Los números explican el mundo
El matemático Andrejs Dunkels es famoso por dos frases que pronunció muy seguidas. “Es fácil mentir con estadísticas”, dijo primero. Pero enseguida añadió: “Es difícil decir la verdad sin ellas”
No es posible contar la historia sin datos. No hay conocimiento sin contabilidad. Charles Darwin desarrolló la teoría de la evolución de las especies sabiendo que los continentes se movían, pero además tuvo que ir hasta una isla remota y registrar que allí los animales eran diferentes. Todas las ciencias son cuantitativas, incluida la historia. Esto nadie lo cuestiona si nos remontamos muy atrás en el tiempo —porque sabemos que la teoría del Big Bang la hicieron físicos y se sostiene con ecuaciones—, pero es cierto en general: conocer el pasado exige números.
Podemos pensar en la prehistoria, por ejemplo, que hoy está viviendo una revolución gracias a la genética. Han surgido técnicas que permiten reconstruir con precisión los movimientos de las poblaciones humanas hace miles de años. Y esto está sacudiendo los pilares de la disciplina. Se han cerrado debates abiertos desde hace décadas, como la discusión que enfrentaba a expertos sobre cómo llegó a Europa la agricultura. En una entrevista en la revista Letras Libres, Karin Bojs, autora de Mi gran familia europea, explicaba que el dogma en el último medio siglo era que se había producido una reeducación de los cazadores-recolectores. Se creía que habían descubierto la agricultura. Ahora, el análisis de ADN ha desmontado esa hipótesis: la agricultura la trajo otra gente. En España fue introducida por un grupo que llegó hace 7.000 años.
La ciencia avanza así, trenzando teorías y evidencias. Cuando se nos agotan las pruebas materiales, surgen discusiones, y las hipótesis se multiplican (porque no hay pruebas con que falsarlas). Entonces aparecen nuevas pistas —los estudios genéticos en este caso— que refuerzan unas explicaciones y debilitan otras, haciendo que nuestro conocimiento dé un salto adelante… hasta que surja la siguiente incógnita.
Si la investigación histórica es cuantitativa, ¿por qué todavía evoca palabras antes que números? Parte de la culpa puede que sea de la divulgación, que va por detrás. Aún se presenta la historia como una disciplina “de letras”. Pero eso está cambiando también. Un ejemplo es un libro que acaba de publicarse en España: La historia infográfica del mundo (Desperta Ferro) de Valentina D’Efilippo y James Ball. Es un compendio de datos y gráficos sobre temas que van del Big Bang hasta el nacimiento de Internet, pasando por la era de los imperios o la revolución industrial. Es un libro bonito y detallista, que acierta sobre todo con la selección de temas. Hay infografías sobre divorcios y misiones espaciales, pero las mejores son las más antiguas, decenas de ilustraciones de datos sobre el sistema solar, el bipedismo, los imperios de ultramar o las horas de sueño antes de la luz eléctrica.
El libro está lleno de curiosidades. Explica por ejemplo que el diafragma fue clave en nuestra evolución. Aligeró nuestro tórax y gracias a eso pudimos despegarnos del suelo y parecernos más a un perro y menos a un lagarto. ¿Y qué decir de las bacterias? Llevan aquí casi desde el principio y dominan la Tierra: por cada kilo de humano hay 4.000 kilos de bacterias.
¿Acaso somos conscientes de que la tasa mundial de pobreza extrema se ha reducido de un 29% al 10% desde el año 2000?
La historia infográfica del mundo tiene también un punto nostálgico, porque recuerda los libros que muchos devoramos de niños. Aquellos tomos llenos de ilustraciones minuciosas sobre romanos, pirámides o dinosaurios. Libros que, en un mundo sin Internet, se exploraban despacio, casi con respeto, como un baúl descubierto en el desván.
El mundo en datos
Es imposible hablar de datos en la historia sin mencionar el proyecto de Max Roser, Our World in Data. Este investigador de Oxford ha creado una página web donde “explorar la historia de la civilización humana” en la que usa investigación y visualizaciones. Es un sitio donde perderse entre datos importantísimos: cuánto vivimos ahora; cuál era la tasa de homicidios en 1780; cómo evolucionó la riqueza en la Edad Media; o cómo ha mejorado la salud en África durante la última década.
Max Roser pertenece a un grupo de divulgadores que defienden que el mundo ha progresado. Lo hacen aportando datos que no siempre reciben la atención que merecen: ¿sabías que la tasa mundial de pobreza extrema se redujo del 29% al 10% desde el año 2000? Otro miembro del grupo es Hans Rosling, el experto en salud global que se hizo famoso por una charla TED donde presentaba estadísticas con entusiasmo contagioso. Rosling murió el año pasado, pero acaba de publicarse un libro suyo lleno de cifras (Factfulness).
Aún más conocido es Steven Pinker, científico y escritor de éxito, autor entre otras obras de Los ángeles que llevamos dentro (Paidós) En ese libro, Pinker narra la historia de la violencia y aporta decenas de gráficas para defender que, pese a la creencia popular, las sociedades modernas son menos violentas. Ahora Pinker ha publicado otro libro, En defensa de la Ilustración, que publica en junio Paidós, donde defiende los avances del mundo en términos históricos. Lo hace con un torrente de gráficos y estadísticas sobre salud, educación, desigualdad, violencia, felicidad, calidad de vida, medio ambiente o igualdad de derechos. El principal valor de esta nueva divulgación está en eso. Porque uno puede estar más o menos de acuerdo con las tesis de Pinker, que no deja de ser un activista de su causa, pero es difícil negar que los debates son mejores cuando los argumentos vienen acompañados de evidencias.
Babelia
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