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Un baño en el mundo de Nezahualcóyotl

El espacio de inmersión en la naturaleza rodeado de vegetación, animales exóticos y albercas que construyó el tlatoani arquitecto en Texcoco está sumido en el olvido

Tina, conocida como fuente en la zona arqueológica de Tetzcotzinco.
Tina, conocida como fuente en la zona arqueológica de Tetzcotzinco.Aurea Del Rosario
Carmen Morán Breña

No se había inventado por entonces el premio Pritzker para reconocer la arquitectura más audaz, funcional y atractiva, pero a buen seguro que el señor de Texcoco, Nezahualcóyotl, lo habría ganado en el siglo XV, cuando los pueblos mesoamericanos expandían la grandeza de sus obras para el disfrute artístico de los mexicanos actuales. Aquel tlatoani de la tribu acolhua no era un rey cualquiera, era poeta y arquitecto y a él se deben algunas de las construcciones hidráulicas más célebres del momento, como el albarradón que separaba las malas aguas de las limpias e impedía la inundación de Tenochtitlan (la capital actual, entonces rodeada de lagos) o los acueductos con los que miles de personas apagaban la sed en aquella ciudad que asombró los ojos de Hernán Cortés. Entre todos los palacios, monumentos y jardines que diseñó aquel sabio hay un lugar muy desconocido para el gran público, allá en Texcoco, a dos pasos de la Ciudad de México, que ha sido bautizado como Los baños de Nezahualcóyotl, que allí se bañaba él. Está muy bien conservado, quizá por desconocido. No se ve un alma un día cualquiera en aquellos parajes sin guías ni cartelas, a veces un perro amistoso sin dueño. Lagartijas de colores campan a sus anchas.

Los baños datan de 1453 aproximadamente, explica Daniel Monroy, profesor de la facultad de Arquitectura de la UNAM. Hasta un cerro por donde se echa a rodar la vista, el maestro arquitecto llevó las aguas utilizando muros y terraplenes y en la piedra viva excavó las albercas que hoy se dicen del rey, de la reina. Era aquel un lugar de sosiego con floreados jardines y repoblado de animales exóticos y aves de vivo plumaje, un paraíso terrenal, en la cosmovisión católica. Pero la de aquellos pueblos era otra: “La idea entonces era entender la naturaleza y disfrutar de lo que prestaba, no utilizarla, con una filosofía más cercana a las orientales, al confucionismo o el budismo”, explica Monroy, también maestro en Restauración del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). “Se trataba de resguardar la naturaleza para disfrute de las siguientes generaciones”. Hoy toca a las nuestras pasear por aquellos canalillos que van de alberca en alberca hasta el lugar del trono, imaginar las aguas corriendo entre bellos jardines y pensar en sumergirse entre rocas bajo la mirada inmóvil de las lagartijas de colores, que esas siguen ahí por decenas, hermosas y fugaces entre las piedras.

El Baño del Rey, una tina monolítica labrada en la roca, al lado hay una escalinata que lleva al palacio.
El Baño del Rey, una tina monolítica labrada en la roca, al lado hay una escalinata que lleva al palacio.Aurea Del Rosario

Pero pocos pasean. A decir verdad, “el gobierno no se da abasto con tantos sitios arqueológicos y el acceso hasta la zona no está fácil”, reconoce Monroy, quien lamenta también la falta de información del lugar, sin señalética ni maquetas, sin explicaciones que alimenten la imaginación del viajero. El vehículo te deja abajo en las últimas casas y toca ascender por una escalera de piedra donde los primeros reptiles dan la bienvenida. Subir y subir hasta llegar a la primera alberca, redonda como un queso, con escaleritas para sumergirse si acaso hubiera agua, con media rana labrada, a saber dónde andará la cabeza. Empieza ahí el recorrido que llevará al trono y propone una última caminata empinada hasta el templo que remata el cerro, para dejar caer una vista en un parapente trazado con compás.

El lugar es más antiguo que el muy famoso acueducto de Chapultepec, enclavado en el bosque del mismo nombre que hoy es el Central Park de la capital mexicana. Las exploraciones, explica Monroy, comenzaron a principios del siglo XX y a mediados se abrió el lugar al público, aunque ya no hay aquellos felinos manchados, pelones xoloescuincles ni quetzales sobrevolando su abanico de arcoíris. “Mesoamérica era un joya en lo que se refiere al manejo del agua, y el lugar debería ser visita obligada para quienes gusten y valoren el uso del agua en jardines y arquitecturas”, invita Monroy. El lugar, sin embargo, no era como aquellas termas romanas para el disfrute corporal, por ejemplo, sino un sitio ritual, de purificación, de meditación, reflexión y entendimiento con la naturaleza. “Los baños así se entendían y eran costumbre entonces entre la población usarlos varias veces al día”, dice el profesor, aunque no todos lo hicieran en lugar tan suntuoso. Aquel recinto era para el tlatoani y su parentela. Para darle gusto al turista, hoy se podrían llenar aquellas bañeras como de los Picapiedra, pero no hay dinero para tanto.

En la visita a la capital mexicana, el viajero se desplaza hasta Teotihuacan para obnubilarse antes pirámides como montañas, pero pocos incluyen en su ruta estos baños, que solo requieren de imaginación para sumergirse en el peculiar mundo en el que Nezahualcóyotl, dicen, se inspiraba para componer sus poemas.

El Baño del Rey, una tina monolítica labrada en la roca.
El Baño del Rey, una tina monolítica labrada en la roca.Aurea Del Rosario

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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