Las comunidades indígenas del Amazonas del siglo XXI se hacen llamar Ticca
Cinco asociaciones de la Amazonía colombiana se han declarado ‘territorios de vida’, un mecanismo con el que buscan proteger las tierras que habitan y crear sus propios inventarios bioculturales
Los realengos, pueblos de indios o resguardos, conceptos heredados de la Conquista y la Colonia, parecen ya no ser suficientes para abordar las realidades que se viven en los territorios que han sido conservados por pueblos indígenas y comunidades locales alrededor del mundo. Ni siquiera las nociones más modernas de parques nacionales o áreas protegidas logran comprender la complejidad de unas zonas que merecen ser preservadas no solo por su valor ambiental sino por la cultura de quienes las habitan desde tiempos míticos.
A comienzos de este siglo, una figura impulsada por ambientalistas rebeldes empezó a cuestionar a los Estados y al establecimiento para voltear la mirada hacia las tierras conservadas por estas comunidades. La idea era reconocerlas, independientemente de que lo hiciera o no la autoridad ambiental de su respectivo país. Se trataba, literalmente, de un autorreconocimiento. Dichos territorios serían nombrados bajo la sigla Ticca y conocidos como ‘territorios de vida’. Quedarían consignados, tras cumplir con varios requisitos, en un listado mundial manejado por el consorcio Ticca y registrados a nivel internacional en la base de datos de ONU Medioambiente, sistema que los legitimaría y sería una forma de ejercer presión sobre los gobiernos.
Habitados por indígenas, afrodescendientes y campesinos, Colombia ya cuenta con 17 de estos territorios —en el mundo se han declarado ‘territorios de vida’ en 82 países—, pero el año pasado fue un hito ya que por primera vez cinco comunidades amazónicas fueron inscritas: los inganos del Putumayo, del cabildo de Musuiuiai; los tucano oriental del Guaviare, de la asociación Asopamurĩmajsã y del resguardo de El Itilla; y los tucano oriental y cubeos del Vaupés, bajo las organizaciones ASATRIZY y AATIAM.
Pese a compartir la misma biomasa, aunque precisamente por su espesura, estas comunidades habían vivido completamente aisladas entre ellas; no se conocían. Cada una ocupa una estructura geológica diferente —unas están en el piedemonte, otras cerca de la serranía del Chiribiquete—, sus lenguas son únicas y se relacionan de un modo particular con los ríos y el firmamento. Al tratarse de grupos separados y muy pequeños, no estaban tan fortalecidos como los pueblos del Cauca o los arhuacos de la Sierra Nevada, explica Germán Zuluaga, director del Centro de Estudios Médicos Interculturales (CEMI), el socio local que desde el 2015 apoya a los Ticca en el país; de modo que para él esta declaratoria “les da cierta legitimidad para defender su territorio frente a la invasión de vecinos, frente al despojo de tierras. Es una legitimidad no jurídica sino de hecho”.
Sus selvas comparten una misma amenaza: el viejo interés extractivo, ya no en forma de caucho sino de deforestación, minería y ganadería. Este jueves, la ministra de Medio Ambiente, Susana Muhamad, advirtió que la deforestación en la mayor selva tropical del mundo está a solo tres puntos porcentuales de generar un daño sin retorno. “Nuestros mayores han dicho que si nosotros destruimos la naturaleza, destruimos el territorio, nos acabamos, eso siempre lo tenemos en cuenta”, dice José Jarol Muchavisoy, coordinador del cabildo Musuiuiai, en la ceremonia de cierre de tres años de trabajo conjunto, que se realizó este 27 de junio en Bogotá.
Curiosamente a través del idioma externo que hoy les permite interactuar, el castellano, estos pueblos han podido establecer una amistad, impulsada por el compromiso común de seguir viviendo como indígenas en su misma selva. Tres de estos territorios en el Amazonas ya tienen el reconocimiento como resguardos, pero dos no. El denominarse como Ticca –añade Zuluaga– “les da viabilidad para que el Gobierno entienda sus reclamos”, como ha ocurrido en países de Asia y África.
El origen de la yuca y el inventario biocultural
“La selva no es posible sin la rigurosidad de sus rituales y la certeza de sus elementos sagrados”, asegura Carolina Amaya, subdirectora del CEMI y quizá la persona que más conoce sobre los Ticca en Colombia. Una declaración del territorio como propio que no incluya las costumbres, los alimentos, las plantas, los cantos o las historias del origen sería una afirmación vacía. Por eso “las áreas que se reconocen no son estrictamente de carácter ambiental, sino que incluyen toda la dimensión de su vida: el territorio, el medioambiente, la salud, la educación, la gobernanza”, explica.
En contraposición a los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) que rigen en las grandes ciudades y municipios que comienzan a cercarlas, cada una de estas comunidades creó un Plan de Manejo Tradicional en el que plasmó lo más importante de su cultura y que fue aprobado por sus autoridades tradicionales. Durante tres años, con el apoyo de USAID, diseñaron e implementaron una novedosa metodología para la producción de inventarios bioculturales, basados en ejercicios de monitoreo, caracterización y cartografía; y centrados en los elementos de fauna, flora y minerales necesarios para garantizar las ceremonias. Para ellos, las ceremonias son lo más importante: son su vínculo con la espiritualidad, el “espacio sagrado en el cual nos conectamos con nuestro origen y con lo más profundo de nuestro ser indígena”, escribe en su plan de manejo la Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas Aledañas a Mitú (AATIAM).
La yuca, tubérculo base de su alimentación, también es protagonista. En su plan esta comunidad del Vaupés registra sus 48 variedades y relata su origen —una muerte, que dio origen a la vida—, según les fue contado por sus ancestros. Documentan la situación del territorio basados en las expediciones que realizaron a las zonas más apartadas y en las que aplicaron una doble tecnología: por un lado los GPS y las cámaras trampa, y por el otro sus rezos y ritos de protección. En el Guaviare otra comunidad fue “a lugares totalmente desconocidos en las profundidades de la selva espesa”, cuenta Amancio Yucuna, coordinador indígena del Resguardo El Itilla, de la étnia yucuna. No solo quedó registro de lo que vieron, sino de lo que oyeron: “Escuchamos el cantar de muchas y diferentes aves en horas de la mañana y de todo el día. Y también el crujir de tigres y los silbidos atemorizantes de, tal vez sea, el espíritu de la misma selva, en horas de la noche”.
“Casi todas las ONG, bien intencionadas, tratan de llevar el modelo occidental a las comunidades: sembrar palmas, cultivos, construir puestos de salud, todo lo que significa ayudar a los indígenas porque dizque son pobres. La tarea del CEMI es un poquito al revés: ayudémoslos para que sigan siendo indígenas, conservando sus tradiciones”, explica Zuluaga. De ahí que los Planes de Manejo Tradicional se centraran en documentar los aspectos más importantes al interior de sus comunidades, como lo son la chagra —su lugar de cultivo—, la maloca y la ceremonia. En los documentos quedaron registrados los cultivos, las danzas, las armonizaciones con plantas y hasta los utensilios de cocina. También las especies de las hojas que se utilizan para construir la maloca, cómo se tejen, cómo se cortan “en el tiempo de armadillo, más o menos en agosto, cuando las chicharras cantan”.
No se trata, por ser los Ticca una figura internacional, de solo lograr un reconocimiento desde afuera. Los tiempos han cambiado y las chagras ya no están llenas de cultivos. Los habitantes han ido adquiriendo otras costumbres, como el uso de celulares y de la televisión; los niños van al colegio y la comunidad ya no vive toda junta en una gran maloca, sino que cada familia habita una casa diferente, de modo que plasmar cada detalle es una forma de mantener un legado para las generaciones venideras. El desafío también es interno. Lo dice el propio plan: “Podemos hacer listas muy completas de elementos, contar las historias, escribir las normas (…) pero todas las leyes y convenios son insuficientes para ayudarnos a seguir siendo indígenas si nosotros mismos no vivimos la tradición y la aplicamos en nuestra vida”.
Los dos antecedentes ambientales que ha liderado Colombia
En 1986 Colombia sentó un precedente que lo habría de consolidar como uno de los países líderes en el reconocimiento de territorios indígenas en la Amazonía. El entonces presidente, Virgilio Barco, nombró como Director de Asuntos Indígenas al etnólogo estadounidense Martin von Hildebrand. Durante su Gobierno, se declaró la mayor cantidad de resguardos que un país ha promulgado en esta región.
Luego, en 2002, Colombia fue el primer país en declarar un área protegida reconociendo su carácter biocultural: el Parque Nacional Natural Alto Fragua Indi Wasi, que fue resguardado no solo por su valor ambiental sino por los patrones culturales tradicionales del pueblo ingano del Caquetá. Impulsada durante la presidencia de Andrés Pastrana, con Juan Mayr a la cabeza del Ministerio de Medio Ambiente, esta iniciativa fue llevada como modelo al Congreso Nacional de Parques en Durban, Sudáfrica, en 2003. La propuesta llamó la atención y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) empezó a considerar la necesidad de pensar nuevas categorías de conservación biológica que tuvieran las dos dimensiones: la biológica y la cultural. Esa semilla daría origen a los Ticca.
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