Elisa Zulueta, actriz: “Cuando las madres salimos dejamos todo organizado y con una red de apoyo insólita, no así los hombres”
La dramaturga y podcastera se siente más lúcida en sus tempranos cuarenta, que la pillan en un sólido momento laboral. Este año publicará su primera novela juvenil


El trabajo de la actriz y dramaturga chilena Elisa Zulueta (Santiago, 43 años) está haciendo eco en España. Esta entrevista la concede en el descuento de un viaje a Málaga, donde será la presentadora del festival de cine de la ciudad, que arranca este viernes. La protagonista de El lugar de la otra, la primera ficción de la directora Maite Alberdi, asistió en febrero a los Premios Goya por la nominación de la cinta a Mejor Película Iberoamericana, solo días antes de que se anunciara que competirá en la categoría de Mejor Actriz en los Premios Onda, por su personaje en el thriller sonoro Corderos II, de Podium Podcast. Mientras tanto, en Chile, organiza giras de sus cuentos infantiles, agota las entradas para los shows en vivo del podcast que conduce junto a la comediante Paloma Salas, Expertas en nada, y reestrena la obra de teatro Lucas y yo, una adaptación que escribió y dirigió.
Pregunta. Cuando ganó en enero el premio Caleuche a Mejor Actriz dijo que para que una mamá como usted salga de su casa a trabajar se necesita mucha gente.
Respuesta. Hay algo social de que el hombre sale en la mañana y no vuelve a llamar nunca más, no pregunta si es que [el hijo o hija] llegó, si comió, si está bien. Sale, se dedica absolutamente a su trabajo y vuelve. Todos somos parte de eso, yo también. Cuando nosotras salimos dejamos todo organizado y con una red de apoyo insólita, lo que no ocurre cuando las parejas hombres salen. Mi pareja tiene que llegar a trabajar todos los días a una oficina, cumplir un horario, pero como mi pega [trabajo] es más móvil, y a veces grabo y a veces no, pareciera tácitamente ser mi responsabilidad dejar organizado. Creo que también tiene que ver con lo controladora que soy y lo excesivamente organizada que me he puesto. Efectivamente, para hacer la película de Maite tuve que hacer una organización enorme. No porque mi pareja no estuviera dispuesta, está dispuesta a tomarse días de vacaciones para cuidar a nuestra hija, pero hay alguien que tiene que tomar esas decisiones y organizar eso y, generalmente, son las mujeres.
P. ¿Fue algo particular la experiencia para la película?
R. Para todo. Para los viajes, el año pasado me tocó ir varias veces a España. Ahora a Málaga, que voy con mi hija porque será una linda experiencia para ella. Podría haberse quedado y su papá la cuida, no es tema, pero es muy difícil salir de la casa por una cosa emocional, también. Algo pasa que no puedo salir todo el día a trabajar sin sentir que para ella es un problema, y los hombres sí pueden salir de su casa a trabajar y llegar a las seis de la tarde y sentir que no es un problema. También hay una culpa heredada, una forma de cómo vivimos o que, efectivamente, hay una necesidad de estar con los padres mucho más grande de lo que en estos tiempos somos capaces de darles. Y eso en algún lugar se resiente. Igual pareciera que todo lo que hago me mantiene fuera de mi casa, pero el año pasado tuve mucho tiempo con mi hija. Yo me levanto temprano, saco a mis perros, no tengo vida social en las noches. Solo que todo lo que hice fue muy ruidoso.
P. Este año publicará por primera vez una novela juvenil. ¿De qué trata?
R. Sí, la pensé para alguien de siete años. Quería escribir sobre una protagonista que fuera distinta, no un hada con brillantinas, algo más cercano a las niñas. Se lo leí a mi hija y a su mejor amiga y se murieron de la risa. Aborda el tema de la amistad… es tan difícil aprender a ser amiga de alguien. A mi me costó mucho entender cómo. Existe una diversidad enorme y veo que las niñas se tratan de parecer entre sí permanentemente, que es parte de la vida. Cuando yo entendí eso, muy vieja, a los 25-30, dejé de sufrir. Siempre está un poco eso en mis libros, la identidad.
P. ¿Por qué cree que tardó en entenderlo?
R. Porque fui profundamente insegura, ya no. Estuve muchos años tratando de agradar para encajar. Ahora miro para atrás y digo ‘mi vida era muy entretenida’. Tenía sus ribetes, como todos, pero mi familia era complejamente muy atractiva. Podría haberme desmarcado menos de mi particularidad y haberme apropiado más de eso, pero perdí mucho tiempo tratando de ser como todas y era imposible. Para mí era muy difícil pensar que me quería casar, por ejemplo. Me encantan los matrimonios, pero no entendía por qué tenía que hacerlo si iba a ser una persona independiente, que iba a tener mi plata, pagar mis cotizaciones… Todavía no me casaría nunca.
P. ¿Cuáles eran las particularidades de su familia?
R. Mi papá era un tipo que escribía poesía, que vivía en el mar. Más excéntrico. Traté toda mi vida de no parecerme a él… Fue un trabajo sin sueldo (risas). Ahora digo qué bueno que me parezco tanto, si era muy genial. Tengo su rapidez y el rigor de mi mamá y lo agradezco. Y qué lata haber estado tanto tiempo diciendo no, cuando sí, pero es parte de mi adolescencia que fue muy larga. Más allá de que viví sola desde chica, busqué el sufrimiento demasiados años y ahora no lo puedo entender.
P. ¿Cuándo cambió?
R. Cuando fui ayudante de [el dramaturgo] Guillermo Calderón y me dijo ‘haz tu obra, escribe, no es tan difícil’. Nunca lo había pensado. Me senté a escribir y era como si siempre hubiera sabido hacerlo. Estrené Pérez y ocurrió lo que pasó [debido al éxito de la obra fue llevada al cine]. Sentí que podía tener un lugar en la creación, cualquiera sea, y dije ‘ya, esto soy, puedo hacer esto’. Y después se transformó en las Expertas…, después en los cuentos, y en distintas cosas. Me encantaría escribir una novela para grandes. Es un agua que se va transformando en distintos recipientes.
P. En general ha sido muy protectora de su intimidad, pero el podcast Expertas en nada ha abierto una ventana. ¿Cómo ha sido?
R. Es una trampa igual. Es tan cercana la relación con Paloma que pareciera que uno está espiando una conversación entre amigas. Nadie sabe realmente dónde vivo, cómo vivo, a diferencia de toda esta exposición de redes sociales donde conocemos las casas, los hijos, dónde veranean. No es mi caso. Todo está envuelto en una comedia negra en donde estoy exagerado. La abuela de Rafael Gumucio y Delfina Guzmán decían ‘muestra para esconder’. Es una forma, pero mi intimidad sigue protegida. Me leí Nostalgia de un desastre, de Constanza Michelson, y Referencias personales, de Matías Rivas, y me parecieron dos voces profundamente elocuentes sobre esta nueva existencia, estos dos planos de realidad, sin ser críticos de ‘qué atroz los jóvenes de hoy’, un discurso que me parece agotador.
P. Y en ese punto generacional, ¿cómo lleva el comienzo de sus 40, una década que los mayores suelen identificar como la favorita?
R. Con esta cosa terrible que tengo de que soy súper exigente y una verdadera líder castrense de mi propia existencia porque no tomo, no fumo, no me drogo, he cultivado la lucidez como una especie de carrera universitaria. Me doy cuenta a los 40 que tengo una claridad mental enorme. Sé exactamente lo que me está pasando, cómo salir de los lugares y me doy cuenta con mis amigas que soy una fuente de consejo. No es gratuita, la he cultivado porque leo, estoy en calma, escucho, sé en qué están las demás, que tiene que ver con esta edad. También la maternidad te empuja a estar alerta, te va haciendo mirarte. Ahora, muchas veces creo que tengo la razón y pasan días y digo cálmate, ubícate, no la tienes.
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