Calaveras, perros amenazantes y bebés enormes: el inquietante Ron Mueck desembarca en París
El artista australiano despliega su talento barroco y fascinante en su tercera muestra en la Fondation Cartier
El pasado 8 de junio el luminoso edificio de la Fondation Cartier de París amaneció lleno de calaveras gigantes. Una pequeña montaña de medio piso presidía el espacio principal y otro montón descansaba junto a la pared de cristal, en contraste con el verde del jardín. El conjunto se llama Mass, es obra del escultor Ron Mueck (Melbourne, 68 años) y forma parte de su tercera muestra en esta ilustre institución del arte contemporáneo.
Esta es la primera vez que las calaveras viajan fuera de Australia, aunque no solo de huesos vive esta exposición: hasta el 5 de noviembre, el visitante podrá admirar estas y otras obras imponentes –y no solo por el tamaño– de este artista con sensibilidad barroca y talento sobrecogedor para representar la figura humana.
Formado como creador de marionetas para programas infantiles, Mueck estalló en el mundo del arte en 1996, cuando desveló Pinocchio –una escultura sobredimensionada e hiperrealista de un niño en calzoncillos– y ese trendsetter llamado Charles Saatchi le encargó dos obras para su colección. Al año siguiente, lo incluyó en Sensation, la muestra que convirtió en superestrellas a toda una generación de artistas con gusto por lo descarnado, lo macabro y el humor negro.
Pero, mientras que algunos compañeros de aquel grupo —lacónicamente bautizado como Young British Artists— se han perdido por el camino y otros, como Damien Hirst, han forzado tanto el sistema que han agotado su capacidad de polémica, Mueck forma parte de los que se mantienen. En parte porque su punto de vista es monolítico y su producción, escasa: en 25 años solo ha terminado 48 obras. El australiano alimenta el misterio.
“Es un artista muy discreto, muy secreto, muy especial”, dijo Chris Dercon, director de la Fondation Cartier, el día de la inauguración. Mueck no estaba pero su obra es elocuente: un enorme recién nacido, aún sanguinolento, te recibe en la sala contigua a las calaveras, y tres perros gigantes podrían devorarte en el piso de abajo. El comisario Charlie Clarke resumió la sensación con tino aquella misma mañana: “Las obras miran a un futuro desconocido. Si esto no es relevante en el mundo en que vivimos, no sé qué lo es”.
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