Alejandra Rubio: hablar de otros y no querer que hablen de ti
Nieta de María Teresa Campos e hija de Terelu, es colaboradora en programas de televisión y trata de mantenerse al margen de la prensa rosa, aunque es personaje público desde el día en que nació
“Lo siento, no es mi target”. “Es que no le gusta que hablen de ella”. “Te doy unas pinceladas, pero por favor, no me cites”. De Alejandra Rubio Borrego (Madrid, 23 años) se saben un buen puñado de cosas, aunque cueste encontrar a alguien que quiera hablar de ella. No tanto por su pudor, que también, sino por el celo de su madre.
Nieta de María Teresa Campos, hija de Terelu y sobrina de Carmen, Rubio es colaboradora en programas de televisión como Así es la vida y Fiesta (ambos emitidos en Telecinco) y un personaje que aterrizó en la vida pública desde el mismo momento de su nacimiento un 24 de marzo de 2000 (su madre agradeció en el programa que entonces presentaba en Telemadrid, Con T de tarde, las felicitaciones que recibió por la criatura de parte de Jaime de Marichalar y la infanta Elena).
Ligada al universo de Mediaset desde que se lanzó al medio televisivo, su primera colaboración estable fue en 2020 en el debate de uno de los realities estrella de Telecinco, La isla de las tentaciones. Posteriormente, fue una de las habituales de las sillas de tertulianos de Viva la vida, el programa que presentaba Emma García en las tardes de los fines de semana. Desde su final, colabora en el formato que le sustituyó, Fiesta, y también en la tertulia de crónica social y actualidad Así es la vida, y se ha convertido en uno de los rostros habituales del canal.
Rubio estudió, como otros tantos hijos de gente conocida, en el Colegio de Nuestra Señora de Rosales, uno de tantos cogollitos de eso que algunos denominan buenas familias, y debutó donde lo hacen otros hijos de gente conocida, con un posado en la revista ¡Hola!, cuando cumplió 18 años. “Descubrimos una nueva y espectacular belleza en la saga de las Campos”, tituló la cabecera, siempre generosa con los personajes de la casa.
Pero la niña del Colegio Rosales se rebeló al destino programado, se calzó las botas militares, se pintó un eyeliner infinito, se vistió de cultureta, dijo que no quería ser como el resto. E inició un camino a la fama cargado de paradojas y contradicciones no siempre bien digeridas.
Como ese ataque de ansiedad que padeció, una espantá de libro, tras posar en el photocall de su propia fiesta de cumpleaños, celebrada en la madrileña discoteca Gabana. Demasiados flashes, demasiadas atenciones. Sus gestos de esa noche, vestida de negro, melena del mismo color, anunciaban lo que vendría después y en lo que se mantiene. En ese difícil equilibrio entre vivir de hablar de otros y no querer que hablen de ti. Esa noche, mientras intentaba encontrar el oxígeno que le faltaba, su madre y su abuela posaban orgullosas, de vuelta de todo, con más calle que nadie.
Dicen de ella que es educadísima, encantadora en las distancias cortas, un trueno cuando toca. Dice ella en su perfil de Instagram que es “actriz, amante de la música, lectora empedernida”. Dice su biografía que intentó estudiar Derecho sin éxito, que volvió a intentarlo con el diseño de moda, y tampoco. Estudia ahora el último año del grado de Interpretación en la Escuela Codina, en Madrid. En medio, ha sido relaciones públicas de varias discotecas de la capital. En medio, se estrenó como colaboradora en televisión en la tertulia de La isla de las tentaciones, y desde septiembre de 2022 hasta octubre del año pasado, realizó una serie de entrevistas en la sección Gente del diario Abc, donde conversaba con un puñado de nombres que parecían recién sacados de su agenda de contactos.
Rubio tiene un punto magnético e hipnotizador cuando habla. “Me llaman gótica, dicen que me he operado toda la cara… Tengo asumidísimo que la gente lo piensa, aunque no sea verdad”, aseguró en una segunda portada de ¡Hola!, en la que también posó con su madre, en agosto de 2019.
En las tertulias se empeña en escudarse en la edad cuando le conviene —a veces para restregar a sus compañeros que es más moderna y tatuada que nadie, a veces también para justificar su ignorancia— y destila la chulería que le corre por las venas del apellido materno. “¡No os enteráis! Yo soy actriz”, protestó una vez a unos reporteros en la calle.
Meritocracia y familia
Como se empeñan otros, o más bien su madre, en recordar, se independizó a los 18 años y lleva viviendo de lo que ingresa desde entonces. Como si fuera el producto perfecto de la meritocracia, cuando es ella misma la que reconoce, sin problema alguno porque no lo es, que está donde está por la familia que la parió.
“Es que no sé qué decir de esa persona, hija y nieta de Campos, nepobaby de manual y buena para nada que dirían en las telenovelas. Aunque me cae bien. Destaca entre las de su especie”, afirma una crítica televisiva.
De Alejandra se sabe que ha tenido varios novios, que le gusta hablar lo justo de con quién entra y con quién sale. Que cuando se siente centro de atención recurre a dos comodines: “No tengo nada que decir” o “no me hagas esto, Sandra”, en referencia a Barneda, copresentadora de uno de los programas en los que colabora. Resuelta cuando controla los temas, oscila entre la humildad —”yo sé que tengo mucho que aprender”— y el descaro de la que se sabe que siempre, pase lo que pase, caerá en blando.
Pretende saborear solo las mieles de la fama, que el viento le sople solo de cara, un camino que, de seguirlo, solo la llevará al fracaso y al mohín perpetuo. El último de sus acompañantes —cualquiera sabe cómo le llaman los veinteañeros a esto— es Carlo Costanzia, hijo mayor de Mar Flores, que trabaja como actor y fue condenado a 21 meses de cárcel por un delito de estafa relacionado con la compraventa de vehículos de alta gama. Desde que están juntos les persiguen las cámaras, salen supuestos ex de ella, supuestas ex de él, pide clemencia en la puerta de su casa, recurre a la importancia de la salud mental para que entendamos que así no se puede vivir. Y tiene razón. Como no la tiene cuando cree que será ella la que encuentre el punto medio entre el perfil bajo y el público. Como si fuera posible hablar de lo que hacen los otros y no querer que se sepa nada de ti.
Puedes seguir EL PAÍS Televisión en X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.