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Andrea Cote-Botero, poeta: “Quisiera regresar a Colombia para mi jubilación, pero el país que yo deseo probablemente ya no exista”

La colombiana gana el XXIV Premio Casa de América de Poesía Americana con ‘Querida Beth’, donde retrata la pesadilla migratoria de su tía en Estados Unidos

Ana Vidal Egea
Andrea Cote-Botero, ganadora del XXIV Premio Casa de América de Poesía Americana.

Tras alzarse con el XXIV Premio Casa de América de Poesía Americana, imponiéndose a 654 manuscritos de 38 países, Andrea Cote-Botero (Barrancabermeja, Colombia, 1981) está imparable. Desde su hogar en El Paso, donde apenas ha deshecho las maletas, explica ilusionada por videoconferencia que en abril volverá a hacerlas para viajar a Abu Dabi, donde participará en la Cultural Summit, compartiendo escenario con figuras de la cultura global a las que siempre ha admirado.

Habla largo y tendido sobre Querida Beth (Visor, 2025), el libro que la ha colocado en el epicentro de la poesía latinoamericana actual. Una obra que reconstruye la pesadilla migratoria de su tía, quien pasó 40 años trabajando en Estados Unidos y regresó a Colombia con solo una maleta, lista para morir. Pero la conversación se expande más allá de la literatura: sus diez años viviendo junto a la frontera, su labor como profesora en la maestría bilingüe de escritura creativa en la Universidad de Texas-El Paso, su reciente divorcio, su manera de maternar sin perderse a sí misma y su mirada sobre el panorama sociopolítico estadounidense.

Pregunta. ¿Qué la llevó a escribir la historia de su tía Beth?

Respuesta. La historia de Beth era una historia que yo temía repetir, olvidar. Es una historia que tiene que ver mucho con la migración en general, pero sobre todo con la migración femenina. Mi tía llegó a Estados Unidos pensando que había encontrado un gran amor que iba a solucionar sus problemas de una sola vez. Yo crecí escuchando ese tipo de historias de cenicientas colombianas que se encontraron con un gringo que las puso a vivir como reinas y les dio todo lo que ni la familia ni el Estado podía darles. Pero también escribí el libro porque ella me lo pidió cuando llegué aquí, hace más de quince años. Sabía que su vida iba a quedar en nada y quería ser recordada. Me conmovió que tuviera tanta confianza en el poder de la escritura.

P. ¿Por qué le llevó tantos años escribir este libro?

R. Empecé a considerar en serio escribir su historia cuando ella murió, a los seis años de haber regresado a Colombia. Tenía 81 años. Tuvo Alzheimer al final de su vida y no sabía dónde estaba. Me impactó mucho ver cómo confundía tiempos y territorios, porque las personas mayores se orientan por la memoria y los espacios conocidos y ella estaba desenraizada. Me demoré en escribir el libro porque no sabía cómo escribir un libro de poemas con un personaje, un libro que cuente una historia. Querida Beth es también un relato en verso. Pero con el tiempo me di cuenta de que la forma híbrida de prosa y texto era perfecta, porque daba una entrada en la historia sin pretender comprenderla totalmente, jugando con los silencios, exponiendo mi visión.

P. ¿Qué supone para usted haber ganado el premio con este poemario?

R. Es algo muy especial, admiro a los autores que han sido galardonados a lo largo de los años por este premio. Y es muy significativo tener este reconocimiento precisamente con Querida Beth, porque vivimos un periodo histórico delicado para la migración. Y el libro aglutina una serie de preguntas que tenemos los que vivimos y escribimos en la diáspora, los que extrañamos nuestra tierra, los que tenemos que enfrentar los retos y las preocupaciones de ser migrante.

P. Vive en la frontera y es profesora en una de las pocas maestrías bilingües en el país. ¿Qué opina de la escritura de lenguaje híbrido? ¿Del spanglish?

R. Estoy a favor de todas las contaminaciones, monstruosidades y ontologías débiles o transitorias, incluyendo las de la lengua, porque son un reflejo de nuestro trasegar y de nuestra evolución, del momento histórico en que hemos aceptado y estamos disfrutando la plasticidad de la identidad. La lengua no puede estar al margen de eso. En mi maestría no hay una regla clara sobre cómo se conduce una clase bilingüe, se va negociando grupo a grupo. Mis clases son de exploración artística, donde los errores, la falta de dominio o el desconocimiento de una lengua no son necesariamente cosas malas. Siempre explico que si alguien no conoce bien una lengua es muy interesante, porque explorar una lengua desde los ojos de un extranjero hacen que uno se fije en cosas que los nativos no ven. El no dominar una lengua hace que el escritor se vuelva vulnerable y en ocasiones obra maravillas. El ejercicio de la lengua no es un ejercicio de poder, el inglés y el español no actúan subalternamente, conviven. Se empieza escribiendo o hablando en un idioma y se termina en otro. Aprendemos a vivir en unos territorios que no son necesariamente físicos y descubriendo lenguas híbridas bastardas

P. En su libro escribe: “A Beth se le olvidaba el español y no aprendía el inglés. Hubo un tiempo en que yo fui capaz de reír al escuchar semejante desgracia”

R. Beth fue despojada. Mi tía representa la historia de tantos inmigrantes sometidos a procesos de marginalización. Al perder el español y no adquirir el inglés lo que fue quedando en medio fue un gran vacío, al que se sumaba la falta de protección que brinda conocer una lengua que permita transitar la realidad. El caso de mis hijos es muy diferente, dominan los dos idiomas y para ellos es enriquecedor estar en un espacio entre fronteras.

P. ¿Qué la trajo a Estados Unidos?

R. Vine escapando de la precariedad de ser una maestra de literatura en Colombia. La beca de doctorado que me dieron en la universidad de Stony Brook me brindaba la protección y el tiempo para escribir que yo había deseado toda mi vida. Luego, cuando mejoré el inglés y entendí mejor cómo funcionaba el sistema americano, hice otras solicitudes. Al año me hicieron ofertas en Yale y en Penn University. Yo vengo de provincias, nunca me imaginé estudiando en una universidad de la liga Ivy, creo que conseguirlo fue una combinación de suerte y desparpajo. Elegí Penn porque me interesaban dos profesores: Román de la Campa y Reinaldo Laddaga, que acabó siendo mi director de tesis. Empecé el programa desde el principio aunque ya llevaba un año cursado, porque para mí cuanto más durara el doctorado mejor. Pienso como Duchamp, que el capital es el tiempo, no el dinero. Trabajo todo el día para secuestrar tiempo para hacer lo que me gusta.

P. La Universidad de Texas- El Paso en la que trabaja es una institución al servicio de los hispanos, que representan el 80% de los estudiantes. ¿Qué opina de la situación sociopolítica que se está viviendo en relación con los latinos?

R. Siento que estamos en medio de una emergencia donde hay dos aspectos especialmente preocupantes. Primero, la criminalización de la actividad humana de migrar, a través de discursos de estigmatización o quitar el español de documentos oficiales, lo que contribuye a que una actividad humana que ha existido siempre, como es desplazarse de un país a otro, de repente sea vista como un delito de por sí, sin discriminar entre unos casos y otros. Creo que es algo muy grave y tenemos que resistirlo. Por otro lado me preocupa que se retroceda en los esfuerzos colectivos para frenar la emergencia del cambio climático, que es otro factor para el desplazamiento (porque todos somos refugiados climáticos), y que no se ejercite para hacerlo la solidaridad con los otros y por las futuras generaciones.

P. No se está castigando solo a los hispanos indocumentados, sino también al idioma español

R. En la actualidad hay 60 millones de hablantes de español en Estados Unidos, que reconocen español como depositario de una cultura masiva y maravillosa y que tuvieron la oportunidad de no rechazar su lengua. Tomó muchísimos años llegar hasta aquí y me niego a pensar que cualquier actor o discurso autoritario vaya a destruir ese esfuerzo de la noche a la mañana, aunque también es verdad que mi negación es similar a la de Faulkner, que se negaba a aceptar el fin del hombre. Actualmente todo está en el aire. A pesar de que se nos dice que todo va a estar bien, todos los días se cierra algo o se cancela un programa. Es un momento difícil.

P. ¿Cuáles son sus sueños?

R. Qué buena pregunta. Un sueño que siempre tuve, y que estoy en el camino de conseguir, es lograr un modelo de vida donde tuviera un espacio para escribir. En la diáspora es muy difícil conocerse a uno mismo, porque las piezas están en muchos lugares y lenguas. Aún no he podido recomponer mi identidad, porque los primeros 10 años que pasé en este país, los pase pensado que iba a regresar a Colombia o que viviría en un país donde se hablara español. Me fui dando cuenta después de que me iba a quedar. Cuando tuve a mis hijos dos cosas dejaron de estar claras: donde está mi raíz (que antes estaba en mi pueblo, en mi río Magdalena), y cuál es mi lengua madre, ¿la lengua de mi madre o la lengua en que yo materno? Mis hijos son bilingües y hablo con ellos en español, pero una parte de ellos ha sido capturada en inglés, por sus experiencias y conocimientos, así que la lengua en que yo materno está compuesta de múltiples experiencias culturales, es un amasijo, es el encuentro y el choque entre el inglés y el español, entre el mundo estadounidense y el latino. Cuando voy a Colombia no me hallo del todo y aquí jamás me hallaré del todo. Mi sueño es encontrar un centro nuevo, que me permita conciliar estar dentro y fuera de mi territorio y de mi espacio. Y que allá donde viva haya un espacio de reconocimiento a la escritura en español.

P. Su tía regresó a Colombia a los 81 años, cuando ya no le daban más trabajo en Estados Unidos. ¿Se plantea usted el regreso?

R. Quisiera regresar a Colombia para mi jubilación, pero el país donde yo quiero regresar probablemente ya no exista para entonces.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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