‘Cerebritos’ en un país de alcohólicos
El creciente número de abstemios pone en evidencia la tóxica relación con la bebida de otras generaciones de españoles


No hace mucho quedé con un muchacho culto, educado y jovial, bastante más joven que yo. Solo cuando pedí la tercera caña me atreví a preguntarle por qué él iba aún por la primera agua. “No bebo”, me dijo. Giré los ojos e hice el típico chascarrillo de mujer madura que ejerce como tal pero aún no se considera vieja: “Yo a tu edad…”. Yo a su edad no hubiese podido afrontar la idea de quedar con un desconocido atractivo sin contar con la reconfortante garantía que ofrecen las barras y su producto líquido: la de que en media hora uno podrá estar ligeramente anestesiado, en una relajado, en dos clarividente y en tres, lanzado. No recordé hasta el día siguiente, cuando me levanté con una resaca considerable, que también le había contado que mi primera borrachera fue a los 15 años (“una noche me escapé sin permiso a las fiestas del pueblo de una amiga y al amanecer su madre tuvo que tenderme en el suelo del baño de su casa para rociarme con el teléfono de la ducha y hacerme recuperar el conocimiento”), que en la universidad conocí a un campeón autonómico en ingesta de cerebritos (“era un cóctel en el que se recrean las volutas encefálicas echando crema irlandesa en una mezcla de vodka y granadina, ¿nunca lo has visto?”) o que al salir de mi primer trabajo, durante años, frecuenté con mis compañeros un bar de viejos en cuyo rótulo, entre un dibujo de un cruasán y otro de un vaso de tubo, se podía leer sin ironía: “O rei do cubata. Desayunos”. Esta última es una anécdota que siempre genera grandes risas entre los amigotes y amigotas que hemos formado parte de la cultura etílica española, tan definitoria del ocio de los últimos 50 años. A él, sin embargo, le llevó a decir con una calma que se parecía mucho a la pena: “Con razón tenéis todos el hígado graso”. Me dolió ese “todos” porque supe exactamente a qué se refería: a todos los que lo único que recordamos de nuestro primer beso es que sabía a alcohol.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
