlbaum conoció a Charles y Ray Eames, los gurús del mid century estadounidense, y entabló con ellos una amistad que le llevó a producir sus conocidas sillas en Europa. Hoy en día algunos de sus modelos más destacados siguen en el catálogo de la empresa suiza, y están entre sus mayores éxitos de ventas. Por ejemplo, la Eames Lounge Chair, una butaca en madera laminada, con base metálica y asiento tapizado en cuero que cuesta 6.545 euros, y que se sigue produciendo con una técnica híbrida, entre lo manual y lo tecnológico, cuyo origen es la propia metodología de los diseñadores. Ese enfoque es lo que permite, por ejemplo, que las sillas de escritorio de la colección Aluminium de los Eames, diseñadas en 1958 y cuyo precio comienza en 2.570 euros, tengan una garantía de duración de 30 años.

Esos estándares de resistencia y durabilidad son los que hacen que, más allá del ámbito doméstico, los muebles de Vitra, con pedigrí arquitectónico, sean presencia habitual en oficinas, hoteles, universidades, pabellones de congresos y restaurantes, donde su uso y su potencial desgaste son muy superiores al que se produce en cualquier casa. Con los años, la marca también ha desarrollado una visión ecológica que atañe a la huella de los productos, a la economía circular y a la transparencia: su sede central está en Suiza y sus fábricas se encuentran en Alemania, Hungría, Finlandia y Japón (para el mercado asiático). Algunos de sus muebles pasan desapercibidos, porque no tienen logos visibles y no siempre corresponden a iconos absolutos. Pero esa es otra peculiaridad del sector. En una fotografía, un original y su copia pueden parecer similares o idénticos. Pero el mobiliario, especialmente en los espacios institucionales, debería huir del consumo rápido o la producción de usar y tirar. Si de la ecuación se eliminan las copias ilegales, que no resultarían admisibles en un espacio público, las opciones intermedias no son tan numerosas como cabría pensar.

Por supuesto, ninguno de estos argumentos justifica lo que debe o no gastar un ayuntamiento, pero sí que estos precios son los habituales en este tipo de marcas, cuya lógica se encuentra a medio camino entre la artesanía, la ecología y los estándares éticos de producción, y el sector del lujo. ¿Podría haber optado el ayuntamiento por, por ejemplo, adquirir butacas de firmas españolas como Andreu World, o incluso específicamente vascas como Ondarreta o Treku? Tal vez sí, aunque, según los responsables de la adquisición, los modelos de Vitra se escogieron para armonizar con los que ya existían en la misma institución y completar el mobiliario existente, no para renovarlo. Tal vez a eso se refiriera María Nanclares (PSE), concejala de Promoción Económica, cuando afirmó que “nos estamos gastando el dinero en invertirlo en el Palacio Europa y mostrar la mejor imagen de nuestra ciudad”.

La imagen, el estatus y el prestigio son factores fundamentales en la industria del diseño, tanto como el respeto a la autoría o a métodos de producción responsables. Pero no todos estos factores son fáciles de cuantificar. Por eso, desde que existe el diseño existe la polémica sobre su precio.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM
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