Evenepoel, Vingegaard, Pogacar: un invierno de campeones hambrientos
Una semana después de las exhibiciones del ciclista esloveno en Andalucía, el belga, campeón del mundo, gana el Tour de los Emiratos y el danés, ganador del Tour, arrasa en O Gran Camiño
Es de noche aún en Santiago cuando Jonas Vingegaard, las 7.30 de la mañana, salta de la cama. Fuera hace frío y está oscuro, la misma visión, el mismo destemple, que le esperaba cuando hace un año, lesionado para el ciclismo, trabajó fileteando bacalaos y empacándolos en una lonja de pescado en el mar del Norte, en Dinamarca, y trabajaba de seis a 12, y luego se entrenaba. No le asustan el frío ni la nieve que desafió el sábado sin guantes ni perneras ni mangas largas sobre la bicicleta. Lo conoce. En la capital gallega le espera otra rutina, desayuno, reconocimiento del recorrido de la contrarreloj, descanso y rodillo antes de salir, a las 14.08. Aún no habían dado las 14.42, 23 minutos y 47 segundos más tarde, termina de pedalear y comprueba que ha ganado, el único de todos que ha alcanzado una media de más de 45 kilómetros por hora en los 18 kilómetros. Supera en la etapa por 35s al especialista australiano Rohan Dennis, que ha sido dos veces campeón del mundo y es compañero en el Jumbo. En la general, le acompañan en el podio el español de Mota del Cuervo Jesús Herrada (Cofidis), a 2m 31s, y el portugués Ruben Guerreiro (Movistar), a 2m 48s.
Es O Gran Camiño, la carrera gallega laboratorio del ciclismo del futuro, sin caspa y por carreteras estrechas, y un viacrucis de piedra por cuya existencia lucha Ezequiel Mosquera contra los poderes establecidos, siempre reaccionarios, la UCI, los jueces. En ella, en su segunda edición, solo el último campeón del Tour ha ganado etapas. Afronta la contrarreloj que la cierra, ante el Pórtico de la Gloria, con el maillot amarillo un poco suelto, no tan ajustado como le gustaría, como si estuviera en el Tour de Francia, con la misma seriedad, minuciosidad, el mismo cuidado por el detalle mínimo, y Willem, su jefe de prensa, siempre al lado con un frasco de gel hidroalcohólico con el que le sirve unas gotas para que se frote las manos después de cada autógrafo firmado o pose fotográfica con un aficionado.
Para Vingegaard, en el camino hacia el Tour, no hay carreras menores. Todas son un paso que hay que dar sin errores. No es el único. Para todos los campeones del ciclismo de ahora, la vida es así. Para Tadej Pogacar, que no sabe no correr al 100% sea la carrera una clásica en Jaén, la Vuelta a Andalucía o la Tirreno-Adriático. Para Remco Evenepoel también, el campeón del mundo y de la última Vuelta, que no piensa en el Tour de julio sino en el Giro en mayo. Los tres han ganado ya esta temporada, cada uno a su manera. La temporada para ellos se divide entre semanas de concentración en altura y semanas de competición. Una vida alienada. Ya no son febrero, marzo, abril, mayo, los meses en los que las carreras se usaban para entrenarse con dorsal, como se decía, para perder el peso y las grasas acumuladas entre noviembre y enero los campeones de antes, Jan Ullrich, Lance Armstrong, Greg LeMond, Pantani, Froome, tan humanos en la distancia.
Camino de la madurez, Remco ha descubierto el miedo al pecado, el valor del cálculo. Gana el Tour de los Emiratos sin haber ganado ni una sola de sus etapas, buscando bonificaciones, sin exhibiciones. Nada de los ataques lejanos y a veces locos con los que conquistó la admiración de los aficionados. “Es que tampoco estaba muy seguro porque aún no he hecho ninguna concentración en altura”, dice como excusándose Evenepoel después de la última etapa, en la que quedó segundo tras el inglés Adam Yates. “Estoy orgulloso por haber sabido defenderme”.
Pogacar es el de siempre, sin ganas de temer a nada, el niño despreocupado que corre espectacularmente, ataques lejanos, instinto, solo para ganar y no llora cuando pierde. En Galicia, Vingegaard demuestra que no es un ganador menor, fruto de la ciencia extrema del Jumbo, mezcla de física, matemáticas y gestión de grupo. Soy un campeón también, quiere decir ante las piedras doradas del Obradoiro. Un campeón que ha descubierto que puede tener él también un apetito canibalesco –como el caníbal Eddy Merckx, ejemplo de ganador total–, y gana con ataques más calculados, medidos, que Pogacar, y le satisface tanto que cada victoria parece abrirle más el apetito. “Quiero intentar ganar lo más posible. Estoy ansioso aún por ganar. Quiero ganar un montón de carreras”, dice el danés en el Obradoiro, después de comprobar la torpeza con las cremalleras del presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, que le deja con la espalda al aire tras imponerle el último maillot amarillo. Su choque la próxima semana con Pogacar en la París-Niza, tiene a la afición ansiosa de ver a los dos primeros del pasado Tour de Francia cara a cara. “Sí, él lo está haciendo muy bien también, pero yo solo me preocupo por mí, por hacerlo lo mejor posible. Y, sí, voy a ir a la París-Niza para intentar ganar”.
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