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tribuna
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El insidioso intento de China de influir decisivamente en el futuro de Europa

Hace ya tiempo que Pekín aspira a convertirse en el árbitro del orden mundial en el siglo XXI y Xi Jinping cree que, gracias a unos cambios geopolíticos y tecnológicos sin precedentes, el tiempo y las circunstancias le favorecen. Y está claro su desafío a Occidente

El líder chino, Xi Jinping, junto al presidente del Consejo, Charles Michel, el pasado diciembre en Pekín.
El líder chino, Xi Jinping, junto al presidente del Consejo, Charles Michel, el pasado diciembre en Pekín.Ding Lin (AP)
Kristina Spohr

Cuando el presidente chino Xi Jinping aterrizó en Moscú, el 20 de marzo de 2023, para entrevistarse con el presidente ruso Vladímir Putin, podía palparse la creciente confianza de China en sí misma. En la declaración que hizo nada más aterrizar, el líder chino dejó claro que tiene ambiciones de alcance mundial. “Ante un mundo turbulento y cambiante, China está dispuesta a seguir trabajando con Rusia”, proclamó, “para salvaguardar con firmeza el orden internacional y, en el centro, la ONU”. También dijo que va a “defender el verdadero multilateralismo, promover un mundo multipolar y más democracia en las relaciones internacionales y contribuir a que la gobernanza mundial sea más justa y equitativa”.

Como corresponde a su empeño de desplazar a Estados Unidos como líder mundial, la visita de Estado de Xi a Rusia —su primer viaje al extranjero desde que se confirmara su tercer mandato en el poder—, minuciosamente coreografiada, llega en un momento crucial. Xi está decidido a hacer de China el protagonista fundamental en la gestión de los asuntos mundiales.

Es evidente que la República Popular China es la que manda. Incluso en medio de las muestras de unidad y cordialidad en Moscú, de los apretones de manos en el Kremlin pensados para los fotógrafos, cuando Putin se sentó frente a su homólogo chino en una mesa llamativamente pequeña y elogió el “colosal salto adelante” de China, reconoció sentir un poco de envidia. El comentario hizo sonreír levemente a Xi, que respondió en el mismo tono y dijo que estaba seguro de que Putin —su “querido amigo”— recibirá grandes apoyos en las elecciones presidenciales del próximo año, pese a que el dirigente ruso no ha declarado todavía su intención de presentarse.

La visita de Xi supone un importante impulso político para Putin, cada vez más aislado internacionalmente mientras intenta mantener un estrecho control del poder en su país. Rusia no solo se ha empantanado en Ucrania, sino que está atravesando serias dificultades por las sanciones económicas impuestas por Occidente. Por si fuera poco, Putin se ha convertido personalmente en un paria, como quedó todavía más patente el 17 de marzo, con la decisión del Tribunal Penal Internacional de acusarle de crímenes de guerra; en concreto, de deportaciones ilegales y traslado de población (niños) de las zonas ocupadas de Ucrania a la Federación Rusa. Rusia, que nunca ha reconocido la jurisdicción del tribunal —como tampoco la reconocen China, Estados Unidos, India, Arabia Saudí y Turquía—, ha rechazado la imputación del TPI por considerarla “legalmente nula e inválida”. Pero no cabe duda de que el dirigente ruso está sintiendo la presión. Y es poco probable que ahora pueda participar debidamente en foros internacionales como el G-20 o la Asamblea General de la ONU.

No es extraño que Putin pusiera en marcha una campaña para restablecer su reputación antes de la llegada de Xi. En un artículo publicado en el Diario del Pueblo, se dirigió al “amistoso pueblo chino”. Predijo que la cumbre sería un “acontecimiento histórico” porque le ofrecía una “gran oportunidad” de hablar con su “viejo amigo” Xi, con quien “mantiene la relación más afectuosa”. Después de destacar su intensa afinidad personal, señalaba que, hasta el encuentro de esta semana, se habían visto exactamente 40 veces, “en una variedad de actos oficiales y encuentros informales”. “¡Qué alegría que vengan amigos desde lejos!”, exclamaba, citando al filósofo chino Confucio.

Al margen de las proclamas de amistad, Putin continuaba explicando en el artículo que la “década” no es más que “un instante pasajero” de una larga historia, en la que los dos países “han compartido una vieja tradición de buena vecindad y cooperación”. Su relación “especial” y “de futuro”, se entusiasmaba, no conoce “límites” ni “tabúes” porque “siempre se ha basado en la confianza mutua y el respeto a la soberanía y los intereses de la otra parte”.

Putin reconfirmó así, de forma implícita, la aspiración de los dos países a tener “un orden mundial postçoccidental”: un sistema multipolar “justo”, “basado en el derecho internacional y no en ciertas normas al servicio de las necesidades de “los mil millones de oro’”, “Occidente en general”. Por supuesto, bajo la retórica rusa y china del derecho y las normas, en este orden, la realidad es que solo unas cuantas grandes potencias son Estados verdaderamente “soberanos”, mientras que la integridad territorial y la independencia de los países más pequeños situados en sus “esferas de influencia”, de hecho, no significan nada. Esta situación quedó en evidencia cuando, en el primer aniversario de la guerra, la Asamblea de la ONU aprobó por abrumadora mayoría una resolución no vinculante que exigía la retirada de las tropas rusas, el fin inmediato de la guerra y un acuerdo de paz que garantizara la soberanía de Ucrania. Solo votaron en contra siete Estados, entre ellos la Federación Rusa y Bielorrusia, mientras que varios de los principales aliados de Rusia, como China, Irán e India, se abstuvieron.

Ahora que Rusia está a punto de asumir la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU durante el mes de abril de 2023, esta distancia entre la retórica y la realidad es un mal presagio. Las perversas referencias de Putin y Xi a “las normas” y “el derecho” internacionales, la Carta de la ONU y las relaciones entre Rusia y China como “piedra angular de la estabilidad regional y mundial”, en particular tras los cargos presentados por el TPI contra Putin, revelan el grave estancamiento en el que se encuentra la comunidad internacional mientras busca una fórmula para acabar con la guerra de Ucrania y un acuerdo internacional sostenible para después.

Ahora que Rusia está a punto de asumir la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU durante el mes de abril de 2023, esta distancia entre Hace ya tiempo que Pekín aspira a convertirse en el árbitro del orden mundial en el siglo XXI. Las perversas referencias de Putin y Xi a “las normas” y “el derecho” internacionales, la Carta de la ONU y las relaciones entre Rusia y China como “piedra angular de la estabilidad regional y mundial”, en particular tras los cargos presentados por el TPI contra Putin, revelan el grave estancamiento en el que se encuentra la comunidad internacional mientras busca una fórmula para acabar con la guerra de Ucrania y un acuerdo internacional sostenible para después.

Aquí es donde interviene China, con su marcada hostilidad a la preponderancia estadounidense en la política mundial desde el final de la Guerra Fría. Ante la debilidad y la división de Occidente, encarnadas en el Brexit y la presidencia de Trump e incrementadas por el poderío económico y militar creciente de China, Xi cree firmemente que vuelven a estar en juego el orden internacional y sus instituciones de gobierno. Cree que, gracias a unos cambios geopolíticos y tecnológicos sin precedentes, “el tiempo y las circunstancias” favorecen a China.

La ruinosa campaña militar del Kremlin ofrece a los dirigentes chinos otra magnífica “oportunidad” para impulsar un reordenamiento en la correlación de fuerzas internacional. La guerra de Putin es desestabilizadora, por naturaleza, para las relaciones internacionales. Sin embargo, Xi calcula que, si apuntala a Rusia, Putin y él están en una posición más fuerte para enfrentarse a su adversario común, Estados Unidos.

Por ejemplo, los dos países se han comprometido en Moscú a seguir intensificando sus relaciones comerciales. También han acordado llevar a cabo más maniobras militares conjuntas y emprender proyectos comunes de infraestructuras, como la construcción de puentes sobre el río Amur. China seguirá siendo uno de los mayores importadores de petróleo y gas rusos, lo que ha ayudado a Moscú a financiar su invasión. Y las empresas chinas suministran los bienes de consumo y alta tecnología que los rusos necesitan desesperadamente.

No obstante, bajo la superficie de la cooperación y la colaboración amistosas se esconden multitud de diferencias económicas, políticas, culturales e históricas que debilitan la relación. Como ha subrayado el ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, no existe una “alianza” entre los dos países. En todo caso, existe una “relación de colaboración” asimétrica, dado que Rusia necesita cada vez más a China y a su moneda, el yuan, por las graves consecuencias de las sanciones occidentales.

Por consiguiente, China, que protege celosamente su independencia, tiene mucha más influencia que una Rusia en guerra. Este es el contexto en el que Xi, consolidada su base de poder dentro de China, ha empezado a desempeñar un papel más enérgico y dinámico en Europa y a presentarse como mediador capaz de resolver el conflicto ucraniano por medios pacíficos.

En el primer aniversario del inicio de la guerra, Pekín publicó un informe de situación con 12 principios generales que iban desde “respetar la soberanía”, “abandonar la mentalidad de la Guerra Fría” y “acabar con las sanciones unilaterales” hasta “cesar las hostilidades”, “reanudar las conversaciones de paz” y “promover la reconstrucción tras el conflicto”. En la lista no había ninguna mención de la agresión rusa. Tampoco se pedía que las tropas rusas se retirasen de suelo ucraniano. Es más, se omitía cualquier cuestión delicada que pudiera dañar sus relaciones con Rusia. La postura de China fue de todo menos imparcial.

Al hacer hincapié en los supuestos “legítimos intereses y temores de seguridad de todos los países”, el documento de China difumina los papeles del agresor y el agredido y en cambio justifica implícitamente la invasión ilegal llevada a cabo por Rusia. Muchos funcionarios europeos, como muchos de sus homólogos ucranios y estadounidenses, están convencidos de que unas negociaciones de paz prematuras irían en detrimento de la soberanía ucrania. En otras palabras, Xi, mientras finge ser un intermediario neutral, refuerza su apoyo al presidente Putin.

Peor aún, cuando afirma que “la seguridad de una región no debe conseguirse fortaleciendo ni ampliando los bloques militares” y condena “el enfrentamiento entre bloques”, al mismo tiempo que propugna “la paz y la estabilidad” a largo plazo, Pekín está repitiendo las acusaciones de Moscú contra la OTAN. Es más, lo que hace es apoyar en la práctica los erróneos y peligrosos argumentos de Putin de que tuvo que invadir Ucrania por la amenaza que representa una Alianza Atlántica en constante expansión.

El 6 de marzo de 2023, Xi, con el mismo lenguaje que Putin, declaró en la Conferencia del Partido Comunista Chino que “los países occidentales, guiados por Estados Unidos”, “han contenido, sitiado y asfixiado totalmente a China”. En definitiva, el villano supremo es, en opinión de ambos, Estados Unidos, con su peso en todo el mundo a través del poder blando y el poder duro.

Por supuesto, los dirigentes europeos están divididos respecto a China. Algunos, como Alemania, quieren mantener sus estrechos lazos comerciales con Pekín. Pero la coincidencia creciente de Xi con Putin y su resistencia a condenar la guerra de Rusia en Ucrania le han hecho perder credibilidad y han aumentado las sospechas y la hostilidad en toda la comunidad euroatlántica. Al fin y al cabo, seguimos sin saber si China va a ofrecer ayuda militar a Rusia o no.

Respecto al fondo, la visita de Xi a Moscú ha cambiado poca cosa. Pero el simbolismo de la cumbre es significativo. Está claro el desafío chino a Occidente. Es poco probable que el plan de paz de Xi llegue a ser algo más que una postura propagandística. Pero es muy posible que China desempeñe un papel importante no solo cuando llegue el acuerdo de paz, sino también en la reconstrucción de posguerra.


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