Combatir el machismo desde la comunidad indígena: “Yo no soy un becerro para que me vendan”
El pódcast ‘Las mujeres valientes: Guií Chanáa’ le dio a un grupo de mujeres triquis de San Martín Itunyoso, Oaxaca, un espacio para hablar de sus vidas y las violencias que sufren. Dos años después, reflexionan sobre los cambios en las costumbres de su pueblo


Nayelli López Reyes comenzó a notar muy pronto que la vida era diferente para las mujeres. Fue en el colegio donde aprendió a hablar español, ya que su mamá solo habla la lengua indígena triqui, como la mayoría que nacieron antes de 1980. Allí notaba que tanto maestros como compañeros trataban a las niñas diferente. “Hacían de menos a las mujeres en las aulas. Los niños se creían mejores, te trataban mal, te preguntaban: ‘Eres mujer, ¿qué haces aquí en la escuela?”, recuerda de esa época, hace 10 años. Ahora Nayelli tiene 27 años y es la creadora del pódcast ganador de un premio Gabo, Las mujeres valientes: Guií Chanáa. Le dio un espacio a las voces femeninas de su comunidad para hablar de las costumbres, la identidad y el machismo que sufren. “Tenemos una historia que contar con la que muchas conectan si han vivido violencia”, subraya.
En la adolescencia sufrió el primer golpe con la realidad de muchas mujeres, esa mirada distinta, un trato diferente. En su comunidad el machismo no es ajeno a la vida cotidiana, pero no se hablaba de ello, ni siquiera tenía nombre. “Poco después empecé a notar de lo que platicaban mis tías. Nos contaban cómo al casarse los hombres te pegaban y te insultaban. Ellas no sabían lo que era el machismo, pero hablaban de él sin saberlo”, recuerda. Su hermana menor, Gabriela, lo vivió a los 18 años en carne propia al irse a vivir con su pareja y sufrir violencia. “La mayoría de nosotras estamos desinformadas de a dónde ir o dónde buscar ayuda. Ahora muchas usan las redes sociales o las escuelas, pero antes no se podía”, reconoce Nayelli.
La desigualdad atraviesa muchas aristas de la vida en el pueblo. La costumbre dicta que son las mujeres las que deben ir a buscar agua al pozo. Es una de las tareas diarias que hace Nayelli, quien vive en una casa con su familia. Además, suele trabajar en una tienda de su familia en el pueblo, elabora artesanías hechas en el telar y ayuda a cuidar de las gallinas y los cerdos. También están relegadas al cuidado del hogar y de los niños. Sin embargo, la tradición más desgarradora que se vivía su comunidad y que se practicaba hasta hace poco era la de que los hombres compraran a las niñas a sus familias para ser esposas, en muchos casos cuando todavía eran menores de edad.

Nayelli no pudo terminar de estudiar, tuvo que abandonar por problemas económicos y a causa de un accidente de coche. Pero eso no la detuvo. “Me capacité con grupos de mujeres y redes sociales, en pláticas de derechos humanos, ética, derecho comunitario. Me seguí formando poco a poco”, cuenta en una llamada telefónica que interrumpe de vez en cuando para responder en triqui a algún familiar que la llama. En 2021, logró participar en el programa Sound Up de Spotify, para recibir equipo y capacitación para desarrollar su propio proyecto. “Quería contar la historia de las mujeres de mi comunidad en diferentes etapas y generaciones, y cómo se dio el cambio en muchas de ellas. También quería que narraran las prácticas que todavía siguen”, asegura.
El pódcast consiguió reunir las voces de varias mujeres sobre sus costumbres y su visión sobre la venta de niñas para el matrimonio, en especial de la situación de pobreza y vulnerabilidad en la que derivaba para muchas. Pero no fue fácil, muchas mujeres viven en situación de dependencia con sus parejas y no se animaban a hablar de ello, otras temían por lo que fueran a decir sus familias. Berenice Hernández López, de entonces 19 años, fue una de las que se atrevió a contar su historia de violencia. “Tenía 14 años y me junté con un chico de 28 años, pero su mamá le empezó a decir que me tenía que golpear para que yo aprendiera a darle de comer antes, cuando él quisiera comer”, relata y asegura que contarlo en el pódcast sirvió para que otras pudieran reflexionar sobre alzar la voz y pedir ayuda.
Sobre la costumbre de vender a niñas para el matrimonio, Berenice asegura que aunque es una práctica en desuso, sigue presente. Hace dos años, su hermana fue a visitar a la familia al pueblo desde Ciudad de México, donde reside actualmente. “En la noche llegó una vecina con otras cinco personas, toda su familia, a hablar con mi madre y conmigo. Querían comprar a mi hermana para el hijo de la señora y le dijeron a mi mamá que pusiera el precio. Mi hermana se quedó escondida en la casa y le dio miedo. En la noche hizo maleta y se fue”, detalla. Los hombres suelen pagar hasta 80.000 pesos por una niña, además de ofrecer comida, cigarrillos y aguardiente a la familia, según Berenice. “Las familias antes decían que sí y las vendían, ahora la gente sabe que no está bien. Pagaban por ti y el hombre puede hacer lo que él quiera, él puede andar con otras y tú te tienes que quedar porque él pagó por ti. Te puede maltratar, te puede pegar, todo”, añade.

El testimonio de Berenice y de otras jóvenes de la comunidad en el pódcast le valieron el premio Gabo en Audio en 2024. Además, fue el primer trabajo de este tipo que se grabó en español y triqui. El reconocimiento tuvo respuestas contrariadas en el pueblo. “Me empezaron a llegar amenazas a mí y a mi familia, me acusaron de que lo que decía el pódcast no era cierto. No les gustó lo que contaron las mujeres. Especialmente que se contara que se pagaba por ellas”, reconoce Nayelli. Berenice asegura que el proyecto tuvo mucho impacto, especialmente en las adolescentes. “Las jóvenes ahora empiezan a platicar entre ellas sobre rehacer sus vidas, del compromiso de formar una familia, del riesgo de que un hombre te pueda golpear. Vieron lo que pasó con sus abuelas, sus tías, y ahora dicen: ‘Yo no soy un becerro para que me vendan”.
Nayelli es testigo de un cambio que se ve en las calles de su pueblo: hombres —especialmente los más jóvenes— yendo a por agua al pozo, haciendo tareas del hogar o participando en la crianza de los niños. Por otro lado, las mujeres de su comunidad, de pueblos vecinos e incluso de otros países le mandaron mensajes de apoyo y sororidad. “Me han hablado mujeres de Colombia y de Guatemala. Yo siento que está habiendo un cambio, me siento muy orgullosa. Con una sola pregunta salen muchas otras y muchas respuestas, es un proceso de sanación que abre otras heridas de violencia y discriminación”, sentencia.
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