“Arte refugiado” de Sudán: los cuadros que escaparon de la guerra ‘in extremis’
Casa Árabe alberga en Madrid la exposición ‘Agitación en el Nilo’, que reúne piezas de 11 artistas sudaneses sobre los disturbios políticos en el país africano desde los noventa. La mayor parte de las obras salieron de Jartum un día antes de que empezaran los bombardeos
El 14 de abril de 2023, un avión despegó de Jartum, la capital de Sudán, rumbo a Lisboa con decenas de obras de arte a bordo. “Si nos hubiéramos retrasado un día, no hubiéramos podido sacar nada”, narra Rahiem Shadad, cofundador de la sala de exposiciones sudanesa The Downtown Gallery. En esa nave viajaban la mayoría de los 31 cuadros que Shadad y el curador portugués António Pinto Ribeiro habían seleccionado para la colección Agitación en el Nilo, una muestra que iba a ser presentada en la capital portuguesa con el objetivo de “establecer una conexión entre el arte sudanés y el Norte global”. Solo un día después de que las piezas salieran de Jartum, comenzó una cruenta guerra civil entre el ejército de Sudán y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido que ha obligado a más de 7,5 millones de personas a abandonar sus hogares, según ACNUR, y que amenaza con desencadenar la mayor crisis de hambre en el mundo.
“A las nueve de la mañana del 15 de abril del año pasado comenzaron a bombardear el aeropuerto”, recuerda Shadad, que rememora la angustia que vivió aquellos días durante una entrevista en Madrid con este diario. “Mi socio había dejado las obras el 13 de abril a última hora en la oficina de DHL [de Jartum] y la pregunta que nos hacíamos era si el avión había podido o no despegar”, continúa el joven curador. Las posibilidades de que no lo hubiera logrado, dada la tensión que se vivió durante los días anteriores al estallido del conflicto, eran muchas. “Nuestra galería está a unos 800 metros del aeropuerto y no sabemos, por ejemplo, absolutamente nada sobre el estado de las 550 obras que había dentro”, lamenta. Así que estos cuadros, acogidos primero en la galería Brotéria de Lisboa y que desde el pasado jueves se exponen en la sede de Madrid de Casa Árabe, no solo han logrado sortear “las restricciones que durante años habían impedido la entrada de las galerías sudanesas en los circuitos comerciales internacionales de arte”, sino que “son arte refugiado, supervivientes de guerra”, añade Shadad.
Nuestra galería de arte está a unos 800 metros del aeropuerto y no sabemos nada sobre el estado de las 550 obras que había dentroRahiem Shadad, cofundador de la sala de exposiciones sudanesa The Downtown Gallery
La muestra, una selección de obras de 11 artistas sudaneses, entre ellos, cuatro mujeres, “abarca todos los disturbios políticos que han tenido lugar en Sudán desde los años noventa hasta la actualidad y pretende contar cómo cada generación de creadores ha reflejado esa incertidumbre en su obra”, explica Shadad, ya sea con técnicas tradicionales o con soportes experimentales como maderas recicladas o incluso piezas de “videoarte”.
Artistas como Eltayeb Dawelbait (Hosti, Sudán, 1968) representan “el inicio de ese periodo de agitación política”, describe el curador. Exiliado en Nairobi desde los noventa para alejarse del régimen de Omar al Bashir, no pudo apartar de su obra los efectos de la represión del dictador que gobernó Sudán con mano de hierro durante 30 años hasta la revolución que provocó su caída en 2019. “El arte refleja la vida de la gente y en nuestro trabajo sale a relucir todo lo que nos sucede, lo que les pasa a nuestra familia y amigos, lo que ocurre a nuestro alrededor”, detalla Dawelbait durante una entrevista en Madrid.
También Rashid Diab (Wad Madani, Sudán, 1957), afincado en la capital española, forma parte de esta primera generación de artistas contemporáneos sudaneses. “¿Cuál es la identidad del arte sudanés?”, se pregunta Diab, que ha reflexionado y teorizado sobre el arte de Sudán, desde la cultura nubia a las tradiciones tribales, para establecer un puente “entre lo árabe, lo africano y lo español”.
Otros, como Bakri Moaz (Jartum, 1993), representan “el momento político concreto entre 2018 y 2021”, entre la caída de Al Bashir y el golpe de Estado que frustró la transición democrática y derivó en la actual guerra. “Es una de las personas que pintó los murales callejeros creados durante las huelgas” que obligaron a los militares a ceder el poder, explica Shadad. Ahora, Moaz, refugiado, como Dawelbait, en la capital de Kenia, y tras haber visto envuelto en llamas el edificio en el que estaba su estudio, carga con una mayor responsabilidad que cuando creaba aquel arte urbano. “Me encuentro entre algunos de los pocos que han podido salir [de Sudán], así que siento el compromiso de seguir pintando y ser la voz de la gente”, cuenta durante una conversación con EL PAÍS.
Waleed Mohammed, autor de varias de las piezas expuestas, no pudo, en cambio, abandonar el país. “Hace cuatro semanas que no tenemos ninguna noticia de él, nos ha sido imposible contactarlo”, lamenta Shadad.
Perspectiva de género
Aunque ninguna de las cuatro mujeres que participan en la muestra pudieron asistir a la inauguración en Madrid —una de ellas porque acababa de tener un bebé y las demás, exiliadas de Sudán, por problemas de visados—, incluir a “hombres y mujeres” en la colección fue uno de los objetivos prioritarios de Shadad y Pinto Ribeiro.
“La obra de Yasmeen Abdullah [nacida en Qatar, en 1992] es muy ilustrativa, son historias, como la del cuadro No sé quién vendió el país, pero sí sé quién pagó el precio, que incluso se pueden leer”, cuenta Shadad. En cambio, Reem al Jeally “representa a los artistas que vinieron tras la revolución, cuando empezó a surgir la individualidad en el mundo del arte y se empezó a hablar de lo que ocurre, no solo en los espacios colectivos, sino en los espacios privados” en un proyecto en el que reflexiona sobre la frontera entre el espacio público y el privado como musulmana. “¿Cuándo me quito realmente el hiyab si estoy en mi casa, pero mi ventana está abierta y me mira el vecino?”, pone como ejemplo Shadad.
“Quien venga a la exposición podrá comprobar lo variadas que son las piezas. No las hemos elegido de forma aleatoria, sino que cuentan la historia colectiva de Sudán, cómo cambia y cómo se desplaza”, matiza Shadad. El futuro que les aguarda, sin un lugar al que poder regresar, es incierto, aunque el joven curador espera que estas exposiciones en el sur de Europa sirvan para conectar el arte sudanés con los circuitos comerciales artísticos que antes les habían cerrado las puertas. “Son buenas obras, que pueden formar parte de colecciones internaciones, así que vengan y pregunten por los artistas”, dice con una sonrisa.
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