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Infancias robadas

El belga Fabrice Murgia dirige en el Lliure de Gràcia ‘La tristeza de los ogros’

Un momento de la representación de 'La tristeza de los ogros'.
Un momento de la representación de 'La tristeza de los ogros'.Luz Soria

Lo más inquietante de La tristeza de los ogros (Le chagrin des ogres), la obra de Fabrice Murgia que el propio director y dramaturgo belga dirige en el Lliure de Gràcia en una nueva versión en español de Borja Ortiz de Gondra, es que los interrogantes que abre sobre la condición humana dan más miedo que lo que se ve en escena. Duro, negro, desolador texto que, entre monólogos que se alimentan de sueños y pesadillas, ilusiones y frustraciones, humor y sarcasmo, nos habla de la pérdida de la infancia y los trastornos adolescentes en un hábil montaje de sobrecogedora fuerza teatral.

El uso de cámaras en directo, proyecciones, voces distorsionadas, sonidos amplificados y ráfagas de música tecno acentúan la tensión en un espectáculo multimedia que potencia el notabilísimo trabajo de Olivia Delcán, Andrea de San Juan y Nacho Sánchez, tres jóvenes actores que transmiten con talento y precisión la angustia interior de tres personajes trazados por Murgia con mano maestra en un montaje del Teatro Nacional de Valonia (Bélgica) que, en versión original francesa, se vio en Temporada Alta en 2013.

La tristeza de los ogros

La tristeza de los ogros, de Fabrice Murgia. Adaptación: Borja Ortiz de Gondra. Olivia Delcán, Andrea de San Juan, Nacho Sánchez. Dirección: F. Murgia. Teatre Lliure de Gràcia, Barcelona, 7 de febrero.

Murgia pone al espectador frente a un espejo que refleja una sociedad enferma a partir de dos casos reales que, en el mismo año y con pocos meses de diferencia, acapararon la atención mediática; el 20 de noviembre de 2006, el alemán Bastian Bosse, de 18 años, regresó al instituto donde había padecido acoso, disparó a cinco compañeros y después se suicidó, siguiendo el plan que había anunciado en las redes. Unos meses antes, la austriaca Natascha Kampusch, también de 18 años, lograba escapar de la casa donde fue violada y permaneció diez años secuestrada.

A partir del blog personal de Bosse y las entrevistas televisivas de Natascha, Murgia construye un cuento onírico con dos adolescentes como protagonistas; uno se inspira en el propio Bosse, que al final aparece con la siniestra sonrisa pintada del joker antes de iniciar su ataque; el otro es Laetitia, que creció con miedo y se está despertando en una cama de hospital. El tercero es una niña vestida como una patética novia con la cara llena de sangre, digna de una película de Tim Burton, cuyos vitriólicos comentarios provocan hilaridad a pesar de su extrema crueldad.

Impacta el talento del dramaturgo belga para mezclar sueños y realidad en un relato que clava su mirada en las infancias robadas de adolescentes que no pudieron vivir sus sueños. Y aprovecha bien las virtudes de una escenografía y una iluminación tan certeras que permiten crear un sólido relato teatral en el que la parte técnica y visual del espectáculo late al compás del texto que adereza con humor corrosivo los monólogos cruzados. Y en ese envoltorio, con visos de cueva de los horrores multimedia, los actores transmiten ráfagas de emoción, dolor y lamento,

La adaptación española de Borja Ortiz de Gondra, que llega al Lliure (hasta el 25 de febrero) tras su estreno en los Teatros del Canal, es formidable porque conecta los códigos generacionales y el lenguaje de la obra con una realidad fácilmente reconocible por cualquier adolescente español. No es una simple traducción, pues la forma de hablar y las referencias televisivas citadas -distintas en el contexto belga-, nutren un paisaje generacional más reconocible y, por ello, aún más inquietante.

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