El Málaga regatea a la Real
Duda y Rondón engañan al equipo donostiarra con dos goles de pillos
¿Finta?, ¿estrategia?, ¿fortuna? No se sabe a ciencia cierta lo que entre Duda y Weligton ejecutaron en el minuto 25 en Anoeta cuando el portugués lanzó flojito y al bote y el brasileño dejó pasar yéndose al otro lado y arrastrando al defensa para sorprender al portero Claudio Bravo. ¿Ensayado? Quizás, pero la resolución fue perfecta. Nunca un tirito fue tan efectivo. A veces no hacen falta golpeos exagerados del balón para que los resultados sean bellos. Fuera como fuese, así se puso por delante el Málaga en el estadio donostiarra sumiendo en un mar de dudas al equipo de Lasarte, que recibía muy pronto su segundo mazazo.
El primero fue la tarjeta amarilla al guardián de la hacienda, Diego Rivas, al primer minuto por llegar tarde a una disputa con un rival. Ya nunca más fue el habitual Diego Rivas, y como quiera que Aranburu, por razones físicas, tiende a llegar tarde a casi todos los balones defensivos, la Real se resquebrajó, apenas hilvanada por las buenas intenciones de Zurutuza y las habilidades de Xabi Prieto. A ambos les acompañaba Tamudo, esperando abrir la caja de los regalos, pero demasiado obsesionado por obtener ventajas arbitrales en vez de goles directos.
El gol tranquilizó al Málaga tanto como soliviantó a la Real. El equipo andaluz vivía de la máxima aplicación de Apoño, un destajista del fútbol, y de Rondón, un tipo al que hay que fijarle hasta el primer pelo del flequillo. Como no lo fijaron, enganchó el segundo en un centro de Eliseu con la derecha desde la izquierda.
Era el peor momento para recibir un bofetón. La Real tiraba de casta y del estilismo de Zurutuza para fabricar algunos productos de gol que generalmente se malgastaban por apresuramiento, por exceso de ansiedad. Por momentos fue un acoso constante, en el que Weligton se multiplicaba para acudir desde el centro a uno y otro costado, llegando con la punta del zapato para evitar el remate de Tamudo o de Estrada
La Real vivió lo suyo, tuvo sus ocasiones, algunas inesperadamente malgastadas, pero nunca se sintió superior a un rival apañado, muy eficaz. Nunca tembló el Málaga de Pellegrini, confiado en su dispositivo táctico que solo modificó tras el segundo gol cuando incrustó un tercer futbolista en el centro del campo, Silva, para frenar el ímpetu de la Real y tratar de tener la pelota. Pero para entonces, el pescado ya estaba vendido.
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