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domingo/ reportaje

10.000 páginas de furia mafiosa

El sumario del ‘caso Casuals’ describe cómo una banda de hinchas radicales del Barça se adueñó de las gradas, del hampa y de la noche barcelonesa

Juicio en Barcelona contra la banda de los Casuals, anterior al que se celebra estos días.
Juicio en Barcelona contra la banda de los Casuals, anterior al que se celebra estos días.M. Minocri

Cinco tipos armados con navajas y defensas extensibles irrumpen en el parque acuático Isla Fantasía, en Vilassar de Dalt (Barcelona). “¡Baja, chivato, maricona, que te vamos a matar!”, gritan a un hombre al que poco antes han acorralado y golpeado en la cabeza con una de las porras. Pero ha conseguido zafarse y está encaramado a una valla. “Te vamos a matar”, le repiten, y le lanzan botellas de cristal que van cogiendo de los bares del recinto, hasta que consiguen asestarle dos puñaladas en la pierna. Ahora ya sí, el personal de seguridad interviene y le hace un torniquete. Pero lejos de atemorizarse, los agresores siguen atacándole, hasta que consiguen expulsarles.

Son los Casuals, una banda de delincuentes a las órdenes, presuntamente, de Ricardo Mateo. La agresión deriva de un incidente anterior. Una subasta que Mateo debía impedir por encargo de los hermanos Santiago y Mauricio Royuela: un par de personas querían presentarse a una puja en Barcelona y eso no les interesaba. Mateo y uno de los Royuela primero amenazaron por teléfono a los participantes. Como no les hicieron caso, pasaron a la acción. El 15 de diciembre de 2008 entraron al juzgado con puñales de porcelana que no detectaron los arcos de seguridad. Uno de los participantes logró huir hacia el interior de los juzgados. La otra víctima fue apuñalada en la cabeza. Con el episodio de Isla Fantasía querían persuadir a un testigo de que no declarara contra ellos en el juicio.

Esa es la cara más temida de los Casuals. La más amable se vivía en las jornadas de fútbol en el bar Virginia en el barrio de Les Corts de la capital catalana. Unidos por un supuesto amor irracional al Barça, los Casuals y sus hermanos pequeños de los Boixos Nois calentaban con un vaso de tubo repleto de alcohol en la mano. Luego saltarían el torno de entrada al Camp Nou sin que los seguratas osasen impedírselo, y amedrentarían y amenazarían al resto de aficionados para que se dejasen la voz en cánticos de ánimo al Barcelona. Era fácil reconocerles en el gol nord: cabezas rapadas, figuras atléticas de muchas horas de gimnasio, la cara roja por la embriaguez, gritos y tatuajes de esvásticas y escudos azulgranas asomando por el cuello y la manga de sus camisetas.

Dos facetas que unen una colmena de presuntos delincuentes que durante años han sido los amos de las gradas, del hampa y de la noche barcelonesa. Veintinueve de ellos se enfrentan a un macrojuicio en la Audiencia de Barcelona desde el pasado 2 abril, donde les acusan de una lista interminable de delitos ligados a su supuesto trabajo de matones por encargo, extorsionadores y traficantes de drogas. El presunto líder del grupo, Ricardo Mateo, aguarda erguido y esposado en la sala. Cuando la presidenta del tribunal de la Sección V le llama por su nombre, casi no le deja ni terminar: “No voy a contestar ninguna pregunta de nadie, no voy a declarar nada. Ya está”.

Se trata de la segunda contienda judicial de los Casuals en menos de seis meses. Desafiantes, los acusados no han hecho ningún esfuerzo por disimular quiénes son: siguen rapados, visten la misma ropa deportiva y no esconden sus tatuajes, que emergen por todas partes. Sus defensas han pedido que se anulen las escuchas telefónicas, como ya hicieron en la anterior causa. La táctica entonces surtió efecto. Los investigadores de la Guardia Civil están convencidos de que asaltaban a narcotraficantes para revender luego la droga y que incluso le cortaron el dedo a uno de ellos. Pero la Audiencia redujo los 53 años que pedía el fiscal a Mateo a 3,5 porque no encontró suficientes pruebas que demostrasen que los Casuals se dedicasen como banda organizada a robar y torturar a traficantes.

La fiscalía pide 119 años de prisión para el presunto jefe de la organización criminal, Ricardo Mateo

Ahora son 119 años los que la Fiscalía pide para Mateo, que lleva en prisión por esta causa desde noviembre de 2010, cuando un imponente dispositivo de los Mossos d’Esquadra irrumpió en 14 domicilios de forma simultánea tapados con pasamontañas. También en el juicio, varios policías prefieren cubrirse el rostro. Un sumario de más de 10.000 páginas describe a una banda con pocos miedos y escrúpulos dirigida por Mateo, que desde el Virginia y la tienda Nord Mark, regentada por su mujer, Eva C., decidía qué encargos se aceptaban y quién los ejecutaba.

“Eran capaces de todo”, asegura una fuente policial, rememorando el incidente de la subasta en los juzgados. “Mateo estaba en nómina de los Royuela”, afirma, lo que demuestra que el amor al Barça también tiene sus límites. El padre de los dos procesados en esta causa es Alberto Royuela, un histórico subastero de Barcelona, procesado y absuelto en diversas ocasiones por promover innumerables acciones violentas de la ultraderecha en la capital catalana, que incluso se presentó a la presidencia del RCD Español, aunque en último momento retiró su candidatura. Sus hijos se enfrentan ahora a 55 años de prisión cada uno.

Pero no solo a nómina de los Royuela. La investigación de los Mossos también apunta que actuaron bajo las órdenes de un letrado de Barcelona, Alejandro B., que llamó a Antonio Torn, alias Antoñito (presunto responsable de las amenazas al expresidente del Barça Joan Laporta por limitar el poder de los Boixos Nois en el campo), para que buscase a un recluso en la Modelo que había violado a su hija y le diese un “escarmiento”. Y así fue. Antoñito dio la descripción a un interno que conocía y que cumplió con la misión. “De un empujón” le hizo entrar en su celda y cerró la puerta. Dentro le esperaban sus compañeros de camastro. “Le dijeron que sabían lo ocurrido y que le iban a matar, dándole un fuerte cabezazo en la cara”, relata el escrito de la fiscal Ana Gil. Amenazaron con acuchillarle hasta la muerte si lo contaba.

Pero la banda tenía también un negocio propio: la extorsión a locales nocturnos. Un pequeño ejército de minicasuals —adolescentes que apenas superaban la mayoría de edad— se dedicó a asediar a los locales más emblemáticos de la noche de Barcelona. Cuando la discoteca Razzmataz inauguró sus sesiones musicales de domingo, se los encontró de frente. Entraron por la fuerza al local y “de forma indiscriminada y gratuita golpearon a clientes y personal de la sala”. Exigían beber gratis y nadie se veía con agallas para negárselo. Y así siguieron durante 10 meses, con la intención de “doblegar la voluntad” de los dueños del local para que o bien pagasen un canon para poner fin a los altercados que ellos mismos provocaban, o bien les contratasen. Lo mismo hicieron en la sala Discotheque, donde incluso consiguieron que los porteros dejasen sus trabajos por temor a ser agredidos cada fin de semana. Quienes osaban denunciar, se topaban con sus agresiones y amenazas una y otra vez.

Una noche de septiembre de 2009, varios minicasuals se presentaron en la conocida discoteca Opium de Barcelona. Armados, lograron entrar por la fuerza en la sala, donde pretendían seguir la noche bebiendo gratis, hasta que les echaron. “No sabes quién soy yo, déjame entrar que te va la vida”, repitió uno de ellos, que acuchilló a un portero en la pierna. El joven casual acabó en la cárcel, pero poco tiempo. “Hemos ido a hablar con los porteros porque se han confundido. Me han dicho que pensaban que era él, pero que no, que no ha sido él, que ha sido un moro”, comentaron por teléfono dos casuals poco después. Efectivamente, en la rueda de reconocimiento nadie le identificó y salió en libertad, aunque luego Mateo le castigó: la violenta pelea en Opium había sido por iniciativa propia y había puesto en peligro a toda la banda.

Otra pequeña rama, liderada presuntamente por Antoñito, se dedicaba también al tráfico de drogas. Todo ello les permitía contar con un “enorme capital” para su empresa criminal. “Mateo no tiene ni 10 días cotizados a la Seguridad Social” y se movía con un Mercedes ML y un Porsche Cayman, según fuentes policiales. En la tienda de ropa de su mujer apenas entraban clientes, pero el hijo del matrimonio estudia en el mejor colegio de Barcelona, aseguran esas mismas fuentes. La incógnita ahora es qué hacían con todo ese dinero, algo que no se dirime en el actual macrojuicio, por el que desfilan un día tras otro los acusados, regalando sonrisas a los suyos y miradas desafiantes al resto.

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