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Tribuna
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El pacto de no agresión entre Ayuso y Feijóo

El presidente del PP y la líder madrileña se guardan lealtad mutua por conveniencia: él la deja crecer políticamente mientras ella le garantiza el apoyo mediático de la derecha de la M-30

Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso, el pasado julio en un acto en Madrid.
Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso, el pasado julio en un acto en Madrid.Mariscal (EFE)
Estefanía Molina

La izquierda suele pensar que Isabel Díaz Ayuso intenta destronar a Alberto Núñez Feijóo. “No hay más que ver cómo ningunea su liderazgo en público” insisten algunas voces, observando el verso libre que es la presidenta autonómica. Pero en realidad es poco probable que esa afrenta ocurra por ahora. Existe una especie de pacto tácito de no agresión entre Ayuso y Feijóo, donde ambos se retroalimentan a conveniencia, por mucho que Génova 13 se finja a menudo en apuros por la actitud de la lideresa madrileña.

Basta recordar cómo Feijóo llegó al poder del PP: a lomos de la caída en desgracia de Pablo Casado, quien puso a Ayuso en la picota por los negocios de su hermano. Rápidamente, los altavoces de la derecha cerraron filas para defender a la que todavía hoy consideran su mayor activo. En cuestión de horas, Casado estaba fuera, lanzando así un poderoso mensaje: la presidenta de Madrid es intocable. Con perspectiva, la letra pequeña del desembarco de Feijóo fue asumir tácitamente esa premisa. El PP nacional aceptó que Ayuso lidere el PP madrileño, que goce de su cuota de protagonismo nacional, mientras no le buscan las cosquillas con la actualidad informativa sobre su pareja. A cambio, parece obvio que Ayuso ofrece paz —que Feijóo no acabará como Casado— a condición de que nadie vuelva a amotinarse contra ella. Demasiadas veces el gallego y su baronesa han colgado fotos juntos, tan ricamente, mientras la opinión pública creía que estaban peleados por la enésima refriega con Pedro Sánchez.

Para Feijóo tiene una utilidad ese dejar hacer ante el carácter rebelde de Ayuso: logra conservar el puesto, que no es poco, tras no alcanzar La Moncloa en las elecciones del 23 de julio de 2023. La presidenta autonómica no es solo ella, sino también, los apoyos mediáticos a la derecha que la veneran desde dentro de la M-30. Por mucho que algunos de sus respaldos crean que Feijóo es un fusible temporal, y que la verdadera elegida es ella, no moverán ficha mientras que esa pax mutua se mantenga. Saben además que Ayuso tiene unos años por delante porque se debe a su mayoría absoluta en Madrid. No está para aventuras nacionales todavía. Y visto el cierre de filas en la mañana del 24 de julio, es evidente que los poderes a la derecha asumieron que, al menos por el momento, es el turno del gallego. Feijóo ha recogido el guante: pese a ser el líder más regionalista que ha tenido el PP en años, se ha dejado poner el cartel en las manifestaciones contra la amnistía los días pares, mientras que los impares le hace ojitos a Junts. Para su baronesa queda eso de guiñar el ojo al votante de Alvise o de Vox. División de funciones.

El caso es que a esa imagen de la todopoderosa Ayuso contribuye su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez. Sus publicaciones en la red X anunciando que alguien del entorno del Gobierno irá “pa’lante” —expresión que usa para dar a entender que la justicia abrirá investigaciones— arrojan la imagen de quien parece tener buenas fuentes en las bambalinas capitalinas, o quizás, quiere ser así percibido. Dijo Rodríguez que José Luis Ábalos sería imputado entre el miércoles y el martes de esta semana, y no fue hasta ayer que la Audiencia Nacional pidió investigar al exministro Ábalos. Precisión o farol, que lo valore cada uno.

Sin embargo, el presentar a una Ayuso temible aún cumple varias funciones: mantener el pulso frente a Sánchez, alejar el foco de fiscalizar su gestión al frente de la Comunidad, y disuadir al resto de barones de cuestionarla en público. Los altavoces que la idolatran sospechan precisamente que otros dirigentes, como el andaluz Juan Manuel Moreno, podrían postularse también, si en un futuro se disputara el liderazgo del partido. Por ejemplo, ya van esparciendo que acudieron todos a las citas con el presidente del Gobierno, simplemente, como forma de darle a ella la espalda, la única que no asistió. El PP está hoy dividido entre la institucionalidad —quienes exploran mejoras para su comunidad, dialogando con el PSOE nacional— y quienes creen que hay que montarle a Sánchez una guerra ideológica sin cuartel. Ahí están Ayuso y sus apoyos, los mismos que una vez respaldaron a José María Aznar o a Esperanza Aguirre.

A la sazón, la forma en que Feijóo gestiona el partido es un arma de doble filo para Ayuso: deja abierta la posibilidad de que no sea alguna vez su sucesora. El expresidente gallego quiere que este PP sea de los barones, como fue el PSOE de los años noventa: que cada presidente autonómico haga de su capa un sayo, planteando el discurso más conveniente en su región, y que sean ellos los fuertes, aunque él aparezca opacado. Ahora bien, aunque Feijóo y Ayuso se tengan lealtad mutua a conveniencia —lo más probable es que la madrileña sea fiel, y espere a su momento— nadie asegura que vayan a ser leales también los barones con ella, a futuro. Es el punto ciego del pacto tácito de no agresión: Feijóo debe desde el 23-J su puesto a los altavoces de la M-30; cualquier otro barón popular, no; y podría ser mucho más libre de plantarle batalla algún día a la hoy absoluta baronesa.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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