El sucesor de Karímov, entre la continuidad represiva y el cambio en Uzbekistán
El presidente en funciones Shavkat Mirziyóyev gana, con 88,6% de votos, unas elecciones criticadas por los observadores de la OSCE
Shavkat Mirziyóyev, primer ministro de Uzbekistán desde 2003, ha sido elegido presidente de aquel Estado de 32 millones de habitantes. Las elecciones del domingo 4 de diciembre fueron para suceder al fallecido Islam Karímov, que fue jefe del Estado de Uzbekistán desde su independencia en 1991, tras haber liderado el partido comunista local desde 1989. Según los resultados oficiales, Mirziyóyev, de 59 años, obtuvo el 88,61% de los votos emitidos y la participación fue del 87% del electorado. Los observadores de la misión de la OSCE consideraron que los comicios se caracterizaron por “deficiencias sistemáticas”, incluido el marco legal que no propicia “la celebración de verdaderas elecciones democráticas”, según afirmaron en su declaración preliminar publicada el lunes. Además, constataron la falta de “verdadera competición” durante la campaña y “la limitación de las libertades fundamentales”. Como aspecto positivo, el jefe de la misión, embajador Peter Tejler, dijo que se habían observado “algunas mejoras de carácter técnico” y una organización “razonablemente buena”.
Tras la muerte de Karímov (oficialmente el 2 de septiembre), Mirziyóyev ejerció como presidente en funciones y en los comicios competía con otros tres candidatos formales. La principal incógnita del relevo consiste en saber qué puede esperarse del nuevo presidente, quién ha lanzado algunas señales de cambio de estilo con relación al régimen personal represivo creado por Karímov al frente del país más poblado de Asia Central. El sistema dirigido por Karímov se ha caracterizado entre otras cosas por su gran corrupción, por el desmantelamiento de toda la oposición real, existente a principios de los noventa, por enviar a la cárcel o al exilio a miles de disidentes, por la práctica de torturas y por permitir los trabajos forzados en las cosechas del algodón.
En el campo internacional, Karímov desconfió de Rusia y de EE UU, pero zigzagueó entre ambos países, y trató de perfilarse como un abanderado imprescindible de la lucha contra el islamismo radical en Asia Central. Temeroso de una posible revolución apoyada por occidente tras la represión sangrienta de una protesta en Andizhán, Karímov cerró las bases establecidas en Uzbekistán por norteamericanos y occidentales para apoyar la ofensiva estadounidense contra Bin Laden en Afganistán tras los atentados de septiembre de 2001 en Nueva York.
“El poder en Uzbekistán, como en varios otros países postsoviéticos, está de hecho controlado por los servicios de Seguridad, de los cuales depende Mirziyóyev”, según manifiesta Daniil Kislov, el director del servicio informativo Fergana.ru. Kislov valora positivamente algunas de las señales emitidas durante el interinato de Mirziyóyev, entre ellas, la mejora de las relaciones de Uzbekistán con Tayikistán y Kirguizistán, los países vecinos con los que están en vías de solución algunos conflictos territoriales fronterizos enquistados durante décadas. El experto valora también la reanudación de los vuelos regulares entre Tashkent—capital uzbeka— y Dushanbé, la capital de Tayikistán, suspendidos hace 25 años. La prueba de fuego de un cambio real, no obstante, sería la liberación de los presos políticos, afirma Kislov. “El número concreto se desconoce, pero con criterios amplios puede decirse que hay miles de personas encerradas por motivos políticos en Uzbekistán, si contamos a los miembros de la oposición, los predicadores, los emigrantes y los que critican a las autoridades o son considerados sospechosos de extremismo”, afirma.
Durante el interinato de Mirziyóyev han sido liberados dos presos considerados como políticos, siendo el más relevante Samandar Kukánov, de 72 años, que llevaba más de 23 años en prisión, y que fue diputado uzbeko en época de la URSS. El “Nelson Mandela” de Uzbekistán “fue encarcelado durante la primera oleada de represión contra los opositores”, afirma Kislov, quien espera que el régimen libere por lo menos a una docena de presos, ya maduros, recluidos desde los noventa del siglo pasado. Según el experto, “los políticos y diplomáticos norteamericanos y europeos que visitan Tashkent insisten reiteradamente sobre la necesidad de liberarlos ante sus interlocutores uzbekos”.
Con Mirziyóyev cabe esperar que Rusia influya más en la política de Uzbekistán que con Karímov, quien defendía su independencia de los bloques militares. El nuevo presidente prometió continuidad con aquella política y también ha asegurado que no permitirá que se instalen en Uzbekistán bases militares de otros Estados. No obstante, está por ver si Uzbekistán resistirá ante los argumentos de Rusia, deseosa de afianzar sus alianzas militares en Asia Central. Junto con Rusia y China, Uzbekistán es miembro de la organización del Tratado de Shanghái, pero no de la Organización del Tratado Colectivo de Defensa, organizada en torno a Moscú.
El 29 de noviembre el ministro de Defensa de Uzbekistán, el general Kabul Berdíev, y el ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigu, firmaron en Moscú un acuerdo para desarrollar la colaboración técnica y militar y un plan de colaboración bilateral para 2017. Rusia quiere imprimir un carácter “práctico” a la colaboración militar bilateral, dijo Shoigu, según la agencia Tass. “Las amenazas y retos en la región centroasiática exigen la consolidación de los esfuerzos para neutralizarlas. Es importante no permitir que penetren en nuestros países los combatientes del Estado Islámico y otras organizaciones terroristas”, ha dicho el ministro ruso, según el cual se está realizando en la actualidad un programa de modernización y equipamiento del Ejército uzbeko con armas rusas modernas.
Miedo a la prensa internacional
Mirziyóyev tiene dos hijas residiendo en Moscú, y buenas relaciones con el oligarca Alisher Usmánov, de origen uzbeko y ciudadanía rusa, a quien le unieron en el pasado vínculos familiares, señalan medios informados. Usmánov, uno de los hombres más ricos de Rusia, es considerado como una pieza clave en el afianzamiento de los vínculos personales y económicos entre el Kremlin y Tashkent tras la muerte de Karímov.
Una de las grandes incógnitas de estos meses ha sido el destino de Gulnara Karímova, la hija mayor del presidente fallecido, a la que la fiscalía general de Suiza investiga desde el otoño de 2013 como implicada en asuntos de lavado de dinero. Los rumores sobre la muerte de Gulnara han sido desmentidos a la BBC por su hijo Islam, que reside en el extranjero y no tiene contacto directo con su madre. Gulnara que fue embajadora ante la ONU en Ginebra y también en España se encuentra recluida en su casa de Tashkent desde que su padre supo de su implicación en los escándalos internacionales de sobornos entregados por empresas extranjeras. “En vista de que no se puede juzgar públicamente a la hija del expresidente porque desacreditaría a la familia, al régimen y al país, y que tampoco la pueden mandar a Suiza a que se defienda, por los riesgos que ello conlleva, la tienen aislada del mundo”, dice Kislov. Según el experto, “en Tashkent, bajo el control de los servicios de seguridad y presididos por tribunales militares, se han celebrado juicios cerrados contra unas 150 personas, entre las que figuraban allegados a Karímova”. Entre los implicados, según una nota de la fiscalía de Uzbekistán, estaba “una tal G. Karímova”, señala Kislov. Uno de los temas que deberá abordar Mirziyóyev son las cuentas internacionales por valor de centenares de millones de dólares que se encuentran ahora congeladas en el marco de las investigaciones que implican a Karímova.
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