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Columna
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El Kremlin, sin tabú nuclear

Incluso en el caso de que la amenaza atómica rusa no llegara a hacerse realidad contra Ucrania, es extremadamente preocupante el retroceso efectivo que ya representa esta guerra para la política contra la proliferación

Putin
El presidente ruso, Vladímir Putin, preside una reunión con miembros del Gobierno a través de una videoconferencia en el Kremlin en Moscú, Rusia, este viernes.SPUTNIK (via REUTERS)
Lluís Bassets

Para Vladímir Putin, sus consejeros y propagandistas, el tabú nuclear ha desaparecido. O al menos, hablan y actúan como si fuera un arma más en su arsenal, con toda naturalidad, aun siendo la más extrema y el recurso último, quizás el definitivo.

En su televisión, los comentaristas se explayan sobre la rapidez de los misiles ultrasónicos con capacidad nuclear para destruir ciudades europeas y americanas. Acompañan sus malos y truculentos chistes con sardónicas sonrisas y apelan a un nihilismo apocalíptico, que hace preferible una guerra nuclear a una Rusia humillada y sin orgullo imperial.

Si hasta ahora su posesión había servido para evitar la guerra, gracias al concepto de Destrucción Mutua Asegurada (MAD), con Putin se ha convertido en un instrumento para librarla bajo su amenaza. La guerra probablemente ni siquiera hubiera empezado si Rusia no la hubiera podido desenfundar, al menos retóricamente, y Ucrania no hubiera sido desarmada en 1994 gracias a un acuerdo multilateral conocido como Memorándum de Budapest, bajo garantía de Londres y Washington, por el que se desmantelaban los arsenales a cambio del reconocimiento de la integridad territorial y las fronteras ucranias.

Sin el paraguas de la protección nuclear, el territorio ruso hubiera sido objetivo militar de las represalias de Ucrania e incluso de contraofensivas ante la invasión. Los aliados de Kiev habrían barajado opciones como organizar zonas protegidas para acoger a la población civil o prohibir sobrevuelos sobre Ucrania para evitar los bombardeos aéreos sobre ciudades. Incluso se hubiera planteado la participación directa de tropas, blindados y aviones aliados al lado del ejército ucraniano. En resumen: sin la amenaza nuclear rusa, ahora la guerra de Ucrania quizás se habría desbordado y tendríamos una guerra convencional europea.

La disuasión nuclear, por tanto, sigue vigente. Se ha evitado de momento la guerra generalizada, como en tiempos de la Guerra Fría. Ha surgido, en cambio, una nueva y preocupante ecuación, como es la cobertura de la amenaza nuclear a una guerra convencional de agresión contra una potencia más débil, con la consecuencia de que esta se enfrenta a ella desprotegida y con mayores dificultades para recabar la solidaridad aliada.

Si hasta ahora el arma nuclear era un seguro de vida, como han experimentado Irak, Libia y Ucrania, que lo perdieron, y Corea del Norte e Irán, que lo han mantenido, a partir de esta guerra y en manos de una potencia agresiva da licencia para invadir o atacar a otros países sin que se produzca una respuesta simétrica, como está demostrando Putin con su agresión a Ucrania.

Incluso en el caso de que la amenaza rusa no llegara a hacerse realidad con una detonación nuclear contra Ucrania, es extremadamente preocupante el retroceso efectivo que ya representa esta guerra para la política contra la proliferación nuclear. Fácilmente cundirá el pésimo ejemplo ruso.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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