La herida abierta de los niños desaparecidos en Israel
El Gobierno reconoce que cientos de bebés hijos de inmigrantes fueron robados tras la creación del Estado
Han pasado más de seis décadas pero Hattune Abudi lo recuerda como si fuese ayer. A sus 87 años no pierde la esperanza de encontrar a la hija que, asegura, le robaron prácticamente nada más emigrar a Israel. Todo este tiempo ha batallado por conocer la verdad y ahora vuelve a tener esperanza: el Ejecutivo israelí reconoció este fin de semana por primera vez que centenares de bebés fueron robados. “Si el Gobierno lo sabía o no, o si lo organizaron o no, probablemente nunca lo sabremos”, reconoció el ministro sin cartera Tsahi Hanegbi, al que recientemente el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ordenó investigar las denuncias sobre niños robados.
Era julio de 1951 cuando Hattune junto a su marido, su madre y sus dos hijos pequeños aterrizaron en el aeropuerto de Tel Aviv, en un vuelo repleto de inmigrantes que, ilusionados, llegaban desde Bagdad hacia la tierra prometida. “Estaba embarazada de casi seis meses. Nos instalaron en un campamento provisional. En octubre, después de las fiestas de Succot, en la tienda que nos habían asignado, di a luz a una preciosa niña de ojos azules. La llamé Rivka y aún hoy recuerdo su olor”, cuenta Hattune visiblemente emocionada.
La niña estaba bien pero el frío y la lluvia hicieron que empezara a moquear así que el marido y la madre de Hattune la llevaron a la clínica del campamento. Allí se la llevaron para reconocerla y tan sólo les entregaron los pañales. “Les dijeron que estaba muerta y al principio lo creyeron. Pero yo siempre sentí que no era verdad. Sé que Rivka sigue viva”, asegura Hattune.
Durante dos décadas, la desconsolada madre, que en aquella época ni siquiera hablaba hebreo, no volvió a tocar el tema. En su caso, piensa, era muy fácil robar a la niña. Había nacido en una tienda, no tenían ni un sólo papel que probara su nacimiento y por supuesto nadie les entregó un certificado de muerte. Pero para ella, los papeles no significan nada. En su propia cédula de identidad israelí pone que nació en 1920 y en realidad nació en 1929. “Evidentemente no tengo 96 años, sino 87”, bromea enseñándola.
5.000 desaparecidos
En su caso, como en el de la mayoría de los denunciantes, hay poca esperanza de que algún día encuentren a los suyos. Hay artículos de prensa de la época que hablan de la “fiebre de adopciones” vivida en el recién nacido estado israelí pero no sobre bebés robados. Las cuatro comisiones de investigación abiertas por el Gobierno tampoco han arrojado mucha luz sobre el misterio de los niños desaparecidos en los años 50. La primera comisión se abrió en 1967, cuando numerosas familias de emigrantes empezaron a recibir cartas oficiales para que sus hijos, que ellos creían oficialmente muertos, se incorporaran a filas.
Sus reclamaciones forzaron la apertura de la investigación oficial sobre 342 casos denunciados. La comisión determinó que, de ellos, 316 habían muerto. Unas conclusiones que no convencieron a los afectados que siguieron luchando para reabrir los expedientes y llegar al fondo de la cuestión. En 1988, 1995 y 2001 se pusieron en marcha nuevas comisiones cuyos resultados fueron muy similares. En la última, de las 1.033 denuncias estudiadas, en 927 la conclusión fue que los niños habían muerto. Tan sólo en cinco se reconoció que las pistas indicaban que podrían estar vivos, pero en ningún caso se habló de robo de bebés y los documentos de la investigación fueron declarados clasificados durante 70 años, para salvaguardar la confidencialidad de los testigos que colaboraron.
“Es una locura que hasta el 2071 no podamos conocer con nombre y apellidos de quiénes se trata. Todos habremos muerto para entonces. Estoy seguro de que había una gran mafia de enfermeras, doctores y también funcionarios del gobierno implicados”, asegura Elan, uno de los hijos de Hattune, que hasta 1971 no se enteró de que había tenido otra hermana.
Las historias más conocidas son de niños de judíos emigrados de Yemen, porque son la mayoría y los que más han denunciado. Pero hay una multitud que no lo ha hecho oficialmente. Según la asociación de afectados Amram hay 5.000 desaparecidos, entre ellos, judíos de los balcanes, mizrahíes --procedentes de oriente y norte de África-- e incluso de familias modestas sabra -los judíos que vivían aquí antes de la creación del estado de Israel-.
Conformismo por ignorancia
Es el caso del hermano Debora Katsavi al que, con cinco meses, en 1949, llevaron al hospital de la calle Balfour en Tel Aviv porque no paraba de vomitar y nunca más volvieron a verlo. Ella ni siquiera lo recuerda porque tenía tres años pero sus padres, Margalit y Zion, judíos sabras, nunca vieron el cadáver. Jamás creyeron que hubiera muerto. Hace 20 años que Debora decidió investigar por su cuenta el caso, pero no hay ni registro de la defunción de su hermano. No cree en las comisiones pero quiere que su historia se documente por si, en el futuro, hay alguna posibilidad de saber qué pasó.
Yusef, es de los pocos que conserva papeles de la época. Hijo de inmigrantes yemeníes, su madre dio a luz a una niña en 1950 nada más aterrizar en Israel. Durante tres meses fue cada día al hospital de Jaffa a darle el pecho. Uno de esos días llegó y le dijeron que la niña había sido dada de alta. Le entregaron un documento en hebreo, que ahora Yusef enarbola pidiendo explicaciones y en el que consta que la niña pesó al nacer 2,670gr. y “abandonó” el hospital pesando 3,280gr. La madre volvió enloquecida al barracón en el que vivían al sur de Tel Aviv. El padre regresó al hospital a reclamar a quién habían entregado a la bebé y pasó una noche en el calabozo por alterar el orden.
Como Hattune, los padres de Yusef lo dejaron estar. Desconocían el idioma y tenían miedo de lo que pudiera pasar. “Creo que a la mayoría estábamos en shock ¿Cómo íbamos a pensar que en Israel, la nueva esperanza para todos los judíos, iban a robarnos a nuestros hijos? Por primera vez en nuestra vida íbamos a un sitio donde nos querían. Sólo espero que Rivka, donde quiera que esté, tenga una buena vida”, sentencia Hattune.
El clasismo como telón de fondo
La asociación Amram, la única que lucha desde hace años por la desclasificación de documentos oficiales sobre la desaparición de los niños, teme que cuando eso llegue sea demasiado tarde y muchos de los testigos hayan muerto. Por eso han comenzado a tomar gratis muestras de ADN de las familias denunciantes, a documentar los casos y a hacerlos públicos a través su librería virtual en internet, con el ánimo de juntar el mayor número de afectados para presionar al gobierno y que los haga públicos cuanto antes. Periódicamente se reúnen en Petach Tikva, cerca de Tel Aviv.
Sholmi Hatuka, portavoz de Amram y afectado -su abuela tuvo gemelas en el hospital y regresó a casa sólo con una- se mantiene firme. “El estado debe declarar que fue un crimen contra la humanidad de la élite askenazi contra los mizrahíes”, asegura en el patio de la chabola en la que vive, en un suburbio de Tel Aviv que en los años años 50 albergó el mayor campamento de refugiados yemeníes.
En los casos documentados por Amram, hay algunos afectados que hablan de las “tías de América”, señoras adineradas, askenazíes -las rama judía originaria de europa del este- que iban a los campamentos y a las guarderías del recién nacido estado israelí a “elegir” a los niños que luego desaparecían.
“Hubo niños robados que aparecieron aquí con otras familias en kibutzs, así que hablamos de una operación muy grande en la que las víctimas eran siempre familias pobres mizrahíes o simplemente normales, aunque no económicamente muy boyantes”, explica Shlomi. Las leyes de la época complican más aún la búsqueda. “Entonces, para legalizar una adopción no hacía falta la presencia de los padres biológicos con lo que las familias adoptivas sólo tenían que acudir a un juez para legalizarlo”, denuncia.
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