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Jesús Herrada gana la sexta etapa y Superman cede el rojo a Teuns

Caída y abandono de Urán y Roche en la etapa que atravesó las rutas del Cid por el Maestrazgo

Carlos Arribas
Jesús Herrada, ganador en Ares.
Jesús Herrada, ganador en Ares.Photogómez Sport

Deseando que su equipo no se canse defendiendo una prenda que solo tiene valor el último día, Superman saca a subasta su maillot rojo. Por él se pegan un belga brillante y oportunista, más clasicómano que generalista, Dylan, como Bob, Teuns, de calidad ya contrastada con su victoria en la Planche el último Tour, y David de la Cruz, un catalán apuntado a la Vuelta a última hora por su equipo, el Ineos, que nunca ha tenido muy claro qué quiere de la carrera española. Se lo lleva Teuns, que sube más decidido y vivo el camino escarpado hasta casi el castillo de Ares, tierra dura, tierra de paso de conquistadores y de resistencia de campesinos. El cielo quema y el agua baja oscura por los ríos secos.

Teuns ha marchado protegido dentro de una banda de fugados, una docena o así, que suben y bajan el palíndromo de Mora de Rubielos a Rubielos de Mora, y más allá, y homenajean en cierta forma al Cid y a sus mercenarios, que por allí pasaron camino de Valencia. Cuando les ataca, a su rueda se pega Jesús Herrada, el conquense, que a 200m de las calles de piedra del pueblo baja las manos a la parte inferior del manillar y esprinta fuerte para dejarle clavado, y no le disputa la victoria. Herrada gana la etapa como le ganó en el Ventoux a Bardet en el mes de junio, y piensa en su hermano mayor, José, al que empezó a imitar de niño por las calles de Mota del Cuervo, pequeños Ocañas del cambio de siglo.

Superman, de vuelta al maillot blanco de mejor joven, sonríe y habla del día siguiente, la llegada al muro de Mas de la Costa, que tanto le gusta, donde piensa recuperar su prenda antes de volverla a regalar el día siguiente, como si la mejor estrategia de la Vuelta fuera el subibaja perpetuo: todos los días hay montaña, siempre hay oportunidad de recuperar un día lo perdido el anterior.

A algunos, como al pequeño de los Herrada, que la víspera lloraba junto a su hermano, derrotado por Madrazo, el tesoro oculto del modesto ciclismo español, en la subida a Javalambre, el destino les premia la confianza depositada y la confianza que tenía en sus propias capacidades, y la de su hermano mayor, que tiene más genio y le gustaría que Jesús también lo tuviera, y más rabia. Pero Jesús sonríe dulce y habla suave. “Tenía esta etapa marcada, y la había estudiado. Sabía lo que tenía que hacer”, dice. Y solo se suelta, pero más con un gesto que con una palabra, para describir el placer tremendo que le invadió cuando apretó y Teuns no pudo seguirle. “Y levantar los brazos”. Es su primera victoria en una grande.

A otros, el destino les destruye y les enseña que lo que va mal un día es probable que vaya peor el día siguiente, como a Rigo Urán, que parte de Mora cubierto de esparadrapos tan artísticamente dispuestos por brazos y rodilla derecha que es como si se los hubiera pegado sobre heridas y dolores el diseñador de las camisetas psicodélicas que vende con su marca a los modernos de todo Colombia. "Ya me he caído dos veces", dice el paisa de Urrao antes de salir. "Ya he cubierto el cupo. Lo bueno de la Vuelta es que da la oportunidad de re vivir todos los días". Dos horas, Urán está besando el asfalto de una carretera del Maestrazgo, aún en Teruel, nuevecito y liso, como recién tendido por magníficos peones camineros. Sobre su espalda hay quien cuenta como 15 bicicletas amontonadas como para darle un capricho a un chatarrero, y algunos de sus dueños que pedaleaban veloces y concentrados hasta hacía nada, hasta que al tremendo Tony Martin se le fue el control de la suya y los derriba. Urán termina la etapa en una ambulancia camino de un hospital con una clavícula rota.

No es el único herido en una caída que también fuerza al abandono a Nicolas Roche, quien la víspera había defendido hasta que no pudo más su maillot rojo, al alavés Víctor de la Parte, que llevaba una Vuelta regular por las alturas y al inglés de Pamplona Hugh Carthy, el compañero de equipo de Urán, el escalador que mejor le acompañaba en la montaña. Otra caída, en el grupo fugado, deja tocado contra un árbol a otro del EF, el norteamericano TJ van Garderen, y el compañero de ellos más joven el gran Higuita debutante también sufre heridas en una pierna, y esprinta como un condenado en la subida final, todo instinto y deseo, y, pese a no haber estado muy lucido subiendo hacia Javalambre sigue confiando en que algún día llegará en que él será todo lo que tenga que ser, porque eso es crecer.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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