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La sacudida de López Obrador al avispero de la UNAM

Las críticas al gran centro docente mexicano han desatado malestar entre la comunidad universitaria, que ve cómo las declaraciones del jefe de Estado pueden cerrar un debate de reformas que ya estaba abierto

UNAM
Ciudad Universitaria el 8 de agosto del 2021.Andrea Murcia (Cuartoscuro)
Carmen Morán Breña

Polémica tras polémica, el presidente del Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, ha ido acostumbrando a los mexicanos a sus envites. Pero pocos han tenido la repercusión generada durante días por sus críticas de “neoliberal” a la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM), la denominada pomposamente Casa Máxima de Estudios, institución cuasi sagrada en el país, de méritos académicos y celosa de su independencia. Una de las insignias de prestigio internacional. Los universitarios se han revuelto como una hidra ante los ataques y han acusado al presidente de opinar sin tener la información suficiente. La defensa ha sido cerrada ante las injerencias externas y todos se preguntan por qué. ¿Qué pretende López Obrador con este arranque? ¿Una reforma de los estudios superiores? ¿Una ganancia ideológica? ¿Quizá una rabieta porque no siente el apoyo incondicional de una comunidad intelectual que también fue su casa? Nadie está en su cabeza, pero una cosa parece cierta: al paso de los días, López Obrador ha ido matizando sus palabras y alabando la grandeza de la UNAM, puede que consciente de una cuestión que muchos señalan: un ataque como ese no favorece la discusión interna sobre las posibles reformas que la universidad requiere, sino que la encastilla en posiciones conservadoras, lejos de las reformas que la sitúen en los modernos postulados sociales.

La UNAM es un centro universitario extravagante en su inmensidad. Casi 400.000 alumnos y cerca de 42.000 docentes, el más grande de América Latina y de la lengua española. No hay un asunto, por raro que parezca, en el que no estén investigando en algún departamento, ningún ángulo científico, económico, social o cultural ajeno a sus tesis doctorales. Imposible pensar que todos comulgan con la misma ideología, ni neoliberal ni de izquierdas. La UNAM es la sociedad misma. Por esa razón, tampoco es creíble que la institución pueda escapar de lo que ocurre a su alrededor, de las décadas de dictadura perfecta en el país y de su reciente apertura hacia la democracia. “Lo que ha dicho el presidente es solo lo obvio”, dice Lorenzo Meyer, profesor del Colegio de México, politólogo e historiador, que también ha impartido clases en la UNAM. “El peso de la UNAM no podía ser descuidado por el priismo. En su cúpula, la Universidad siempre tuvo el aval de los Gobiernos del PRI, desde luego para el nombramiento del rector, quizá en niveles más bajos, no. No hay que asombrarse. Un colega mío fue miembro de la junta de gobierno y ¿quién le llamó para comunicárselo? El secretario de Gobernación. Además, ¿quién controla el dinero? ¿Cómo puede ser autónomo un sistema que depende de los presupuestos del Estado?”.

Casi nadie cree que detrás de las críticas de derechización vertidas por López Obrador se esconda el intento de reforma de la institución o del sistema universitario en su conjunto. No podría hacerlo aunque quisiera. La UNAM, como otros centros académicos, tiene consagrada su autonomía de gestión y gobernanza en el artículo 3 de la Constitución, ese que se reformó al inicio del mandato de Morena y ocasionó el primer sobresalto serio en la comunidad universitaria, cuando desapareció justo el texto que garantizaba la autonomía universitaria. Luego fue restituido. Había sido un error, dijeron. La Ley General de Estudios Superiores ya se ha aprobado y los responsables de esa área niegan que esté en camino otra reforma. Y no está en la mente del Gobierno obligar a las universidades a modificar sus sistemas de organización más que con el diálogo, según afirma el coordinador de Planeación, Evaluación y estadística de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Héctor Ramírez del Razo.

Para explicar las críticas presidenciales y el desasosiego que han ocasionado tiene mayor peso un acontecimiento reciente, la acusación de delincuencia organizada a 30 miembros del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), un golpe desproporcionado, a decir de académicos cercanos a la 4T. Uno de ellos, para los que la Fiscalía pedía la detención, es Enrique Cabrero, miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM. Eso no ha mejorado, precisamente, las relaciones entre el rector Enrique Graue y el presidente López Obrador, que se miran de reojo, a decir de un miembro de la UNAM que busca el anonimato: “Solo un sistema autoritario usa la figura de crimen organizado para un asunto administrativo. La desmesura de la acusación ha concitado los apoyos de la comunidad científica, incluida la internacional”, afirma. Eso, dicen, puede haber sido el detonante, pero hay otras razones, como “la desconfianza permanente [de Obrador] ante un organismo que no lo apoya incondicionalmente”.

Es difícil que ningún presidente pueda colocar a un rector a su medida, pero sí abrir un debate social que permee la idea de un sistema de elección antiguo y antidemocrático. Los consejos universitarios eligen a los 15 miembros de la junta de gobierno, y esos a su vez, al rector. Pero el rector también nombra hacia abajo a los miembros de la junta cuando van cesando por diferentes razones, por lo que podría garantizarse sus apoyos para la reelección o la de su sustituto. Los últimos tres rectores provienen del mismo grupo académico, el de la medicina, en la UNAM. El propio presidente ha negado que su idea sea interferir de ningún modo en la autonomía de la universidad. “Siempre seremos respetuosos con eso, es una gran universidad, con un gran cuerpo académico y de investigación, no le van a faltar los recursos, pero tiene que reformarse y servir a la libertad y la toma de conciencia de los ciudadanos”, matizó recientemente el mandatario.

Los problemas al interior de la institución académica son bien públicos. Las huelgas estudiantiles por asuntos de igualdad de sexo, acoso en el campus y profesores mal pagados han saltado a la actualidad recientemente. Pero la universidad ya tiene todos esos debates abiertos. No es necesario que venga un presidente desinformado a decir qué tienen que hacer, se rebelan algunos. “Es posible que el presidente quiera motivar una renovación, eso estaría bien, pero siempre respetando la autonomía. La universidad ya está inmersa en cambios, como la transversalidad de género, que es acuciante, desde luego”, afirma Angélica Cuéllar, que aúna todos los títulos académicos, fue directora de Ciencias Sociales y candidata a rectora. No lo consiguió. Ya no es directora. Como tantos de los consultados para este reportaje, enarbola su orgullo Puma, el símbolo de la universidad, pero cree que se necesita aire nuevo y una mayor participación de las comunidades académicas en la elección de los gobiernos universitarios. “Hay que abrir espacios, parte de la comunidad no se siempre representada”. Cree que el presidente no ha sido bien informado y quizá en los últimos días contó con datos más finos que le han motivado a rebajar el tono.

La crítica de neoliberalismo ha dolido en la UNAM, donde muchos de sus docentes acogieron de buen grado la llegada de Morena al poder. Esa falta de discriminación entre la cúpula del poder académico y el cuerpo de profesores y estudiantes en las acusaciones generalizadas de López Obrador ha dejado un mal sabor de boca y ha profundizado la decepción que algunos atribuyen a los universitarios tras tres años de mandato. Esperan del Gobierno un presupuesto para los estudios superiores del 1% del PIB, pero en la actualidad apenas alcanza la mitad de eso. “Una parte de la comunidad universitaria está desconcertada, decepcionada. Desde luego hay cosas que mejorar, pero [el presidente] desconoce el total de lo que hacemos por la sociedad. Ha habido rupturas con las políticas anteriores, cierto, pero aún no hay una orientación clara de por dónde se quiere ir”, opina Angélica Buendía Espinosa, jefa del departamento de Producción Económica (unidad Xochimilco), de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y coordinadora general del Laboratorio de Análisis Institucional del Sistema Universitario Mexicano (Laisum). Buendía Espinosa señala, en todo el país, problemas de cobertura: solo cuatro de cada 10 personas en edad universitaria estudian “y a las mejores instituciones apenas tienen acceso los jóvenes con mayores recursos familiares”; la financiación; y un sistema, este sí impuesto en los años de neoliberalismo, en el que se ha asociado la evaluación de los resultados con la financiación.

En ello abunda Genoveva Roldán, doctora del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, donde ha desarrollado una carrera que ya va por sus 46 años. Firme defensora de la educación pública y gratuita y amante sin condiciones de su casa, la casa Puma. “Todo lo que soy se lo debo a la UNAM”, advierte desde el principio. “Pero soy crítica con sus debilidades”, dice después. “La Universidad es parte del país y las transformaciones del neoliberalismo le han afectado, por supuesto. Esos estímulos a la productividad han fomentado el individualismo. Querían evaluar y han terminado contando, tenemos productivitis, muchas publicaciones para incrementar el salario, pero ¿de qué calidad? Todo el mundo se engolosinó con la globalización, lo neoliberal, sí, pero ojo, el pensamiento crítico hacia el neoliberalismo también ha surgido en la UNAM”, advierte.

Roldán fue sindicalista y acusa a los sindicatos, “que son fundamentales, eso sí”, de parte del declive en la UNAM. “Nos hace falta presencia y compromiso social. ¿Dónde está la voz del Instituto de Investigaciones Económicas? Los planes de estudios de la Facultad de Economía son de 1994. El Estatuto del Personal Académico no se ha reformado desde hace décadas. Hay ausentismo…”. Roldán cree, además, que las voces de Humanidades y Sociología están tradicionalmente ninguneadas por otros ámbitos de más poder. Aboga por la autocrítica. “En la UNAM nos hemos expresado y no nos han escuchado”, añade.

La UNAM mantiene un perfil bajo en este desencuentro con el presidente. Su rector, Graue, no es proclive a las entrevistas. Este periódico la ha solicitado. Hace unos días, en un acto ordinario, el rector defendió la educación que se imparte en las aulas pumas. “Responde al llamado de la sociedad que demanda la superación colectiva y la formación de cuadros competentes y comprometidos con la prosperidad de la nación”. Y recordó que la universidad ocupa el puesto 83 entre más de 550 instituciones de educación superior en el mundo. Sus palabras se tomaron como una respuesta al presidente, que acusó a los universitarios de estar alejados de la sociedad.

“Todos pueden opinar, pero cuando se tiene una alta responsabilidad institucional, las opiniones deben estar bien formadas”, dice Imanol Ordorika, investigador en la UNAM y especialista en Estudios Superiores y movimientos estudiantiles. “López Obrador establece la gratuidad de los estudios en su reforma, pero no otorga los recursos suficientes. En todo caso, no creo que sus palabras obedezcan al intento de una reforma, que debe venir siempre desde dentro de la institución. Lo que pretenda con sus declaraciones es inescrutable, pero ha abierto un debate contraproducente porque las injerencias exteriores solo logran que los sectores más conservadores se encastillen en sus posiciones. El presidente ha hecho generalizaciones sin matices y ha cerrado con ello las posibilidades de un debate reflexivo”, opina Ordorika. “No entiendo su objetivo. Los elementos más importantes de su reforma son la cobertura para todos los que quieran estudiar y la gratuidad, pero en eso no se avanza sin recursos”, añade.

Ordorika es autor del estudio titulado La disputa por el campus, que muestra hasta dónde los límites de la autonomía universitaria está definida por la relación de fuerzas con los gobiernos, desde el PRI hasta la actualidad. Opina que la elección del rector continúa sin ser democrática. “La ley orgánica es de 1945 y no se ha reformado. Es presidencialista concentrada en autoridades ejecutivas unipersonales, como los directores y el rector, pero los órganos colegiados siguen subordinados. Y los grupos de poder clásico ahí siguen: médicos, ingenieros, abogados, científicos conservadores son los que más capacidad han tenido para conducir la universidad en los últimos 40 años”.

¿Es eso lo que critica el presidente? ¿Pretende incitar una reforma al interior de la UNAM? “Yo creo que lo ocurrido con la UNAM sigue el patrón de ataque a todas las instituciones con autonomía, ninguna se salva, todas son cómplices del horror neoliberal”, empieza el analista Jesús Silva-Herzog. “Pero la función [de estos ataques] está bien calibrada: las provocaciones le sirven para generar la idea de presidente combativo asediado por sus enemigos, que le acechan, incluso desde instituciones insospechables de neoliberalismo. Y mordemos el anzuelo de López Obrador todo el tiempo, es un mago para eso, vamos por la pelota que nos lanza. Y él encantado de que hablemos de lo que dice y no de lo que ocurre. Yo creo que lo de ahora no es más que una crítica ideológica, porque no encuentra unanimidad lopezobradorista en la UNAM. Afortunadamente”, añade.

El presidente ha movido un avispero. Pero nadie como la universidad sabe defenderse de los ataques. Hasta ha habido quien ha contado el número de publicaciones críticas con el neoliberalismo que ha producido la Casa Máxima de Estudios en estos años, para responder a sus quejas. Los académicos e intelectuales tienen tribuna privilegiada para sus opiniones. Silva-Herzog es consciente de ello y entiende, que, de todos modos, la autocrítica siempre es buena. Lo resume así: “Hay cierta megalomanía, que nadie la cuestione y menos desde fuera, es nuestra Virgen de Guadalupe. A la UNAM no se la toca ni con un pétalo de rosa”.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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