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Viaje al corazón del brote del virus de Marburgo en Ruanda: una mina de estaño y 10.000 murciélagos

Los animales portadores de la enfermedad habitan zonas mineras y contagian a los trabajadores en una región asediada por conflictos relacionados con la extracción de materiales

Mina de estaño cerca de Kigali Ruanda
La galería del túnel 12 de una mina de estaño cerca de Kigali, donde se encuentra una comunidad de 10.000 murciélagos.Josep Catà Figuls
Josep Catà Figuls

Bajando por un camino abierto en la montaña que conecta los diferentes túneles de una mina de estaño situada a unos 20 minutos en coche desde Kigali, la capital de Ruanda, Dominique Kayr, responsable de seguridad, avisa con tranquilidad: “No toquéis esto, cuidado”. Es una pequeña mancha blanquecina en la barandilla. Podría ser, y seguramente lo es, una marca de las heces de uno de los 10.000 murciélagos que viven dentro de esta mina. Durante el día duermen todos en el túnel número 12, pero hacia las seis de la tarde, cuando cae el sol, salen volando para su actividad nocturna. Kayr sigue bajando como si nada, como si estos mamíferos, que son portadores del virus de Marburgo, no fueran los responsables del último brote de esta fiebre que tiene una sintomatología parecida al ébola, y que Ruanda sufrió el año pasado con un saldo de 66 contagios y 15 muertes, es decir, con una mortalidad del 23%.

En la entrada del túnel número 12 yace el pequeño cadáver de un murciélago, pero Kayr abre el cerrojo de la reja y anima a adentrarse en la galería, que tiene una extensión de 100 metros hasta llegar a una puerta metálica con dos carteles, uno en kinyarwanda y otro en inglés: “Cuidado con los murciélagos”. “¿Queréis que la abramos?”, pregunta mientras ya la abre. Dentro, una gran sala de techos altos y columnas, una gruta que se quedó a medio excavar, cobija esta extensa comunidad de murciélagos: se escuchan sus gruñidos y el revoloteo de sus alas. De pronto uno vuela hasta la misma puerta y vuelve a entrar. “Bueno, ya está”, el responsable de seguridad cierra la puerta.

Las autoridades ruandesas tardaron en llegar al corazón del último brote de virus de Marburgo, que empezó el 7 de septiembre y se declaró oficialmente el 27. Pero primero tuvieron que implementar medidas para evitar la propagación —que afectó especialmente a los trabajadores sanitarios—, antes de empezar a trazar el origen. “Las primeras 72 horas las dedicamos a controlar el virus, luego estuvimos una semana investigando los registros médicos”, explica Edson Rwagasore, director de la división de vigilancia en salud pública del Centro Biomédico de Ruanda, que depende del Gobierno del presidente Paul Kagame. Este organismo aprovechó, a mediados de febrero, la presencia de periodistas internacionales en un congreso sobre salud global celebrado en Kigali, al que fue invitado EL PAÍS —un congreso que debía celebrarse en octubre pero que se aplazó precisamente a causa del virus— para mostrar el origen del último brote y las medidas que están tomando para evitar que se repita.

Al final lograron identificar el primer caso que llegó a un centro sanitario con síntomas de Marburgo, el de una mujer de 25 años. Ella murió, pero no era la fuente: lo era su marido, de 27 años, que había pasado el virus sin muchos síntomas. Este hombre trabajaba excavando el túnel número 12 de esta mina, gestionada por la compañía Gamico LTD Mining, donde las autoridades descubrieron que los mineros habían estado extrayendo estaño en el mismo lugar donde vivían 10.000 murciélagos.

La zona de excavación de Gamico LTD Mining, cerca de Kigali, la capital de Ruanda.
La zona de excavación de Gamico LTD Mining, cerca de Kigali, la capital de Ruanda.Josep Catà Figuls

El virus de Marburgo es una fiebre hemorrágica y su tasa de letalidad varía entre el 24% y el 88%, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los casos actuales, según advierte el organismo de la ONU, registran una media de mortalidad del 50%. Pertenece a la familia de los filovirus, la misma que la del ébola, y el periodo de infección dura 21 días, aunque en las primeras 48 horas no hay síntomas, con lo que la propagación es muy difícil de controlar. Este virus lo portan normalmente los murciélagos egipcios de la fruta (Rousettus) y se transmite a los humanos por el contacto con sus heces, saliva o sangre. Aunque en los años sesenta se registraron tres brotes en Alemania y Serbia, el resto de brotes, especialmente a partir de los 2000, tuvieron lugar en África, sobre todo en la región de los grandes lagos, según los datos de la agencia nacional de salud pública de Estados Unidos. Desde finales de enero, Tanzania está combatiendo un nuevo brote en la región minera de Kagera con al menos 10 muertes relacionadas con el virus, según datos de la OMS de mediados de febrero.

Estos murciélagos viven en cuevas, pero buena parte de los brotes, según consta en la literatura científica que ha ido identificando las fuentes de todos ellos, tienen que ver con murciélagos que viven en las minas de oro, estaño, cobre, coltán u otros materiales que se encuentran en Ruanda, Uganda, República Democrática del Congo (RDC), Kenia o Tanzania. De hecho, el número de brotes de virus de Marburgo registrados ha ido aumentando en las últimas dos décadas —cuatro brotes en la década de los 2000, tres en la de 2010 y seis solo en los cinco años que llevamos de la actual década—, en paralelo al incremento de las exportaciones de estos materiales. Y quedan fuera de los registros las minas clandestinas o en zonas de conflicto que alimentan las guerras entre milicias, como en la región de los Kivu, donde precisamente estos meses la milicia M23, apoyada por el obierno ruandés, está inmersa en una ofensiva para controlar partes del territorio del este de RDC.

Solo en Ruanda, explica Rwagasore, hay otras seis minas “con características similares” que el Gobierno tiene bajo su supervisión, es decir, sitios de excavación donde a medida que se han ido abriendo túneles se ha propiciado el encuentro con el animal portador del virus. La propia mina de Gamico LTD Company, donde trabajan unas 600 personas, es un ejemplo de ello. En esta colina se extrae estaño desde los años treinta del siglo pasado, cuando el país estaba todavía bajo el dominio belga. Pero solo se extraía material en la superficie. No fue hasta 2021 que esta compañía asumió la gestión y decidió empezar a excavar túneles para aumentar la producción. Durante algo más de tres años, fueron abriendo túneles hasta que llegaron al número 12, donde se encontraron con los murciélagos.

Respuesta al brote

Aunque la rápida urbanización de estas zonas y el incremento de la actividad minera propician más contacto entre humanos y murciélagos, el brote de Ruanda también es un ejemplo de cómo mantener a raya la letalidad que en otros episodios era altísima: en este caso, ha sido de un 22,7%. No hay vacunas ni tratamientos antivíricos autorizados contra este virus, pero sí que hay algunas que son candidatas y que se pueden usar dentro de ensayos clínicos. El Gobierno de Ruanda así lo hizo, además de adoptar medidas preventivas.

Entrada del túnel número 12, donde se encuentra la colonia de murciélagos en una mina de estaño cerca de Kigali.
Entrada del túnel número 12, donde se encuentra la colonia de murciélagos en una mina de estaño cerca de Kigali.Josep Catà Figuls

La primera fue cerrar el túnel 12 y establecer un perímetro, mediante unas vallas, para que los humanos no se acerquen a los murciélagos —cuando salen a volar de noche, los trabajadores ya no están en la mina, explican sus responsables—. Lo siguiente, descartada la posibilidad de eliminar a los portadores del virus —”los murciélagos pueden cambiar de sitio y pueden venir aquí otra vez”, detalla Rwagasore—, era monitorizar la colonia y entender su comportamiento ecológico: cuando entran y salen y hacia dónde van, para evitar que los humanos coincidan con ellos. También se extraen semanalmente muestras de sangre, heces y saliva para determinar la carga viral.

En ningún momento se planteó el cierre de la mina, y ninguno de los trabajadores quiso dejar el empleo, sino que simplemente se ha reorientado la excavación y la zona del transporte de materiales hacia otros túneles en la otra cara de la colina. Finalmente, instalaron una clínica en la mina, donde se puede llevar a cabo una primera respuesta sanitaria en caso de infección con los primeros síntomas que aparezcan, especialmente la fiebre. “En el futuro pensamos en seguir a algunos murciélagos con GPS, porque pueden volar hasta siete kilómetros de distancia”, añade Rwagasore, aunque admite que parte de la financiación para este programa de prevención dependía de la ayuda estadounidense, que el presidente Donald Trump decidió congelar. De momento, se dedicarán a seguir y entender sus movimientos: “Estamos aprendiendo mucho de los murciélagos, ellos ya estaban aquí antes”.

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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.
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