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‘Daniel Deronda’, de George Eliot: la obra maestra de una novelista victoriana

La mejor obra de Mary Ann Evans, la mujer tras el famoso seudónimo, es una narración con una formidable calidad literaria sobre la sociedad de su época

Retrato de la escritora Mary An Evans (1819-1880) que firmaba sus novelas como George Eliot, realizado por F d'A Durade.
Retrato de la escritora Mary An Evans (1819-1880) que firmaba sus novelas como George Eliot, realizado por F d'A Durade.Universal History Archive / Getty Images

Mary Ann Evans (1819- 1880), que siempre firmó como George Eliot en una época en que la autoría de una mujer era cuando menos motivo de suspicacia, si no de inferioridad en la consideración de los lectores de la época, es una de las más grandes novelistas de la literatura inglesa del XIX. Entre sus libros figuran obras imperecederas como Middlemarch, Silas Marner, El molino del Floss, Escenas de la vida parroquial y esta Daniel Deronda, la última que escribió.

Daniel Deronda es su mejor novela, escrita en plena madurez y dominio de los recursos narrativos y se extiende a lo largo de casi mil páginas. Pertenece, como el resto de la obra de su autora a lo que conocemos como “novela victoriana”, pero hay que decir que presenta dos novedades muy importantes dentro de este género literario: la primera, que no se atiene sólo al asunto clásico de la novela decimonónica inglesa, cuya intención dramática se centraba en asegurar el futuro de las mujeres de relevante posición social por medio de un matrimonio adecuado. La segunda es una novedad en su época: su positiva visión del pueblo judío, que se muestra en los libros V y VI.

Las jóvenes que aspiraban a un pretendiente se hallaban supeditadas al matrimonio y las que no lo conseguían debían dedicarse a oficios como el de institutriz, ama de llaves o pariente pobre al servicio de una familia noble. Gwendolen Harleth, es “una joven de buena familia y bastante lista” que juega y pierde a la ruleta en un casino alemán y llama la atención de un apuesto joven que la observa desde lejos con gesto de disgusto. Cuando ella pregunta por él la informan de que se trata de un tal Daniel Deronda que se encuentra en este lugar al que acaba de llegar acompañando a su padre adoptivo Sir Hugo Mallinger.

Este cruce de miradas será el que dé paso a una peculiar relación que Eliot desarrolla con destreza lenta, cuidada, precisa y densa. Deronda es el heredero de la fortuna de Sir Hugo Mallinger. Gwendolen acaba de recibir una noticia harto desagradable: la pérdida de la posición social y económica de su familia y habrá de refugiarse en la casa que un tío suyo clérigo, Gascoigne, le ofrece para su madre y sus cuatro hermanas; su futuro de joven educada para brillar en sociedad se oscurece. Daniel Deronda es un joven de buenos sentimientos y carácter decidido que se encuentra atormentado por desconocer su origen y la sospecha de ser bastardo de Sir Hugo. Entre los dos jóvenes se establece una distancia marcada por la curiosidad y el desencuentro. De Gwendolen dice la narradora omnisciente ante su éxito social que “no tenía sentimientos gratuitos ni encontraba un placer egoísta en hacer sufrir a los hombres”, pero su frivolidad y su belleza serán su mayor enemigo.

Ilustración de Gordon Browne de una escena de la novela 'Daniel Deronda' de George Eliot, en la que Henleigh Grandcourt se ahoga en un accidente delante de la protagonista Gwendolen en Italia.
Ilustración de Gordon Browne de una escena de la novela 'Daniel Deronda' de George Eliot, en la que Henleigh Grandcourt se ahoga en un accidente delante de la protagonista Gwendolen en Italia. Bridgeman Images / GETTY IMAGES

La novela expone la vida social de la época con fascinante amplitud y elegancia y el asunto del futuro de Gwendolen, para la que se busca un marido que las saque a ella y a su madre de la pobreza inminente, pero no es este el asunto de la novela sino el resultado de la elección de Gwendolen, quien tras rechazar a su primo Rex Gascoigne, para disgusto de su prima Anna, decide superar las dudas de atarse a un marido para proteger a su madre y acepta la proposición de matrimonio de Henleigh Mallinger Grandcourt “un perfecto caballero inglés” que le manifiesta su interés. Pero la verdadera importancia de este matrimonio de conveniencia no es la estabilidad que debería procurarle sino, al contrario, el sufrimiento atroz al que la someterá Grandcourt, el alma más negra de toda la novela victoriana, cuyo egocentrismo se resuelve en el deseo de apoderarse de la voluntad de Gwen.

Entretanto, Daniel, bogando por el río, descubre a una muchacha de aspecto angelical que le conmueve y cuando advierte que ella pretende suicidarse, la saca del agua y se la lleva a la casa de una familia amiga, los Meyrink, por la que siente aprecio y la deposita allí para que cuiden de ella. La muchacha, Mirah, acogida con fervor por esta familia, se repone y al cabo del tiempo, como no desea ser una carga, piensa en la posibilidad de ganarse el sustento dando lecciones de canto. Poco a poco descubren que es de religión judía, que ha perdido a su familia, se encuentra sola en el mundo y ha venido a Inglaterra con la esperanza de encontrar a su madre y a su hermano.

El judío era sólo la figura del banquero, el usurero, el comerciante enriquecido, un prejuicio que Eliot combate

La novela se asoma al melodrama con una discreción exquisita, pero ahora se toma un respiro para dar paso a los libros V y VI y cambia en ellos el ritmo en favor de una larga reflexión intelectual de la autora sobre el pueblo judío en la diáspora desde la voz de Mordecai, un judío pobre, un místico algo excedido que presiente en la nobleza de espíritu de Deronda al amigo en el que siempre deseó descargar su afecto y su imagen visionaria del mundo judío. “Los hijos de Judá”, dice en plena exaltación, “han elegido que Dios pueda elegirlos de nuevo”. Recordemos que el judío era sólo la figura del banquero, el usurero, el comerciante enriquecido, un prejuicio que Eliot combate.

Mary Ann Evans fue una mujer extraordinaria, muy culta, interesada en los avances de la ciencia de su tiempo y traductora al inglés de Baruch Spinoza;

Mary Ann Evans fue una mujer extraordinaria, muy culta, interesada en los avances de la ciencia de su tiempo y traductora al inglés de Baruch Spinoza; convivió con un hombre casado durante muchos años en plena sociedad victoriana, lo que demuestra su temperamento. La novela está repleta de escenas de una formidable calidad literaria, como aquella en la que la señorita Arrowpoint, anuncia a sus sofisticados y clasistas padres que se ha prometido a un músico, Klesmer. Está repleta de secundarios soberbios, como la dura señora Glasher o el detestable Lush, mano derecha del malvado Grandcourt. Toda la creación de personajes es soberbia. Y por fin, en el capítulo 49 del libro VI, sir Hugo entrega a Daniel una carta de su verdadera madre. Pero aquí debo detenerme, pues llega el decisivo libro VII; el final se acerca y hay que dejar al esforzado lector que descubra el largo, minucioso y poderoso final, pues Eliot no deja cabo sin atar. Los personajes centrales están a la altura de semejante cierre y sólo debo recomendar una lectura tranquila y sin prisas para disfrutar plenamente de una prosa tan elegante como llena de consideraciones sobre la vida, así como de profundas y exigentes descripciones de las conciencias de sus personajes. Un dominio total de principio a fin.

Portada de 'Daniel Deronda', de George Eliot

Daniel Deronda

George Eliot
Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Alba, 2025
960 páginas. 49,50 euros

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