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Columna
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El fuego enloquece a cualquiera

En España estamos tristemente acostumbrados a los incendios forestales, esos que preceden a sospechosos intereses económicos. No lo asociamos tanto a entornos privilegiados como Hollywood, donde han ardido almacenes de películas que ya nunca veremos

El humo de los incendios, sobre la colina de Hollywood, en Los Ángeles en una imagen del 8 de enero.
El humo de los incendios, sobre la colina de Hollywood, en Los Ángeles en una imagen del 8 de enero.AaronP/Bauer-Griffin (Getty Images)
Jimina Sabadú

Creo que la gente que sobrevive a un incendio enloquece un poco. He conocido tres casos y, sin indagar, noto que los supervivientes están cambiados. Dicen que “no te lo puedes imaginar”, y después hacen cambios radicales en sus vidas. No sé si son tres casos aislados, o si es algo común. Un amigo tiene preparado un plan de evacuación para sus bienes más preciados en caso de incendio. Yo también tengo mi propio protocolo en caso de que suceda. No recordarán ustedes a un personaje de un lejanísimo talent del 2004 al que un incendio pilló desprevenido en casa. Las llamas les rodearon a él y a su perro en un balcón del centro de Madrid. El hombre, en ropa interior y preso del pánico, saltó por la ventana con el can en brazos, ignorando las indicaciones de los bomberos. Las imágenes —grabadas por un viandante— se cortaban antes de que el aterrorizado estilista se lanzara al vacío. En los comentarios, tan solo insultos por arrastrar al perro con él, como si el fuego fuera una situación en la que uno pueda mantener el sentido común.

En España estamos tristemente acostumbrados a los incendios forestales, esos que preceden a sospechosos intereses económicos. No lo asociamos tanto a entornos privilegiados como Hollywood, donde han ardido, sin embargo, almacenes de películas que ya nunca veremos. No seré la única que ha pensado en La casa del horror, London after midnight en su versión original (aprovecho para recomendarles Metraje perdido: un breviario de cine invisible, de Alberto Ávila Salazar), película que nadie puede recordar ya, porque ninguna copia ha sobrevivido a sus espectadores. El celuloide, cuando era celuloide, ardía como la yesca. A la desgracia humana, ecológica y material de un incendio, se le suma en este caso la paradoja de ser un entorno que nos es tan familiar como las películas con las que hemos crecido. Estamos viendo llorar a los de Hollywood, como si fueran mortales, como si las cosas no las resolvieran a base de discursos en un escenario. Debe de enloquecer a cualquiera, el fuego. Unos piensan en salvar la vida, otros piensan en salvar los muebles. Y, viendo que el dinero no vale para apagar un incendio, queda pensar si estas desgracias, cada vez más frecuentes, no nos están diciendo que tenemos que asegurarnos, antes que nada, tener siempre agua para todos. Agua, techo, comida, calor. Y después ya podremos preocuparnos de lo demás.

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Sobre la firma

Jimina Sabadú
Columnista en la sección de Televisión. Ha colaborado en 'El Mundo', 'Letras Libres', 'El Confidencial', en programas radiofónicos y ha sido guionista de ficción y entretenimiento. Licenciada en Comunicación Audiovisual, ha ganado los premios Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Su último libro es 'La conquista de Tinder'.
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