La marcha de Ramón Cid, un atletismo que se acaba
El director técnico nacional deja la federación española, donde trabajó durante 30 años como uno de los máximos responsables
Deja Ramón Cid de ser el máximo responsable técnico del atletismo español y casi sin querer un tono crepuscular, como de western de los años 80, lo tiñe todo, y un poco triste también, la memoria de una época que se acaba.
“Estoy en un momento en el que me paso el día mirando para atrás, recordando historias. Tengo 64 años. Empecé en el atletismo con 12, con Ignacio Altuna, y hasta el otro día no me di cuenta, y me sorprendí al hacer las cuentas, jopé, llevo 50 años metido en esta historia, y prácticamente 30 años seguidos en la federación, desde que me llamó Odriozola... No lo había pensado, prácticamente toda la vida”, dice Cid, nacido en San Sebastián en 1954, que el viernes anunció que no seguiría como director técnico de la federación española, cargo que ocupaba desde 2012. “Hay muy poco tiempo entre que eres joven y eres viejo. Yo, de repente, en dos años o tres, me he visto mayor... me he visto mayor por muchas cosas, el dominio justito de las tecnologías, los anglicismos permanentes y la forma de hacer”.
Antes que nada, Ramón Cid fue atleta (reivindicativo y capitán del equipo con 23 años, y representante de los atletas en la federación) y entrenador. Y antes fue un niño que aún se acuerda de Bob Hayes ganando los 100m en Tokio 64 y que iba a Anoeta a ver correr a Javier San Adrián, el marido de su hermana mayor, que era íntimo de Pipe Areta, que era la bomba del triple salto. “Yo no empecé por emularle, sino porque se me daba bien. Pero cuando empecé, sí que decía, le voy a quitar el récord. ¿Cuánto tiene con 14 años? Pues yo más... Fui pisándole. Y le quité el récord de España a Pipe [16,69m en 1980, 11ª marca española de la historia aún], y él fue el primero que me felicitó”.
En la San Sebastián de los años 70, en la que hervía la cultura del atletismo, cuando las grandes figuras mundiales llenaban el estadio, en la que se podía leer L’Équipe todos los días y se veía la televisión francesa aparte de los dos únicos canales españoles, Cid fue atleta porque no le quedó más remedio, y porque su cuñado era atleta y sus hermanos y sus vecinos de escalera, los Adarraga, comenzando por el mediofondista olímpico Juan Bautista, como era también vecino Alberto Carrera, considerado el mejor portero de hockey hierba del mundo, el mismo que un día le dijo, cuando le derrotó en la votación al mejor deportista guipuzcoano del año, mira lo que eres, Ramón, no eres ni el mejor del portal. “Y sigo siendo atleta, para lo bueno y para lo malo, porque este es un deporte muy individual y a veces tenemos tendencia a pensar que somos la de dios”, dice Cid con la lucidez de los heterodoxos. “¿Sacrificio? Yo nunca he vivido mejor que cuando era atleta. Lo jodido era ir a clase y dar seis horas diarias a 40 niños. Hacer los multisaltos, coger el avión e irte a competir a no se donde, eso no es sacrificio. Y eso que yo era muy bruto, y me metía sesiones de 1.000 saltos que me tenían tres días en coma. Yo hacía burradas de esas. El día de descanso mío era el de las series. Y unas sesiones de pesas agónicas... Animaladas. Y me sigo sintiendo atleta y cuando hablo con los atletas también soy crítico con el atleta que fui, y con mi forma de hacer las cosas, y fui estúpido en algunas cosas, no seas tan soberbio, no pienses que lo sabes todo, les digo”.
También les dice que no se quejen de que les presiona, porque, les explica, esto, el atletismo, la competición, es presión, y vosotros lleváis toda la vida haciendo lo imposible para tener presión, así que si estás en una final olímpica, no sufras la presión, disfrútala, porque es lo que estabas buscando. “Y en un camino paralelo, mi carrera es algo similar... Pasar de opinar sobre lo que hay que hacer a decidir lo que hay que hacer... Y en ese momento dices, me toca, lo tengo que hacer y bienvenida presión... La disfrutas y la padeces. Es todo menos plano, muy intenso. Yo me digo que no valgo para estos puestos porque lo padezco mucho y tengo mucha cuota personal en ello, que se mide en una cosa: duermes mal, a las tres con los ojos como platos”.
Cid seguirá entrenado a atletas en Anoeta, lo que más le gusta, y ya poco le quitará el sueño, si no es la gran duda de cómo será el atletismo que viene, una historia de 2.500 años intentando sobrevivir en en los tiempos del progreso disruptivo. “Me veo torpe, inútil, como nunca me había sentido... Pero me niego también a ser un conservador de los de cualquier tiempo pasado fue mejor”, dice. “Me niego, tenemos que evolucionar un huevo. No podemos estar con taparrabos o descalzos o saltar con piedras en las manos, pero tampoco podemos perder nuestra identidad, no nos podemos desnaturalizar. Si desnaturalizamos 2.500 años no seremos nadie. Somos tónica, amarga, no la hagamos cocacola: la venderemos, pero no será lo que somos, y la gente a la que le gustaba la tónica se ha quedado sin ella. Vamos a explicar lo rico que es lo amargo, también a los niños, y les gustará”.
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