‘And the Oscar goes to’...Illa
Para elegir presidentes autonómicos (o alcaldes y vocales del CGPJ) con unos parlamentos cada vez más fragmentados, deberíamos adoptar el sistema de voto del certamen estadounidense: el voto preferencial
O a Puigdemont o a quien sea. Para elegir presidentes autonómicos (o alcaldes y vocales del CGPJ) con unos parlamentos cada vez más fragmentados, deberíamos adoptar el sistema de voto de los premios Oscar: el voto preferencial. Los miembros de la Academia ordenan las películas nominadas del uno (la que más les ha gustado) al 10 (la que menos). Si ninguna candidata logra más del 50% de números uno, se elimina la película con menos votos, pero sus papeletas no se tiran a la basura, sino que sus segundas preferencias se reparten entre las otras contendientes. Y se repite el ejercicio hasta que una película consigue más de la mitad de los votos.
Se evita así que un filme que haya disgustado a la inmensa mayoría de académicos, pero que cuenta con una minoría cuantiosa de fanáticos, se lleve la estatuilla. En otras palabras, la película galardonada debe despertar simpatías en un amplio espectro del electorado.
Los paralelismos con la política son obvios y, por eso, el voto preferencial es la reforma electoral de moda en muchas democracias. Se usa crecientemente en elecciones locales y estatales en EE UU, o para elegir a los alcaldes de Nueva York y Londres. La idea de fondo es la misma que con el cine: premiar a los candidatos apreciados por los votantes de partidos rivales.
Puede ser un bálsamo contra la polarización. Trump reina sobre el Partido Republicano, pero lo hubiera tenido muy complicado con un voto preferencial, pues en 2016 era adorado por una horda diminuta de simpatizantes y rechazado visceralmente por los partidarios de todos los demás candidatos a las primarias. Si los votantes republicanos hubieran podido emitir su segunda preferencia, tanto entonces como este año, podría haber sido elegida una contendiente más moderada, como Nikki Haley. Y con un voto preferencial en las presidenciales de 2000, dado que la mayoría de votantes del tercer candidato, el ecologista Ralph Nader, preferían al demócrata Al Gore frente a George Bush, la historia de EE UU, y del mundo, habría sido distinta. De este modo, Al Gore no habría ganado el Oscar al mejor documental, pero sí la presidencia.
Según los expertos, no siempre el voto preferencial tiene un relajante efecto centrípeto, pero hay contextos en España donde deberíamos meditar su adopción. Primero, para elegir cargos, como presidentes y alcaldes en unos legislativos cada vez más atomizados. Y, segundo, para adoptar políticas esenciales para el funcionamiento del país, como los presupuestos. ¿Una locura? Sí, como el Oscar para Oppenheimer. @VictorLapuente
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